Por: Manuel Castañeda Jiménez
El próximo 6 de junio, los peruanos irán a votar por quien regirá los destinos del Perú durante los próximos cinco años. Sería tonto negar que la contienda electoral no tenga la característica de ser prácticamente una lucha entre el bien y el mal. Y no es porque la candidata contrapuesta al representante de los sectores de izquierda que engloba no solo a los socialistas, sino a comunistas y pro terroristas, sea otra Santa Juana de Arco que enarbola la bandera de Dios. Ojalá lo fuera y esperemos que así lo llegue a ser. Sino porque el candidato que se le enfrenta sí representa a todas las fuerzas teñidas de maldad; representa al “lado oscuro” dirían los admiradores de “La Guerra de las Galaxias”.
Y esa connotación del candidato de izquierda no es arbitraria, sino remachada hasta el cansancio por las aseveraciones que dicho personaje ha efectuado desde tiempo atrás a la actualidad, sin ninguna clase de rectificación.
“El comunismo es intrínsecamente perverso”. “Nadie puede ser buen católico y socialista verdadero”. Estas afirmaciones de los Papas no son gratuitas ni antojadizas. El comunismo ha seguido fiel a la afirmación de Marx de que la religión es el opio del pueblo (“Die Religion […] sie ist das Opium des Volkes”). El Plan de gobierno del candidato de izquierda contiene, precisamente, una hostilidad total contra la religión, y en especial contra la religión católica y el clero católico, al que acusa de recibir grandes sueldos de parte del Estado y plantea abolir el Concordato con la Sede Apostólica.
La ignorancia es atrevida, y dicho candidato, aparte de demostrar constantemente una total ignorancia de las cosas más elementales y que permiten vislumbrar que, de subir al poder, solo por eso haría un gobierno desastroso, ignora también que los emolumentos que reciben los obispos (no son sueldos pues los obispos no trabajan para el Estado sino para sociedad), tienen su origen en la imposibilidad del Estado de afrontar la reparación debida a la Iglesia por la apropiación de los bienes del clero durante la guerra de la independencia. Tal fue el latrocinio –pues cabe perfectamente calificarlo como tal– realizado por la confiscación de bienes de la Iglesia durante dicho episodio de nuestra historia, que la forma de compensación que se acordó habría de ser que el Estado asumiera un costo simbólico pagando en adelante estipendios a los obispos. A cambio de ello, la Iglesia no reclamaría ningún importe de indemnización que, ciertamente habría producido solo en intereses una deuda impagable. Por lo demás, el estipendio que reciben los Obispos es solamente un sueldo mínimo (actualmente S/ 900.-) que, comparado con la inmensa obra de bien que realizan y los grandes beneficios y obras de caridad que impulsan, no significa absolutamente nada en el Presupuesto General de la República.
Pero como los comunistas siempre buscan apropiarse de lo ajeno para sus fines violando la sacralidad de la propiedad privada y de la palabra empeñada, no le importa al candidato plantear a rajatabla acabar con el Concordato, como plantea igualmente “renegociar” los contratos, sin considerar que una renegociación debe ser libremente aceptada y no llevada a cabo con el machete levantado como ya se ha mostrado en más de una oportunidad, amenazando con nacionalizar las concesiones si las “negociaciones” no dan el resultado que él espera. Es decir: no teme anunciar que ejercerá la intimidación contra las empresas privadas y lo que él llama “gran capital”, sin reparar que, aquí y en cualquier parte, un acuerdo arrancado con violencia o intimidación, no tiene valor alguno, y que la posibilidad de reclamación no terminará mientras no haya condiciones para hacerla, así que la carga que tendría un ulterior gobierno sería elevadísima.
Y si así amenaza con tratar a los más fuertes ¿qué puede esperar aquél que carece de recursos para defender lo poco que posee? La respuesta es evidente: la clase media y la clase más desfavorecida económicamente pueden esperar que el país se torne como Venezuela y que muchos de sus familiares que sobrevivieron al genocidio del COVID-19 provocado, todo indica, por Vizcarra y sus secuaces comunistas y de varias gamas socialistas, tengan que emigrar a buscar oportunidades de empleo y una mejor vida, en mucha mayor cantidad que los que huyeron del desastre económico del primer gobierno de Alan García.
