Cultura

CUANDO LOS MEDIOS NOS DAN BASURA

Por: Gabriela Pacheco

“Érase una vez un gracioso y simpático hipopótamo que vivía en el zoológico de Barcelona. Era la delicia de la ciudad, sereno y tranquilo, sobre todo dispuesto a abrir la boca para recibir gustoso todo el alimento que adultos y niños le lanzaban. Con gesto de agradecimiento y semblante satisfecho Felipe pasaba sus días entre el estanque y el jardín aceptando cuanto le daban de comer. Un buen día Felipe el hipopótamo no se levantó más, había muerto intempestivamente y los veterinarios no entendían la razón de tan prematura desaparición. Cuál sería la sorpresa de los médicos que al realizar la autopsia encontraron dentro del estómago del pobre animal cientos de chapas, corchos, latas de cerveza, bolsas, llaves, monedas y demás artículos no comestibles que habían provocado el triste e inesperado deceso del animal.”

Con esta anécdota, la Dra. Carmela Aspíllaga Pazos (1) solía ilustrar la realidad de los miles de peruanos que reciben las noticias, ya sea de los noticiarios o de los periódicos, con la misma ingenuidad e inconsciencia del desdichado Felipe, y que aceptan todo cuanto dicen sin discriminar ni analizar las fuentes, las tendencias o la línea política de los medios. Es más, ella insistía en repetir que muchos estudiantes ingresaban a las aulas de la universidad sin haber estrenado el pensar. Creo que se queda corta al decir que los estudiantes, pues parece que los lectores de los periódicos o televidentes promedio aún no han estrenado el reflexionar, el analizar como tampoco el pensar.

¿Por qué a pesar de que nuestro gobierno, el presidente y sus ministros son cada día más irresponsables, la gente sigue creyendo que todos los problemas se deben a que el Congreso no trabaja? ¿Por qué el peruano promedio defiende cada vez mayores nimiedades y se encuentran cada vez más alejados del mero sentido común creyendo ciegamente en las cortinas de humo?

Creo que existen varios factores sociales, económicos, culturales y políticos, pero quisiera enfocarme en uno por ahora, el prestigio social de los medios y el otro, sobre la educación, lo trataré más adelante.

¿Quién puede permitirse dudar, negar, redefinir hasta despreciar el matrimonio natural entre un hombre y una mujer o presentar “nuevas formas” de familia, por ejemplo, como suelen hacer nuestros líderes de opinión? Sin analizar lo costoso que esas ideas han resultado ya en diversos países, en España desde 1960 se ha multiplicado por diez el número de nacimientos fuera del matrimonio, y ser madre soltera es hoy de los factores que más incrementan el riesgo de pobreza en EEUU.  El desprecio de la religión y a toda autoridad moral es otra de las opiniones prestigiosas que lanzan la élite privilegiada a través de los medios.

Es interesante y muy preocupante esta situación porque demuestra hasta qué punto el ciudadano común puede aceptar mentiras, rumores, calumnias o embustes en detrimento de la verdad. Presenciamos un nuevo tipo de periodismo. Uno que incita al periodista para que no dependa de la verdad; sino que innove; que busque continuamente nuevas formas de informar y comunicar sin someterse a los hechos objetivamente.

Desde el resumen noticioso, pasamos al formato de revista semanal, en la cual no se detenía en las noticias, sino que daba cabida a una amplia sección de entretenimiento y variedades. Luego aparecieron los talk shows, los reality show, el Gran Hermano y para después asentarse los programas de Esto es Guerra, una suerte de concurso, mezcla de competencia y novela rosa.

Sin embargo, los medios no se detienen en la agilidad, el cambio, la diversión fácil y el morbo, sino que promueven también toda una agenda ideológica, una falsa moral en nombre de la tolerancia y aceptación de la diversidad. Predican y aleccionan sobre conductas, promocionan nuevos estilos de vida, cuestionan tradiciones e instituciones con la misma ligereza que trasmiten sus juegos y sus chismes.

