UNA ANÉCDOTA INOLVIDABLE DE RAFAEL LÓPEZ ALIAGA

Por: Jorge Ortiz Madrid

Cuando yo tenía poco más de 20 años y estaba a mitad de mi carrera de ingeniería industrial en la Universidad de Piura, vivía en una pensión, con un grupo de chiclayanos y sullaneros, que nos las arreglábamos como fuera posible, a veces sin dinero toda la semana, para llegar a ser profesionales.

A media cuadra de mi pensión, vivía un chiclayano de nombre Rafael, en el cuarto del servicio doméstico de otra pensión; era conocido por todos los de la facultad como un genio, buen amigo, deportista y entonces, por su vestimenta extremadamente sencilla, sabíamos que estaba pasando por serios problemas económicos.

Una soleada tarde, camino a la universidad, en el tramo desértico que separaba el campus y la zona urbana de Piura, me encontré con él y caminamos hablando de los exámenes y los cursos. En eso, a mitad de camino nos encontramos con otro amigo, Richard, que se unió a la conversación y avanzábamos entretenidos.

En cierto momento, Richard comenzó a hablar de lo que le gustaría hacer al terminar la carrera, y recuerdo claramente que, de manera noble y legítima, comentó que aspiraba a ser un buen profesional, tener su casa, su carro, formar una familia; luego de lo cual miró fijamente a Rafael y le preguntó: ¿y tú a qué aspiras?

Rafael, le dijo: ¿A qué aspiro en la vida?, ¡A ser un hombre santo!

Ese joven, es Rafael López Aliaga, hoy candidato a la presidencia del país; el mismo estudiante, genio, buen amigo, exclamando a los cuatro vientos que lo que quiere es servir a los demás, por Dios, por la patria y por las familias.

No todos podrán entender el mensaje; no a todos les interesará; no todos le creerán, por diversas razones; cada uno es libre de votar por quien crea conveniente, pero de lo que estoy seguro, es que pase lo que pase, Rafael tiene la convicción de que haciendo lo que hace, con sus virtudes y sus defectos, está intentando ser un hombre bueno y santo.