
Por: Luciano Revoredo
Ha muerto Gustavo Gutiérrez Merino, el sacerdote `peruano que impulsó la teología de la liberación con la que tanto daño se ha hecho a la iglesia y al Perú. Al respecto conviene recordar algunos aspectos de las consecuencias de esta falsa teología en el país.
A principios del siglo XX en Francia surge la Nouvelle Théologie, un movimiento de renovación de la teología católica. En muchos aspectos positivo, pero a la vez abre la puerta a movimientos e ideas modernistas ya muchas veces condenados por la Iglesia.
Entre los teólogos de este movimiento se puede citar a Rahner, Congar, De Lubac, Chenu, Daniélou e incluso Teilhard de Chardin. Todos ellos con sus aciertos y errores son de alguna manera inspiradores del Concilio Vaticano II. Como se sabe, el concilio abrió las puertas al mundo moderno en el llamado aggiornamento y la iglesia salió al encuentro del mundo. Lamentablemente en este intento, a nuestro modesto entender y visto en retrospectiva, fue más lo que perdió que lo que ganó.
Hija de la Nouvelle Théologie, su versión hispanoamericana es la Teología de la Liberación, que tiene entre sus creadores y difusores al peruano Gustavo Gutiérrez Merino, quien en 1971 (fecha sobre la que hay dudas que desarrollaremos en otro artículo) publicó el libro Teología de la Liberación.
La obra de Gutiérrez es, en pocas palabras, un intento por conciliar el marxismo con la fe católica. Él mismo señala: “Lo que entendemos por teología de la liberación supone una relación directa y precisa con la praxis histórica, que es praxis liberadora (…) es una inserción en el proceso político revolucionario”.
Gutiérrez no buscó tanto plantear un nuevo asunto para la reflexión teológica, sino más bien una “nueva manera de hacer teología como reflexión crítica sobre la praxis histórica”.
La idea es que el hombre nuevo no surge de la liberación del pecado, sino de la liberación de la opresión social, es así que los teólogos de la liberación ya no hablan del pecado en una dimensión personal, sino que inventan el concepto de pecado social. La liberación de este pecado pasa por la destrucción de esas estructuras de pecado. Esto contradice toda la tradición católica y el concepto de salvación del alma individual.
Gutiérrez y sus seguidores creen desde el cristianismo en la concepción marxista de la historia estructurada por la lucha de clases, la cual es vista como una necesidad para los cristianos.
Son estos conceptos que llevan a posiciones cada vez más radicales, para finalmente dejando a Dios de un lado tomar directamente el camino de la revolución. Un claro ejemplo de este camino es el que tomó el nicaragüense Ernesto Cardenal, reprendido públicamente por San Juan Pablo II y suspendido en su ministerio sacerdotal.
Como él fueron muchos los que tomaron el camino de la revolución, muchos dejando el sacerdocio e incluso volviéndose enemigos de Roma. Creían en un Dios liberador de las estructuras injustas, ese dios era la revolución.
Pero nos ubicamos en los años sesenta y setenta del siglo pasado, años en los que aún la influencia de la iglesia en la sociedad era enorme, entonces revolucionarios y comunistas ven es esta teología el vehículo para implantar sus ideas con suavidad, para llegar a través del púlpito al dócil pueblo. Es decir, el veneno más letal envuelto en el más delicioso manjar. El propio Fidel Castro ve la teología de la liberación con buenos ojos, llegando a decir que era más importante que el marxismo para implantar la revolución en América Latina.
Surge así con la Teología de la Liberación una “iglesia progresista”, una “Iglesia popular”, la llamada iglesia de los pobres, que en muchos casos se usa incluso contra la propia jerarquía, a la que se acusa de ser parte de una supuesta iglesia de los ricos, que ve la realidad desde su comodidad y no se involucra en el cambio social. El llamado a una opción preferencial por los pobres se bastardea y se convierte en punta de lanza de la revolución marxista con ropaje cristiano.
