
Por: José Antonio Anderson
La insana teoría de la superioridad de la raza aria llevó a los nazis alemanes a despreciar a otros pueblos. Particular odio se dirigió hacia los judíos y eslavos. La envidia por la prosperidad de los judíos era manifiesta, al tiempo que los eslavos polacos eran objeto de ira por ser el pueblo más católico de Europa. Ello resultó un reflejo de lo acontecido entre dos hermanos de sangre: “Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. Yahveh dijo a Caín: «¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.» (Génesis 4, 2-7)”.
Este pueblo alemán tan culto, pero increíblemente dominado en ese entonces por un partido racista, ocultista y sectario, alimentado por una perversa ideología fanática y genocida, resultó ser el Caín para Polonia, su hermano. La supuesta necesidad de un espacio vital y la envidia de poseer el territorio de sus vecinos, pues para el envidioso nada es suficiente, sumado al extremo del egoísmo de considerarse una raza superior con derecho a todo, y a los demás pueblos como sub humanos, supuestamente sin derechos, se concretizó en una brutal agresión.
Es así que antes del amanecer del 1 de septiembre de 1939, un siniestro e imparable ejército de vanguardia, compuesto por cientos de tanques Panzer, precedidos por centenares de bombarderos en picado Stuka, cuyas sirenas características causaban pánico y estupor en la población polaca, se lanzaron al ataque de un pueblo que militarmente se encontraba en inferioridad de condiciones e imposibilidad de resistir. Unos días más tarde, el 17 de septiembre de 2023 otro invasor venido del oriente, el ejército soviético, ingresaría también a Polonia a fin de repartirse junto a los nazis los restos de un país agonizante. Ello trae remembranzas del sentimiento de miedo y estupor que sintieron nuestros padres al salir de tierra de Egipto, cuando el Faraón decidió salir a perseguirlos al desierto: “Dijo el enemigo: «Marcharé a su alcance, repartiré despojos, se saciará mi codicia, sacaré mi espada y los aniquilará mi mano.» (Éxodo, 15, 9).”
No había transcurrido ni un mes del inicio de esta guerra relámpago cuando Polonia se rindió ante los alemanes el 27 de septiembre de 1939. El territorio polaco permanecería bajo la ocupación alemana y soviética hasta finales de enero de 1945 cuando pasó a ser una nación subyugada por la igualmente tirana Unión Soviética. Mientras tanto, la ocupación se tradujo en persecución, agonía y muerte para más de 6 millones de personas, que actualizó una vez más la actitud fratricida de Caín frente a Abel: “Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. (Génesis 4,8).”
Se instauró pues, un régimen opresivo, vejatorio de la dignidad y la vida humana como jamás lo había sido en la historia de los pueblos ocupados, ello se refleja claramente en los espantosos campos de concentración y exterminio como el de Auschwitz, en cuyo suelo se derramó la sangre de cientos de miles de judíos y polacos, asesinados a manos de quienes deberían haber sido sus hermanos alemanes, a los que el Señor también interroga como a Caín: “Dijo Yahveh a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» Replicó Yahveh: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo». (Génesis 4,10).”
En esas circunstancias, como un rayo de luz en medio de una noche oscura y tenebrosa, vivía en una granja de una población al sur de Polonia llamada Markowa, una familia compuesta por un agricultor de frutas y apicultor educado de nombre Józef Ulma, junto a su esposa Wiktoria y sus 6 hijos menores de edad, quienes se mantenían firmes en sus costumbres, tradiciones y, sobre todo, en su fe. Durante sus nueve años de matrimonio, Józef y Wiktoria educaron a sus hijos en medio de una estrecha confianza familiar, en medio de la seguridad del hogar, sostenidos por sólidos cimientos del amor y la plenitud de la alegría. Jozef era fotógrafo aficionado, y fotografió frecuentemente a su familia escenas cotidianas en la granja.