Pero, más allá de todas esas incidencias propias de un análisis, incluso simple, del Plan de Gobierno y de las malhadadas expresiones del candidato de izquierda, lo más repudiable de su candidatura no está en las frases preelectorales de cliché y en que constantemente alude al pueblo (como si el pueblo no estuviera formado por todos los peruanos, inclusive los que no concuerdan con él), sino en las amistades y la actitud pro terrorista que esgrime.
El candidato obvia que el terrorismo asesinó a numerosos sacerdotes y monjas católicos y retuvo de rehenes a otros tantos inclusive por años. Hubo, y duele decirlo, religiosos y religiosas que le hicieron el juego al terrorismo e incluso proveyeron de elementos que serían usados en la acción terrorista; tales religiosos y religiosas, si no han muerto aún, cargan sobre su conciencia la muerte de miles de peruanos que los terroristas provocaron directa o indirectamente.
La disyuntiva que hoy se presenta ante el pueblo peruano es la de aceptar una ideología que no admite la existencia de Dios, y por tanto no le importa tomar su Santo nombre en vano ni que se santifiquen las fiestas; una ideología que busca destruir la familia y arrebatarle los hijos a los padres, por lo que no le importa que se inculque el respeto y el amor a los progenitores ni promover toda clase de inmoralidades que afecten la paz familiar; una ideología que por no tener moral alguna alienta a sus seguidores a mentir y a no respetar la propiedad ajena, instaurando el robo sistemático contra la propiedad de los particulares de mil maneras; una ideología que invita a asesinar sin ningún cargo de conciencia, tal como el país lo ha vivido y comprobado con las acciones perpetradas por los terroristas desde los 80 y en que, como hemos referido, asesinaron hasta sacerdotes, religiosos y religiosas.
Ningún documento de compromisos superfluos como el que han gestionado ridículamente el cardenal Barreto y el obispo Cabrejos puede disimular el odio a la religión que los comunistas tienen. Si los mencionados prelados no son cómplices de adormecer las resistencias del pueblo peruano hacia el comunismo, cuando menos han incurrido en una ingenuidad que daría perfectamente para denominarlos “compañeros de ruta” o “tontos útiles” del comunismo. Lamentable. Da para pensar legítimamente si la feligresía les debe obediencia como pastores, a quienes revestidos como tales, actúan entregándola a los lobos. Los mencionados prelados se han expuesto a que se les abra proceso canónico para que finalmente se les declare que no pertenecen a la grey católica. Su proceder, contrario a la prudencia más elemental, su silencio respecto de la oposición entre el catolicismo y el comunismo y que no es lícito a un católico votar por un candidato comunista, los coloca, por sus propias acciones en una posición prácticamente cismática al no tomar en cuenta las orientaciones reiteradas de los pontífices y la tradición de la Iglesia, calificada como principio dogmático por el Concilio Vaticano II. Porque no existe comunismo “menos malo”.
Si los comunistas aparentan, en ocasiones, ser dialogantes o enarbolar banderas de legítimos reclamos, no lo hacen por convicción, sino por mera estrategia. Y apenas pueden, dan el zarpazo. La historia del siglo pasado no puede estar más llena de ejemplos. En donde los comunistas han llegado al poder, buscan perpetuarse en la procura de avanzar sus malignos planes por los que quieren alterar la naturaleza humana, moldeando a las personas según su gusto y criterio, según sus parámetros ideológicos. Nada más ajeno y opuesto, pues, al sentido de libertad. Coherente con ello, el comunismo siempre esclaviza de una u otra forma a los pueblos que tienen la desdicha de caer en sus garras.
Y, ni se crea que por ser moderados, los comunistas van a respetar a sus aliados tontos útiles, socialistas o centristas que le hacen el juego. Llegados al poder, generalmente los primeros en caer a manos de los radicales, son los moderados. Tal como los jacobinos desplazaron y mataron a los girondinos en la Revolución Francesa, y como los bolcheviques desplazaron y mataron a los mencheviques durante la Revolución Rusa, los radicales acaban siempre deshaciéndose de los moderados, pues estos, a la larga, representan un obstáculo “interno” para sus planes.
Aunque parezca una ironía, a los socialistas más les conviene votar por Keiko que por Castillo.
Esperemos que el pueblo peruano escriba el 6 de junio un episodio más de su rechazo al comunismo tal como lo ha hecho ya en varias oportunidades en el pasado. Que los santos y beatos que en esta tierra se santificaron y partieron para el Cielo protejan al Perú para que no cometa una afrenta contra Dios eligiendo a un candidato que pretende actuar de forma enteramente contraria a los mandamientos que Él nos dio.