Con la clara y contundente condena de esta teología a través de la “Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación”, redactada por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger y aprobada por el Santo Padre Juan Pablo II, así como con la caída de los regímenes comunistas y la supuesta crisis del marxismo, se creyó que la iglesia se había librado de esta perversa tendencia. Nada más falso. Sus seguidores se mantuvieron como topos, en prudente silencio esperando el momento. Ya sabemos que la revolución para Marx es el viejo topo que excava sus túneles en el suelo de la historia y solo ocasionalmente asoma la cabeza. Cuando todos pensamos que ya no hay peligro, cuando menos se lo espera, el viejo topo aparece.
Ese viejo topo del marxismo “cristiano”, aquel heredero de la Nouvelle Théologie, el de la iglesia de los pobres como careta para la demolición de la tradición cristiana, se había ocultado en sus túneles, seguía cavando en la fértil tierra del catolicismo esperando su hora.
En el caso peruano los vimos recular ante la creciente presencia de movimientos auténticamente cristianos herederos de la espiritualidad de Juan Pablo II. Fueron refugiándose en la cátedra, en oenegés y en algunas otras instituciones. Pero llegó la hora del viejo topo. El marxismo aggiornado, el marxismo cultural y reciclado en feminismo, ambientalismo o comprometido con minorías sexuales se convirtió en su oportunidad. Así vimos como curas mundanos, ávidos de revolución reaparecieron. El pontificado de Francisco, de apertura y tolerancia fue aprovechado para sacar nuevamente la cabeza.
En el caso peruano Gustavo Gutiérrez abandonó su retiro y apareció triunfal en el Vaticano del brazo del cardenal Gerhard Müller, paralelamente se movieron muchas cosas.
En la visita a Lima del Papa Francisco fue recibido por sus hermanos jesuitas en reunión privada en San Pedro. En ella se reencontró con viejos amigos e incluso limo viejas asperezas con otros. Fue en esa reunión en que se logró voltear el tablero y la correlación de fuerzas en la iglesia peruana. El viejo topo marxista asomó la cabeza.
De estas movidas es que resultó empoderado el hoy tan cuestionado cardenal Barreto, arzobispo de Huancayo y personaje cercano a Vladimir Cerrón. Y Carlos Castillo, el oscuro párroco de una iglesia del Rímac, con un pasado político que lo vincula a sectores de la izquierda radical antes de optar por el sacerdocio y que estaba prohibido de dar clases de teología por sus posiciones heterodoxas, terminó de arzobispo de Lima y próximo cardenal.
Lo cierto es que en la iglesia peruana ocurrió una revolución. Uno de los actores principales de esta revolución es el padre jesuita Carlos Cardó Franco. De perfil bajo, fue uno de los que participó del reencuentro de los jesuitas con el Papa. Existía una vieja disputa entre Bergoglio y él que en ese reencuentro se resolvió. Cardó Franco se convirtió así en una especie de nuncio en la sombra, participando de muchas decisiones del Santo Padre sobre el Perú.
Todos estos antecedentes permiten comprender la actual crisis de la iglesia peruana. Los más poderosos obispos del Perú como consecuencia del resurgimiento de la teología de la liberación y la “revolución” desatada son tres cristiano-marxistas herederos ideológicos y doctrinarios de la teología de la liberación : Monseñor Miguel Cabrejos, que preside la Conferencia Episcopal Peruana a la vez que es arzobispo de Trujillo, Monseñor Pedro Barreto, Cardenal y exarzobispo de Huancayo, hoy con problemas con la justicia y Monseñor Carlos Castillo arzobispo de Lima y próximo cardenal.
El cardenal Barreto es un personaje muy mediático, siempre dispuesto a la foto y de fácil palabra. Lamentablemente constantemente comete excesos doctrinarios e incurre en posiciones políticas. Su evidente antifujimorismo y sus convicciones izquierdistas lo llevaron a convertirse en un elemento de la escena política. Por su parte en Huancayo terminó su labor habiendo perdido el respeto de los fieles y del clero por aspectos muy controvertidos de su vida personal.
