Política

¡DEMUÉSTRENLO PUES, IMBÉCILES!… ENCUENTREN ALGO

Por: Andrés Valle Mansilla

Alan Gabriel Ludwig García Pérez ha muerto de manera trágica y repentina y, siendo honesto, jamás me imaginé escribiendo este artículo en torno a su persona. Perú está consternado y los medios de comunicación en todas sus primeras páginas resaltan el hecho: unos de manera presuntamente neutral y otros con claro sesgo a favor y en contra: “Vivirá en el corazón del pueblo” (Diario La Razón, dirigido por el ex director de Diario Exitosa, Martín Valdivia) o “Era su única salida” (Diario Uno, del finado periodista rojo César Lévano). El poder de la prensa en el país es algo que ya comentamos en otras ocasiones, pero esta vez vamos a centrarnos en cómo nos marcó su figura política y su gestión, para bien o para mal.

Muchos decían en 1985 que el joven Alan era quien con su florazo propio de “encantador de serpíentes” y con su pinta de “papacito” o “Alan Damián” sería la mejor posibilidad de conducción para el país, a diferencia del moderado ex alcalde de Lima, Luis “Tucán” Bedoya Reyes o el rojo ex aprista Alfonso “Frejolito” Barrantes Lingán. Las masas no sabían de austeridad económica y reformar el Estado o decir que uno era de derecha era considerado una humillación. Lo importante para ese gobierno populista, demagogo, enfrentado al sistema financiero internacional por no querer pagar la deuda externa (“la deuda prioritaria del Estado es con su pueblo”, decía Alan), era profundizar, en democracia, la revolución socialista de Juan Velasco Alvarado, algo que Haya siempre quiso hacer. Será por eso que García deseó emular a su maestro, sobre todo al intentar estatizar lo poco que quedaba de la banca privada, pero sólo consiguió llevarnos a una catastrófica crisis social, política y económica que llevó a muchos peruanos a migrar fuera del país. A ese gobierno se le conoce coloquialmente como el “Aprocalipsis”.

Las nuevas generaciones no tienen la menor idea de cómo se vivió en aquella época y sólo podrían comprobarlo si tuvieran el valor de viajar a la Venezuela de Nicolás Maduro, cuya situación es similar, pero cada vez peor, ya que ahora están viviendo en una tiranía digitada desde La Habana. Cuando yo era pequeño, me crié en un Perú lleno de atentados terroristas, apagones diarios, agua marrón saliendo de los caños, huelgas, paros armados, miseria, hiperinflación, corrupción generalizada, papeleos interminables por la gigantesca e ineficiente burocracia heredada del sátrapa Velasco.

El miedo y la desilusión marcaron a toda una generación y la izquierda optó por apoyar en masa a un chinito desconocido (un outsider) para frenar la “amenaza” que implicaba la política liberal radical del futuro Premio Nobel de Literatura como eventual presidente. Recuerdo que la propaganda política aprista alertaba de eso también y hasta utilizaba imágenes apocalípticas de la película “Pink Floyd: The Wall”, y todo para que se vote a favor de Luis Alva Castro. Pese a todo, Alberto Fujimori cambió el rumbo del país durante toda una década, con lo bueno y lo malo que generó su gestión, mientras el mundo también cambiaba con la caída de la Unión Soviética, naciendo así la era de la globalización. Tras la caída del “chino” en 2000, los apristas recibieron emocionados a García, quien regresó de su exilio francés y dio un discurso memorable para muchos, donde incluso citó pasajes de “La vida es sueño” de Pedro Calderón de la Barca. Al año siguiente perdió por un escaso porcentaje de votos frente al hoy prófugo Alejandro Toledo. En este punto hay que detenernos.

Las elecciones de 2001 fueron las primeras en las cuales yo voté y hasta hoy recuerdo cómo se criticaba la desmemoria de muchos peruanos para votar de nuevo por Alan. No obstante, García empleó dos armas que resultaron ser efectivas: 1) dirigirse a los jóvenes, quienes no vivieron su desastroso gobierno. Incluso Canal N sacó un documental titulado “1000 días de gobierno de Alan García” lleno de reportajes de la cadena internacional Univisión sobre la situación nacional de esa época. 2) Mea culpa: sabiendo que lo atacarían haciéndole recordar los desastrosos errores de su gestión, él lo reconoció hidalgamente haciendo énfasis en que le sirvió de experiencia para no repetirlos nunca más. Esto último, sumado a sus maneras casi británicas y el gesto de no picarse ante las críticas, le permitieron superar a Lourdes Flores y pasar a la segunda vuelta.

