Política

NO HUBO VOTOS BLANCOS, NI NULOS, NI ABSTENCIONES

Por: Manuel Castañeda Jiménez

Quienes creen que en la segunda vuelta electoral votaron en blanco o viciaron su voto, están equivocados lo mismo que aquellos que por no ir a votar piensan que se abstuvieron. No es así, en esta segunda vuelta, el ímpetu comunista ha sido de tal magnitud, camuflado además con una imagen de reivindicación racial o de la población que se siente postergada –séalo o no –, que el voto nulo, el voto blanco y la abstención favorecían, sin lugar a dudas al candidato Castillo y a lo que hasta podría llamarse, su “banda” pro terrorista; por tanto, todos esos votos y abstenciones son en favor suyo.

Algún historiador de la Antigüedad –Heródoto, creo–, cuenta que desde tiempos remotos, en Grecia, en una de las Ciudades-Estado más expuestas, las mujeres gozaban del derecho a voto tan igual como los hombres; hasta que en una oportunidad se sometió a votación la construcción de una armada que los estrategas griegos expusieron como imprescindible para prevenir una posible invasión persa. Pero, dice, las mujeres estaban en mayoría, y votaron en contra y por destinar los fondos a otros asuntos. El resultado fue que llegaron los persas al mando de Darío, y pusieron en jaque a toda Grecia, la que se salvó, en parte, porque la flota persa casi perece toda por una tormenta, pues de otro modo posiblemente hubiera naufragado Grecia con su democracia y su filosofía. A las mujeres, por cierto, les fue negado el voto en lo sucesivo, por siglos. Sea verdad o no el cuento, sirve para mostrar cómo puede una mayoría –le tocó a las mujeres en este caso ser achacadas de culpables–, llevar a un país a una situación en extremo delicada. El historiador no cuenta qué cantidad de votos blancos o nulos, o cuántas abstenciones hubo. Pero es probable que se haya dado un fenómeno similar al que vivimos pues tiene lógica pensar que ambos sexos han de haber estado representados más o menos paritariamente.

En la segunda vuelta, el porcentaje de votos blancos, nulos y de los que se abstuvieron, pudo muy bien evitar el resultado. Hubo quienes adujeron “su honor”, “sus convicciones” para no votar por la opción democrática representada por la señora Keiko, como si lo que estuviese en juego fuera una victoria de ella o no, cuando lo que estaba en juego –y sigue estando– es la libertad del pueblo peruano o su esclavitud a los dictados de Maduro, el Foro de Sao Paulo y demás. Ese voto blanco, nulo o viciado, y esas abstenciones, tienen pues, un tufo de egoísmo muy difícil de no considerar. Más les cupo a esas personas, SUS ideas propias, SUS intereses personales o SUS sentimientos, que el bienestar del pueblo peruano. Porque si no querían a Keiko, entonces debieron votar por Castillo y no lavarse las manos para intentar quedar bien CONSIGO mismos, pues no han quedado bien con el país.

Cuando Satanás se rebeló contra Dios con el grito de “¡No serviré!” se le enfrentó San Miguel oponiéndole el de “¡¿Quién como Dios?!”. Y los ángeles se dividieron en dos bandos. Pero hubo muchos que prefirieron no optar en un primer momento por uno u otro, de modo que, tras la victoria del bien, esos ángeles tibios, que no se decidieron desde el primer momento por el bien, sino que prefirieron una posición meramente expectante para ver después por cual se inclinaban, fueron finalmente castigados por Dios –a quien nada se le escapa–, pero no precipitándolos al infierno, sino dejándolos como “demonios de los aires”, vagando por el mundo, tentando a los seres humanos y sin poder entrar al cielo, aunque sabiendo que al final, el infierno será su destino; como desgraciado será el destino que tendrán esos tibios, cuya conciencia –tal vez no a todos– les remorderá muy largamente cuando vean al país, de ganar finalmente Castillo, precipitado en un desastre económico peor que al que nos ha llevado Vizcarra con su manejo canallesco de la pandemia. Y, claro, ni qué decir de aquellos que desde altas esferas estuvieron haciendo lo posible porque el señor Castillo gane la elección, por acción o por omisión culpable.

Claro que no es esta la primera vez que un pueblo opta por ponerse al borde del suicidio. Porque otra cosa no puede decirse del resultado electoral. Si bien el voto por la señora Fujimori (¿o Villanella?) fue en su mayor parte un voto ideológico –como es obvio por la intensa campaña desplegada para identificarla con una posición anticomunista y antiterrorista–, no se puede decir lo mismo del voto producido a favor del señor Castillo. Baste con apreciar que en las elecciones del 2016, los mismos departamentos en que el candidato comunista obtuvo esta vez preponderancia, votaron más bien por el señor Kuczynski, acendrado representante de la “derecha pro empresarial” como trataron de tildarlo. Una inmensa cantidad del voto por Castillo no fue, por tanto, por él, sino contra Keiko, repitiéndose lo del 2016; solo que al votar por él, le están entregando el país a los lobos que bien pueden despedazarlo.

Se ve que de nada valieron las advertencias, amonestaciones ni los intentos de abrir los ojos de la población sobre el peligro de un ascenso manifiestamente comunista al poder. De nada valió que se mostrase el estado deplorable en que se encuentra la hermana República de Venezuela gobernada por los mentores ideológicos del señor Castillo, o que se mostrase el supino grado de ignorancia de él, al punto que no se entiende que ostente el título de profesor que todo indica que no lo ha ejercido sino brevemente, además. Pudo más el voto en contra, que cualquier otra consideración.

De hecho, no está todavía todo dicho cuando escribo estas líneas. Las numerosas denuncias de fraude que se va haciendo cada vez más notorio, pueden conllevar a una inversión final de los resultados preanunciados y que dan como victorioso al señor Castillo y con él a los discípulos de Abimael y Cerpa Cartolini. Pero, sea cual fuere la conclusión de este preocupante episodio de nuestra historia, el gobierno que resulte cometería el peor de los errores si pretende dar pasos que incidan en dividir más profundamente el voto. No le quedará sino dedicarse solamente a administrar el país y tratar de hacerlo correctamente. Pues si pretenden imponer reformas de profundidad, se toparán, a no dudarlo con una fuerte corriente adversa. No coincido con algunos comentaristas que señalan que el país está “dividido”. Solamente está dividido en cuanto al voto; y eso ya sucedió en el 2016, sin que el país se enfrascase en una guerra civil ni mucho menos; las tensiones se concentraron en el Congreso y el Poder Ejecutivo, dando por resultado, por desgracia, el infortunado y corrupto régimen de Vizcarra. Esperemos que esta vez, los congresistas actúen con más seso y recuerden que su obligación es con todo el Perú y no solo con sus intereses partidarios que, por legítimos que puedan ser, no pueden anteponerse a los deberes para con la Patria y el pueblo peruano todo, desde el más grande hasta el más chico. Por supuesto, si es que las denuncias de fraude no siguen tomando cuerpo, y al final acaben anulándose las elecciones de la segunda vuelta y debamos ir a un nuevo proceso en que no quepan dudas de su limpieza y transparencia.

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