Todo cambió cuando hacia mediados de 1941 los nazis radicalizaron su política de genocidio sistemático conocida como “la cuestión final judía”, encaminada a asesinar y exterminar masivamente a todos los judíos europeos posibles. En el verano y otoño de 1942, la policía nazi deportó a varias familias judías de Markowa a los campos de concentración y exterminio. Los únicos judíos que pudieron sobrevivir fueron los que se refugiaron en casas particulares y se mantuvieron escondidos en áticos y sótanos, inmersos en la ansiedad de la clandestinidad y enfrentados a la contingencia de ser descubiertos en cualquier momento.
Ocho judíos acudieron a Józef y Wiktoria Ulma, seis miembros de la familia Szall incluidos el padre, la madre y cuatro hijos, así como las dos hijas de Chaim Goldman. Los Ulma se habrían preguntado en ese instante ¿Qué hacer? ¿Cómo proceder? Pero no acogerlos iría contra el mandamiento universal que nos ordena “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. (Lc. 10, 27).” No tardaron en optar coherentemente por imitar la actitud del buen samaritano, contraria a la actitud de Caín, que, al encontrar a un hombre en el camino, víctima de haber sido herido por ladrones, procedió consecuentemente: “Un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. (Lc. 10, 33-35).”
Los Ulma acogieron con amor a esos ocho judíos en su casa aun sabiendo los riesgos que ello suponía para sus propias vidas y la de sus hijos. Vivieron juntos un año y medio, cocinando y compartiendo los alimentos. Atrajeron la bendición de Dios y sus huéspedes judíos sintieron la mano piadosa del Señor. Ante las dudas y los temores buscaron consuelo en la promesa del Señor: “¡Dichoso el que cuida del débil y del pobre! En día de desgracia le libera Yahveh; (Salmo 41, 2).”
Un policía alemán, que se había apoderado de los bienes inmuebles de la familia Szall, no dudó en denunciar a los Ulma ante los nazis por acoger judíos en su granja. Este sujeto quería asegurar que nadie reclamase legalmente en el futuro dichos predios. Así, en la madrugada del 24 de marzo de 1944, una patrulla de la policía alemana llegó a la granja de los Ulma. Los alemanes ingresaron violentamente a la casa, descubrieron y asesinaron a balazos a los ocho judíos que estaban escondidos en el ático. Luego, mataron a Józef y a Wiktoria. Los seis niños fueron asesinados seguidamente sin piedad ni miramiento.
Wiktoria estaba embarazada en los últimos meses de gestación, como refiere un testigo que, al trasladar el cuerpo de la madre, pudo ver la cabeza de un bebé a punto de nacer entre sus piernas. Para el bebé en el vientre, se produjo el bautismo de sangre de su madre mártir, aquel bautismo que obtiene una persona por medio del martirio. Esa madrugada los Ulma se abrazaron al agua y a la sangre que brota del Corazón traspasado del Señor Jesús, se fusionaron al manantial abismal de Misericordia, esa misma mañana la familia completa ingresó al Paraíso.
Con su heroica vida y con la coherencia de sus actos, los Ulma demostraron al mundo que este hecho no era fruto de un breve instante, de un sentimiento temporal o de un entusiasmo pasajero, sino que era el corolario de la vivencia del amor. Ellos amaron constantemente, hicieron las cosas ordinarias con un amor extraordinario, llevaron el amor a la acción.
¿Qué debemos responder nosotros cuando el hermano nos pide que le acojamos? Porque después tendremos que comparecer para enfrentar a otro cuestionamiento mayor, proveniente del propio Señor, cuando nos pregunte “¿Dónde está tu hermano?” pues ciertamente no debemos contestar “«No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” Nosotros, por el contrario, debemos responder como los Ulma: “Yo sí soy guardián de mi hermano”.
Han transcurrido casi ochenta años hasta que el pasado domingo 11 de septiembre de 2023, en Markowa, la familia completa de los Ulma ha sido beatificada por la Iglesia, incluyendo al nonato. Es la primera vez en que se beatifica a una familia entera. Toda una familia que alcanza su ingreso al catálogo de los mártires, y con la beatificación llega a los altares, pero, sobre todo, toda una familia que amó hasta el extremo.