Pese a no ganar la presidencia en ese momento, muchos votaron por él cinco años después para frenar al chavista Ollanta Humala. Como de costumbre, la actitud del “mal menor” hizo que más de la mitad de peruanos le diera una segunda oportunidad. Alan, en vez de atacar directamente a Ollanta, atacó a su padrino venezolano Hugo Chávez, quien tildó públicamente al fallecido ex presidente de “ladrón de cuatro suelas” y “truhán de siete esquinas”. ¿Se acuerdan de todo eso? El responsable de la actual ruina de Venezuela amenazó con romper relaciones con Perú si ganaba García y hasta invocaba a Dios Todopoderoso para que el pueblo peruano elija con sabiduría, pero, como dice el segundo mandamiento “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Alan se reivindicó en cierta forma en su segundo gobierno, nos evitó la crisis financiera mundial de 2008, reformó la educación pública con su ministro José Antonio Chang, inició el litigio en La Haya para delimitar la frontera marítima del sur y Perú gozó de un período de estabilidad y relativa bonanza gracias al creciente valor de los commodities.

Parecía que todo había salido bien, pero Humala llegó al poder e inició una guerra política, hoy agudizada por Vizcarra, contra sus rivales políticos y la costosa megacomisión investigadora encabezada por el congresista Sergio “Chamán” Tejada no encontró pruebas contra Alan, pese a la publicación del libro del “premier de la luz verde” Pedro Cateriano, titulado “El caso García”, y a los resultados de la comisión Malpica por la compra de los Mirage (ver el libro “Pájaros de alto vuelo”) o el cheque mostrado por el empresario Siragusa por sobornos para el tren eléctrico durante el período 1985-1990. Lo único que sirvió para golpearlo políticamente fueron los “narcoindultos” y ello repercutió en su fallido paso a la segunda vuelta en 2016, más los ataques de Fernando “Popy” Olivera en el debate televisivo.

Hasta que explotó la bomba atómica del caso Lava Jato desde Estados Unidos y muchos políticos y ex funcionarios cayeron en desgracia, pero muy pocos fueron a la cárcel, para vergüenza nacional. El fiscal José Domingo “guerrilla” Pérez, con o sin pruebas, buscaba encerrar a Alan como sea (igual que con Keiko Fujimori), aunque sea por 10 días, pero él decidió, cual samurái, quitarse la vida a sufrir el deshonor, y por ello se entiende su suicidio como una jugada para no contentar a sus enemigos políticos, sobre todo de la izquierda caviar. Su desarrollado instinto de supervivencia lo hizo adelantarse a los hechos y desnudar al gobierno a nivel internacional solicitando, sin éxito, asilo en la embajada de Uruguay y finalmente, disparándose antes que ir a la cárcel “mientras la fiscalía investiga para ver si descubrían pruebas” que lo vincularan con la Caja 2 de Odebrecht y en plena Semana Santa. Un hecho polémico, que indudablemente tiene ya repercusión en la política nacional e internacional.

Amado y odiado, Alan García ha demostrado ser el político más hábil, sagaz, inteligente, culto y locuaz de las últimas décadas. Por ello, Armando Villanueva Del Campo lo calificó como “el mejor discípulo de Haya De la Torre”. Nunca fui su simpatizante ni seré aprista jamás, pero es imposible negar todos esos atributos que lo pusieron por encima del promedio de los políticos peruanos. Sin duda, los apristas lo van a mitificar y los caviares estarán furiosos por no poder exhibirlo con traje a rayas dentro de una celda. El juicio de su alma no nos corresponde a nosotros. Eso se lo encomendamos a Dios y la historia se encargará de hacer lo mismo con ayuda de la perspectiva del tiempo. Mientras tanto, desde aquí transmito mis condolencias a sus familiares y allegados, deseando que esta guerra política llegue a su fin de una buena vez, al igual que toda esta estúpida polarización entre “corruptos” y “honestos”.

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