¿Deben los medios enseñar sobre cómo actuar y sobre qué clase de personas debemos ser, o tienen que limitarse a informar hechos y transmitir la verdad objetivamente? Como dice el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, “los altos directivos ya no solo se ocupan de hacer ganar dinero a su firma. Ahora tienen además un mensaje moral que transmitirnos a todos.”

No habría problema si cada empresa de comunicaciones se valiera de expresar sus puntos de vista en las secciones de editoriales. La cuestión aquí no está en lo que ellos piensen acerca del bien y del mal, sino que difunden su mensaje, disfrazado de una nueva (y falsa) moral, que al presentarlo diariamente en todos sus programas se tienda a creer y entender que quien piense lo contrario está mal y es un anacrónico.

No es que me disguste la sensibilidad moral de las grandes empresas de los medios, sino que éstas poseen el poder de influenciar en las opiniones y decisiones del pueblo. Un poder que están dispuestos a ejercer para el beneficio de sus auspiciadores, ya sean políticos, económicos o gubernamentales. Lamentablemente el mismo poder que se utiliza publicitar nuevas conductas también sirva para acallar voces disidentes, para desprestigiar a cualquiera cuya visión ética no coincida con la de ellos. Mientras unos pocos contemplamos pasmados como alguien puede decir tantas mentiras y que el pueblo se las crea.

¿A quién le puede interesar unos votantes ignorantes a los que es más fácil manipular que escuchar? ¿Por qué los medios no han informado e investigado profundamente sobre las verdaderas causas de las muertes de los más de mil recién nacidos? ¿Por qué si hubo gran revuelo por la compra de las rosas y las computadoras en el congreso y hasta ahora no se encuentra y se sanciona al responsable de los links pornográficos de los textos escolares? ¿Por qué el pueblo reclama el cierre del Congreso y no la renuncia de las ministras de Educación y de Salud?

Hace medio siglo si había cualquier sesgo ideológico en las noticias o se presentaban informaciones chocantes o escándalos, tanto las autoridades civiles como las eclesiásticas las sancionaban socialmente y el rechazo era masivo. Hoy la influencia de los medios en la opinión popular ha crecido exponencialmente, el abuso ha empeorado, la manipulación y la presión que ejercen los medios entre la audiencia es grosera y ofensiva.

Espero que en un futuro cercano no sigan influenciando los “líderes de opinión” ni los “medios prestigiosos” con cortinas de humo que tanto le encanta a nuestro confiado pueblo. El país no solo actúa como el cándido Felipe el hipopótamo tragándose todo sin discriminar, aunque le cueste la vida, sino que está ciego a toda consecuencia negativa posible. Ciego para ver entre las cortinas de humo y necio para aceptar todo cuanto lee o escucha.

Quizá nos hagamos un favor a nuestras mentes estrenando el pensar, el analizar y el reflexionar al empezar a cuestionarnos sobre el rol de los medios y su relación con la verdad. Urge replantearnos a quién leemos y cuánto creemos, es más, deberíamos dejar de sintonizar o comprar y anulemos la suscripción a medios que mal informan. Tal vez con una baja en su audiencia que se refleje en sus ingresos, decidan rectificar, pues ¿quién soportaría perder muchos miles de lectores u oyentes sino deja la artimaña ideológica? Y si dejamos de creer ninguna de las “opiniones prestigiosas” quizá poco a poco, entre todos, vayamos venciendo a la torcida enemiga que nos asedia: la necia estupidez.

Si el pueblo peruano (y Felipe el hipopótamo) aprendiese a discriminar lo que le lanzan los medios y no se trague la basura que le echen, no solo disfrutaría de una larga y saludable vida, sino que también continuaría siendo la atracción y el deleite de muchos.

 

(1) Past decana de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Piura

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