En el aspecto político Barreto mantuvo vínculos con la gente de Perú Libre y tiene una peligrosa amistad con Raúl Noblecilla Olaechea, que es hijo nada menos que de la hermana de Adolfo Olaechea Cahuas, recordado como el canciller de Sendero Luminoso. El abogado Noblecilla ejerce su profesión en defensa del Cardenal, participa en sus iniciativas sociales y es pública su deplorable vida al servicio de causas radicales.
Por su parte el señor arzobispo de Lima, monseñor Carlos Castillo es quizá el caso más lamentable de la presencia de teólogos marxistas de la liberación en las más altas instancias de la iglesia peruana. Desde su consagración episcopal dio pasos en ese sentido. Recordemos que cuando asumió el cargo estuvieron presentes nada menos que el propio Gustavo Gutiérrez recientemente fallecido, y monseñor Bambarén, el obispo rojo de Chimbote, del cual se decía que en su anillo episcopal tenía la hoz y el martillo.
En una ceremonia especial ante la prensa nacional Bambarén tuvo el mal gusto de entregar a Castillo el báculo del Cardenal Juan Landázuri, con lo cual en un gesto simbólico daba a entender que la continuidad de la tradición episcopal pasaba por alto la figura del gran cardenal Cipriani que tan fructífera labor realizó por la iglesia peruana.
Luego de esto Castillo no ha dejado de sorprendernos con su permanente caminar al borde de la heterodoxia. Muchas veces más allá que acá de ese borde.
Recordemos cuando en su entorno se han lucido abortistas y feministas, como fue el caso de su primera jefe de prensa denunciada por La Abeja. O su lamentable campaña en la que presentó a Santa Rosa de Lima como una revolucionaria y despotricó de la religiosidad de la Lima en la que se forjó la santidad de Rosa y los demás santos peruanos.
Hagamos también memoria de la cantidad de exabruptos que ha cometido como decir que nadie se convierte por contemplar el sagrario sino en el contacto con el otro,lo cual es a todas luces una herejía, el lamentable uso del lenguaje inclusivo en la Misa, su introducción del paganismo animista mediante ritos dirigidos a la Pachamama en medio de la liturgia católica y un largo etcétera de excesos tan perjudiciales para la fe de los peruanos.
Recordemos como en los peores momentos en que se imponía el fraude electoral que terminó por robar las elecciones y poner a Pedro Castillo en la presidencia el arzobispo rojo de Lima aceptó una entrevista con el diario La Nación de Buenos Aires y declaró que “De acuerdo al conteo, está claro que Castillo ya ganó. Hay que esperar la proclamación del Jurado Nacional de Elecciones, pero, por razones de tipo subjetivo algunos están retrasándolo, algo que es evidentemente una cosa amoral”.
No contento con la insensatez declarada a la prensa argentina, participó de una entrevista en Radio Vaticana en la que habló de que lo que ha sucedido en el Perú es “..un campanazo fuerte de los pobres ante las deficiencias del sistema neoliberal implantado hace ya más de 20 años. La gente muestra un descontento que en las ciudades existe menos, porque existe el chorreo de dinero, además al estar más cerca de los medios de comunicación es más fácil crear miedo (…) miedo al comunismo, a que les quiten sus cosas (…) Pedro Castillo debe ser proclamado presidente electo…”. Ni el jefe de prensa de Perú libre lo hubiera hecho tan bien.
Como si no fuera suficiente con esta inadmisible intromisión en la política, envió desde Roma una carta para ser leída al final de la misa de la Catedral de Lima. En esta carta, citando al Cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado de la Santa Sede, Castillo señalaba que “al usar los símbolos religiosos para manifestaciones de parte como son los partidos, se corre el riesgo de abusar de estos símbolos. Por nuestra parte no podemos permanecer indiferentes ante esta realidad”. Esta apurada epístola fue una respuesta a los grupos de oración que se habían formado en esos días para pedir que Dios no permita que caigamos en la órbita del chavismo.
Esa es la realidad de la iglesia peruana que atraviesa una de sus peores crisis con una gavilla de impresentables progresistas al mando. Nunca nuestra iglesia ha llegado antes a estos niveles de politización y abandono de sus auténticos fines. Nunca nuestros pastores han dado la espalda a su razón de ser como en este aciago momento. Nos queda el consuelo que los santos peruanos no nos abandonan y la iglesia resurgirá del deshonor al que la teología de la liberación y la curia progre la han llevado.
