Cultura

ADN, EL MENSAJE DIVINO

A pesar de los grandes hallazgos del genoma, la complejidad de la molécula directora de toda la biología animal y vegetal está lejos del alcance de cualquier tecnología humana. ¿Qué enigmas esconde aún su código interno?

Todas y cada una de las instrucciones metabólicas necesarias para llevar adelante una vida celular activa fueron impresas, en algún momento de la historia, en una única, maravillosa y exquisitamente compleja molécula. Fuera el resultado de un largo proceso de pruebas y errores o tras un cuidadoso diseño divino, los genetistas actuales no dejan de asombrarse e indagar los enigmas que esconde el universo de la molécula protagonista de nuestra biología: el ácido desoxirribonucleico o, simplemente, ADN.

Las moléculas de ADN contienen una apabullante cantidad de información. Si nos dedicáramos a escribir toda la información necesaria para la vida que porta esta molécula (y eso incluye acciones simples tales como digerir una manzana) podríamos abastecer tranquilamente una mini biblioteca con una enciclopedia de un millar de tomos. Si pudiéramos, mediante algún método especial, desenrollar cada hebra de ADN que hay en nuestro cuerpo y las dispusiéramos una a continuación de la otra formando una cadena, la última molécula se encontraría en el gélido espacio, a una distancia ¡500.000 veces superior a la existente entre la Tierra y Luna! Y todo esto, logrado simplemente mediante cuatro núcleos químicos llamados “nucleótidos”, dispuestos de forma alternativa en la molécula; solo cuatro “letras” para el alfabeto con que se maneja todo nuestro cuerpo.

Un verdadero alfabeto humano

El código del ADN, descifrado en el célebre proyecto internacional “GENOMA”, ha sido una fuente de asombros para científicos de todo el mundo. Muchos investigadores estudian actualmente en el lenguaje genómico lo que creen pudiera ser la prueba tangencial de la existencia de Dios. Como contraparte, otros utilizan al mismo ADN como argumento indiscutible de que todos los seres vivientes procedemos de un ancestro en común.

En los últimos años muchos biólogos moleculares han intentado zanjar este sutil debate, creando grupos de colaboración junto a criptólogos, estadísticos y lingüistas entre otros profesionales con el fin de descifrar el mensaje guardado en la gran molécula.

Como resultado, no solo se ha enriquecido el conocimiento acerca del código, sino que en el año 2006 se descubrió un segundo código, superpuesto al primero. Incluso los biólogos moleculares han descubierto que el código del ADN y el lenguaje humano no son solo comparables, sino idénticos. Programas informáticos especializados lograron, mediante un proceso de fracturar la secuencia genómica en millones de partes, distinguir dichas mini secuencias como “palabras” de una gran enciclopedia.

Tras someter estas “palabras” a la Ley de Zipf, conocida en lingüística por regir la totalidad de los idiomas humanos (desde el chino hasta el español) los científicos descubrieron, boquiabiertos, que el código genético obedecía de la misma forma a dicha ley. La llamada Ley de Zipf dice que en un texto cualquiera, ya sea un libro o un artículo, la palabra más repetida aparecerá muchas más veces que la segunda más repetida, la que a su vez se repetirá mucho más que la tercera más repetida, y así sucesivamente. El código genético parece regirse por la misma ley, lo que para muchos es el mayor indicio de una inteligencia superior.

También cabe preguntarse si además de los dos códigos conocidos –aclarando que el descubierto más recientemente es de naturaleza secundaria–, existen otros lenguajes ocultos dentro del mapa genético.

ADN “chatarra” ¿evidencia evolutiva o mensaje vital?

Lidiar con algunos misterios del ADN puede ser un verdadero dolor de cabeza para los genetistas más materialistas, y el ADN “basura” tampoco es la excepción. Los científicos han descubierto que el número de genes activos en nuestra especie, y en muchas otras igualmente complejas, es simplemente irrisorio. Cerca del 96% de todo nuestro genoma es -a primera vista- inútil, pues no se le ha detectado ninguna actividad de importancia para la célula.

La explicación racional dada por algunos científicos a este hecho curioso fue que esta porción genómica es la que nos emparienta con todas las otras especies del planeta, incluyendo hongos, bacterias y los extintos dinosaurios, y que por lo tanto no juega un papel vital en las funciones celulares; en otras palabras, para los científicos evolucionistas esta similitud  demuestra el suceso de la evolución a lo largo de millones de años.

Precisamente dicha similitud genética (comprobada en todas las especies sin lugar a dudas) se ha convertido en un espejismo letal en el camino por interpretar el verdadero origen del ADN y de los seres vivos conocidos.

De hecho, los científicos ya han descubierto que el lenguaje guardado en esta parte latente podría jugar un rol importante en la vida de los organismos. Integrantes del proyecto GENOMA humano han declarado en enero de 2007 que el ADN basura, en realidad, no podría haberse originado en esta Tierra mediante procesos químicos explicables. El mismo Francis Crick, codescubridor en 1953 de la estructura doblemente helicoidal de la molécula de ADN, notó que en la naturaleza no hay indicios evolutivos más simples de la cadena de ADN, sino que la molécula simplemente parece haberse materializado de la noche a la mañana.

La molécula de la vida, una “tecnología” extrema

Los frutos logrados por la tecnología humana son poco menos que deslumbrantes. Desde los tiempos en que el hombre forjaba sus propias puntas de flecha hasta la actualidad, la humanidad ha desarrollado la capacidad de levantar edificios sobre el mar, diseñar aviones supersónicos, vigilar el espacio desde satélites y construir supercomputadoras. No obstante esto, hasta el momento, la ciencia no ha podido crear nada tan complejo que se compare ni remotamente a una célula.

La unidad básica de todo organismo se presenta como infinitamente más intrincada que cualquier supercomputadora creada hasta el momento por los humanos. Desde el experimento realizado por Stanley L. Miller en 1953 (donde consiguió formar una sopa de moléculas orgánicas mediante descargas eléctricas) hasta el presente, la ciencia no ha logrado acercarse mucho más a imitar la actividad genética. Sin embargo, la idea de que una molécula como la del ácido desoxirribonucleico pudiera evolucionar a partir de esas simples moléculas en un pasado remoto sigue fuertemente arraigada entre el círculo de científicos evolucionistas. Esto aún cuando estadísticamente se ha demostrado que la posibilidad de que combinaciones moleculares casuales pudieran haber dado lugar a la bacteria más simple en condiciones prehistóricas son de 1 en 10 elevado a la 100.000.000.000ª potencia. Esta cifra simplemente sobrepasa por mucho a la 1 en 10 elevado a la 50ª potencia, que es el límite a partir del cual los estadistas consideran como prácticamente imposible que un fenómeno suceda.

De este modo, la complejidad arquitectónica molecular lograda en el ADN, el cual contiene toda la información necesaria para que un ser viviente pueda crecer, reproducirse, alimentarse, metabolizar e interactuar con otros, se presenta como una de las maravillas más conmovedoras del universo que conocemos, una obra imposible para cualquier ser viviente terrestre o extraterrestre. Una obra divina.

 

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