
Por: Luciano Revoredo
En el año 2018, publiqué en este portal un artículo titulado “Cuando atacar a la Iglesia es un negocio” (que recomiendo leer), donde expuse la utilización de estrategias globales para desacreditar a la Iglesia Católica. Este artículo se centraba en casos específicos y personajes como Pedro Salinas, quien estaba implicado en proyectos internacionales que bajo la apariencia de buscar justicia para las víctimas de abusos, en realidad servían para atacar y destruir a la Iglesia, especialmente a sus sectores más conservadores.
El artículo citaba documentos clave como el “Acuerdo de Varsovia 2017”, donde se detallaban objetivos para presionar al Vaticano y a la Iglesia Católica a nivel global. Entre los objetivos destacaban la eliminación de protocolos internos de la Iglesia sobre estos crímenes en favor de adoptar recomendaciones de la ONU, y la persecución legal de la Iglesia por crímenes contra la humanidad. Estos documentos evidenciaban una coordinación internacional para debilitar el poder de la Iglesia Católica.
En ese momento, ya habíamos advertido que estas acciones no eran solo sobre justicia para las víctimas, sino parte de una estrategia más amplia para reformar la Iglesia desde una perspectiva progresista. La campaña contra figuras como Monseñor Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima que ya percibíamos en esos tiempos y lo anunciábamos, era un claro ejemplo de esta estrategia.
Avanzando al presente, en 2025, vemos cómo estas campañas se han intensificado y estructurado incluso desde el Vaticano mismo. Vemos estos avances a través de investigaciones periodísticas y documentales que buscan destacar las fallas de la Iglesia en manejar casos de abusos y se ha logrado una presión significativa, muchos de estos casos no son documentados, simplemente se destruye la imagen de alguien incómodo al progresismo y ya no hay vuelta atrás. En la mayoría de los casos las “víctimas” permanecen en el anonimato o denuncian hechos sucedidos décadas atrás, ya prescritos para la justicia terrena pero imperdonables en la iglesia.
También hemos visto como se han iniciado procedimientos en tribunales nacionales e internacionales contra líderes eclesiásticos conservadores. Desde el Vaticano, se han promovido reformas en la Curia Romana y en las diócesis a nivel mundial que favorecen una Iglesia más abierta y menos rígida en sus dogmas. Esto ha incluido el reemplazo de cardenales y obispos conservadores por figuras más progresistas, como se ha visto en recientes nombramientos en América Latina. En el Perú concretamente sufrimos la presencia de una jerarquía mayoritariamente tomada por el progresismo con algunos representantes realmente deplorables como el propio cardenal Castillo arzobispo de Lima.
Este giro en la política vaticana ha creado un escenario donde, irónicamente, quienes en el pasado criticaban la influencia de la Iglesia sobre la sociedad ahora se presentan como sus reformadores o incluso “salvadores”, impulsando cambios que alinean a la Iglesia con ideologías progresistas. Lo que en 2018 advertíamos como una manipulación estratégica para debilitar a la Iglesia tradicional desde dentro, ahora es una realidad palpable, con una evidente campaña que busca remodelar la Iglesia en un “mundo al revés” donde los enemigos de antaño son los reformadores de hoy, los defensores de la integridad de la iglesia, los papistas más papistas que el Papa.
Basta ver al Papa rodeado de víboras como Paola Ugaz, Pedro Salinas o el conocido satanista José Enrique Escardó, que por cierto es más coherente que los anteriores.
La Iglesia tiene un solo Salvador.