[…] ESCRIBE: Luciano Revoredo / Tomado de: https://www.laabeja.pe […]
No sean radicale,que también a Jesucristo lo trataron de luchador revolucionario por defender a los pobres, marginados y excluidos de nuestra sociedad. La iglesia no hace política partidaria pero si toma partido y preferencia por los pobres y excluidos.
Esta columna del Director me parece poco serio y muy poco cristiano; lo percibo como una interpretacion de los hechos muy particular y desde una visión tendenciosa y parcializada… Me da tristeza este tipo de escritos porque nos aleja del reinado de Dios en nuestra iglesia en el Perú…
Lectora asidua de sus artículos, que a menudo me invitan a un juicio más profundo frente a lo que nos toca vivir; hoy no puedo dejar de manifestar mi desacuerdo con las primeras líneas… Tal vez no ha sido intencional pero, el « raccourci » que Ud hace entre la “Nouvelle théologie” y la teología de la liberación, me ha dejado un poco perpleja. Me parece muy desmerecedor del aporte que el padre Henri de Lubac -por sólo citar uno de los autores- nos ha dejado. La profundidad de su reflexión teológica, de su conocimiento de las Escrituras, de los Padres de la Iglesia, así que de numerosos autores, su meditación sobre los Misterios cristianos, en especial la Iglesia, etc., están lejos de encontrarse al origen de una desviación tal como la teología de la Liberación. Basta leer algunas de sus obras para ver -justamente – la lucidez del padre de Lubac frente al peligro que acechaba a la Iglesia… muchos antes que éste acaeciera ! En estos tiempos tan complejos, las obras de Lubac nos pueden ayudar más bien a volver a una contemplación más profunda del
Misterio de la Iglesia.
Estoy de acuerdo con lo mencionado en la presente columna.
Gracias.
[…] situación de la iglesia peruana es lamentable. Principalmente la de Lima. Recordemos también cuando el señor arzobispo tuvo la idea absurda de […]
[…] mucho daño a la iglesia. Para nadie es un secreto que por ejemplo el arzobispo de Lima, monseñor Carlos Castillo que era el oscuro párroco de una iglesia del Rímac, con un pasado político que lo vincula a […]
Dice el dicho “Dios los cría y ellos se juntan”. Me refiero a los artífices del vaticano II (los jesuitas De Lubac, Danielou , T. De Chardin y los dominicos Congar y Chenu) que dejó la puerta abierta que que ente “el humo de satanás” a la Iglesia y recree la nouvelle theologie (movimiento de ruptura con la con la ortodoxia católica) e introduzca concepto “novedosos” como pecado social y reafirme el análisis marxista de la sociedad.
[…] Durante el pontificado de Francisco han sido precisamente los clérigos cercanos a la teología de la liberación (es decir, al marxismo y, en este caso, al maoísmo), los que han ido ocupando las sedes de gobierno en el Perú. El arquitecto de esta revolución silenciosa ha sido un jesuita, Carlos Cardó Franco. Entre los prelados de este sesgo tenemos a Miguel Cabrejo, Pedro Barreto y Carlos Castillo. […]
[…] Durante el pontificado de Francisco han sido precisamente los clérigos cercanos a la teología de la liberación (es decir, al marxismo y, en este caso, al maoísmo), los que han ido ocupando las sedes de gobierno en el Perú. El arquitecto de esta revolución silenciosa ha sido un jesuita, Carlos Cardó Franco. Entre los prelados de este sesgo tenemos a Miguel Cabrejo, Pedro Barreto y Carlos Castillo. Este último fue nombrado nada menos que arzobispo de Lima en reemplazo de Juan Luis Cipriani, a quien se había negado a obedecer en materias esenciales para la Fe católica. Una vez nombrado Arzobispo ha causado escándalo tras escándalo, siendo el último su apoyo a una obra blasfema que iba a presentarse en la universidad católica, obra de cuyo nombre no quiero ni acordarme. […]