Por Luciano Revoredo.-
El Papa Francisco en su tradicional discurso navideño trató extensamente el problema de los abusos sexuales. Dijo, con toda razón, que éstos deforman el rostro de la Iglesia y claman al cielo. En ese marco, el Pontífice dijo que le “gustaría agradecer sinceramente a los trabajadores de los medios que han sido honestos y objetivos y que han tratado de desenmascarar a estos lobos y de dar voz a las víctimas” y criticó a “algunos, también dentro de la Iglesia, se alzan contra ciertos agentes de la comunicación”.
De las diversas consecuencias posibles que pudo haber tenido el discurso del Papa ha habido una que es realmente sorprendente. Quizá por una mezcla extraña entre la fuerza telúrica de nuestra tierra y sus delirios de grandeza, el periodista Salinas Chacaltana se ha atribuido el imperial título de “ombligo del mundo”. De otra forma no se puede entender en qué clase de sueño de opio ha podido imaginar que las palabras del Papa Francisco podrían remotamente referirse a su persona y pretender capitalizarlas a su favor en el contexto de la querella que enfrenta por difamación y como convalidación de sus “investigaciones”.
Tal vez la clave del asunto descanse en que Salinas —y su corte de aduladores como Tola o Rosa María Palacios— han pasado por alto dos palabras claves en el discurso pontificio en relación al trabajo de los comunicadores: honestos y objetivos.
Y vamos a referirnos específicamente a su trabajo periodístico en relación al caso que ha llevado a Mons. Eguren a querellarlo por el delito de difamación. Desde el punto de vista periodístico, ¿el trabajo de Salinas ha sido honesto y objetivo?.
Las acusaciones de Salinas contra Mons. Eguren son básicamente dos: haber sido el creador y responsable de un sistema de abusos cometidos en el Sodalicio y ser el personaje central en un caso de tráfico de terrenos en Piura. Lo ha llamado, “delincuente”. En relación a lo primero, las acusaciones no se remiten a un hecho concreto ni se ha presentado ningún testigo. Todo se basa en una semblanza hecha por Martín Scheuch (de la que luego se desdijo) y el testimonio de una persona con pseudónimo. En un periodismo “honesto” y “objetivo”, ¿es esto suficiente para acusar públicamente a una persona de ser un “encubridor” y un “depredador con suerte”? Ciertamente no.
En cuanto a la segunda acusación, el sustento es un video reportaje preparado por la agencia Al Jazeera, bajo la dirección de la compañera periodística de Salinas, Paola Ugaz. El eje del reportaje son los testimonios de dos personas que, como ya hemos dicho en otras ocasiones, carecen de toda credibilidad. Una de ellas está presa y la otra acaba de ser condenada por delito de difamación justamente por el supuesto caso de tráfico de tierras.
Una vez más, ¿es esto una prueba de periodismo honesto y objetivo? En base a estas pruebas —si se les puede llamar así— Salinas no ha tenido ningún escrúpulo en embarrar la fama y el honor de una persona. Y eso no es “ejercicio de la libertad de expresión”. Porque baste el sentido común, y un poco de ética profesional, para saber que este derecho no es todopoderoso, como quieren presentarlo Salinas y su abogado Rivera.
Es un derecho democrático, nadie lo duda, y se debe defender de toda coacción. Pero nunca puede ser la excusa para avasallar otro derecho fundamental, consagrado en la Constitución, como es aquel que custodia el buen nombre y la fama de toda persona.
Lo grave de esta situación es que Salinas ahora pretende cobijarse bajo las declaraciones del Papa Francisco para validar su labor periodística. Estamos seguros que hay muchos periodistas en el mundo que merecen los elogios del Papa por haber ayudado a la Iglesia Católica a enfrentar los casos de abusos que la aquejan.
No deja de ser curioso que Salinas no comente ni se aplique una parte igualmente relevante del discurso de Francisco donde también les pide a los periodistas:
“…por favor, ayudemos a la santa Madre Iglesia en su difícil tarea, que es reconocer los casos verdaderos, distinguiéndolos de los falsos, las acusaciones de las calumnias, los rencores de las insinuaciones, los rumores de las difamaciones”. A juzgar exclusivamente por su desempeño profesional como periodista, Salinas no está ayudando en esta tarea y no tiene razones para atribuirse los elogios pontificios.