Por: María Ximena Rondón
Existe una frase, presuntamente atribuida al escritor ruso Fiodor Dovstoyevsky, que dice: “La tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas”. Esta describe perfectamente el hecho de que el Congreso de la República tuviera que discutir un proyecto de ley (3464) el número que aboliera el uso del lenguaje inclusivo, el cual la Real Academia Española (RAE) calificó de “innecesario”.
Es increíble que en un parlamento se tenga que discutir sobre un lenguaje que resulta absurdo, solo porque un grupo minoritario de encaprichados con una “idiotez” buscaba imponerlo a la sociedad.
Hemos llegado a un punto que la RAE ha llegado a rechazar el uso del lenguaje inclusivo en dos ocasiones alegando que “Lo que comúnmente se ha dado en llamar ‘lenguaje inclusivo’ es un conjunto de estrategias que tienen por objeto evitar el uso genérico del masculino gram., mecanismo firmemente asentado en la lengua y que no supone discriminación sexista alguna”.
También indicó que “La forma «elle» y las terminaciones en «-e» en voces con flexión «-o/-a» son recursos facticios promovidos en ciertos ámbitos para referirse a quienes no se identifican con ninguno de los géneros del par binario, pero su uso no está generalizado ni asentado”.
En ese sentido, reiteramos que no hay un sentido “machista” en usar las formas plurales terminadas en “-os” cuando se refiere a un conjunto de personas. Solo es percibido como algo negativo por gente cuya obsesión raya en la imbecilidad y en la falta de lógica.
No es comprensible cómo un grupo de personas con una noción distorsionada de la realidad pueden tener toda la autoridad moral para destrozar un lenguaje tan rico como el español y sembrar un conflicto entre ambos sexos.
Esta gente no busca el bien común, sino la imposición de sus ideologías retorcidas.
Hemos llegado al punto de que los inteligentes tienen que ceder ante los idiotas. Deberíamos reflexionar en las razones por las que permitimos que los absurdos se conviertan en la verdad y que la verdad se convierta en absurdo, llegando a tener que ser “legalizada” por un parlamento.
Llegó el tiempo de recuperar la inteligencia.
Más bien hay que preguntar por qué los medios se prestan a semejante estupidez, ¿no han estudiado las reglas de la lengua? O es un conveniente negocio?