Política

ATRAPADOS POR UNA IZQUIERDA DESILUSTRADA

Por: José Antonio Olivares

Jorge Vílchez es profesor de Historia del Pensamiento en la Universidad Complutense y autor del libro ‘La tentación totalitaria’. En un reciente artículo  “La izquierda  Desilustrada” nos cuenta que uno de los tópicos más falsos que corre por la cultura es que la izquierda es heredera de la Ilustración. Lo dicen sin saber qué fue la Ilustración y, lo que es peor, sin reconocer qué es hoy la izquierda.

Es verdad, los socialistas y sus variantes son herederos del despotismo, definido por el engolamiento de estar en posesión del modelo social más adecuado para el progreso, y la obligación de asumirlo por parte del resto de la sociedad. En esa obsesión idealista por transformar lo existente (aunque la gente no quiera) conviven dos ejes: la moral y la idea de progreso. Si reflexionamos un poco, la oferta de Castillo es el cambio (pero no explica que cambio, además e cambio no siempre es para bien).

Lo estamos viendo y lo vivimos ahora mismo, al final de la segunda vuelta. No existe ni ha existido la estrategia  de animar el voto a través de la esperanza en un gobierno de izquierdas. Esto es, nunca han tenido  un mensaje positivo y racional.

El motivo es que los socialismos no dan más de sí. Tienen un mensaje gastado que sólo sirve para las emociones, (el voto recolectado por Castillo es emocional y autodestructivo) pero que no da de comer, ni genera empleo, ni mantiene empresas, ni atrae inversiones, ni da libertad, ni garantiza los derechos, ni sirve para controlar el poder o asegurar la independencia de la prensa. Todo lo contrario.

Perú Libre, han echado mano de sus dos motores: el miedo y el odio. Nuevamente lo afirmado por Jorge Vílchez, calza textualmente; no hay ilustración ni ciencia en eso, sino emoción. Esta es una constante de la izquierda, en la que todo es cuestión de voluntad (“sí se puede”) y de percepción de la realidad. Con este planteamiento en el que todo es cultural y social, la ciencia y la naturaleza no existen.

En el Perú, la izquierda nuestra es también una izquierda desilustrada, todo es interpretable. Y, por tanto, político. Si es político, es conflictivo. Y, en consecuencia, relativo. Este caos filosófico de la izquierda tiene como resultado un conjunto de eslóganes emocionales vacíos como programa. Y la gente  aún no termina de darse cuenta, analicen NO MAS POBRES EN UN PAIS RICO. Como si la riqueza estuviera en los arboles…

Para Jorge Vílchez, la izquierda define sus intenciones a través de la moral y la idea de progreso. Pero no sabe definir ninguna de las dos. No puede decir qué es moral porque a su entender todo es interpretable y relativo, por lo que su moral es no tenerla. En el momento en el que se quieren fijar las políticas públicas por la moral (por ejemplo, más justicia social) hay que definir por qué, a quiénes, cuánto y para qué de una forma coherente y duradera. No es moral lo que es efímero. La moral es permanente. De no ser así, la política basada en ella se convertirá con el tiempo en inmoral.

Quizá esto no se entienda entre la mayoría. Pero lo que le queda al peruano que Pedro Castillo defiende el reparto de la riqueza y quitar a los ricos para dárselo a los pobres, pero ha aumentado su patrimonio por seis en seis años, gracias a las subvenciones sindicales y a sus prácticas empresariales  o a su vicepresidente, Dina Boluarte que vive al mejor estilo Burgués, frecuentando restaurantes y pagando universidades privadas a  sus hijos. No se puede predicar la justicia social como moral obligatoria, pero llevar una vida inmoral, según esa misma idea.

Sucede lo mismo con  la idea de progreso. Es el principio más importante desde la Ilustración, considerado por algunos filósofos como la religión secular contemporánea. Es el destino de la Humanidad al que se debe sacrificar todo, empezando por la libertad, como señalaban los roussonianos, los jacobinos y los comunistas desde 1789. La culminación de ese propósito necesita una buena dosis de ingeniería social, que consiste en un aluvión de legislación y coacción para amoldar el orden social al proyecto político. NUEVA COSNTITUCION.

La izquierda entiende por progreso avanzar a toda costa hacia la consumación de su proyecto. En ese plan sobran las personas, las instituciones, las costumbres, las culturas, las religiones, los partidos o la filosofía que se opongan a su idea de progreso. De ahí que afirme en mi libro La tentación totalitaria, con toda rotundidad, que la izquierda es enemiga de la libertad y que tiene un alma totalitaria.

Ni es moral ni es progreso. Y eso por no hablar de su apoyo a los nacional populismos trasnochados como los movimientos subversivos o del blanqueamiento de la corrupción como en el caso de Cerrón y Bermejo, por mencionar solo algunos casos, que solo  busca satisfacer la ambición de poder. La izquierda es una contradicción emocional, dirigida, como siempre, por  caviares, burgueses y millonarios, de dudosa factura.

En la izquierda sólo hay una estrategia para llegar al poder. La apelación emocional funciona cuando el emisor es coherente con la virtud que predica. Y no es el caso. La socialdemocracia sensata, aquella que razonaba y tenía respeto por el sistema, fue un grupúsculo del siglo XX que hoy no pinta nada. El Pedrismo  ha ocupado su lugar, haciendo evidente que no hay superioridad moral, ni intelectual, ni cultural sobre la derecha.

No cuela el que la democracia sea que gane la izquierda. Tampoco la libertad es cosa suya, sino todo lo contrario. La realidad escapa a su marco mental. La gente ha percibido que la libertad es el motor del progreso, no la ingeniería social, el puritanismo, la corrección política, el conflicto entre sexos, el expolio fiscal, el ecologismo cuqui o el cansino desborde emocional que practica la izquierda. Así lo describe  Vílchez, y se aplica a nuestra realidad.

La izquierda desilustrada puede ser incendiaria. No sería la primera vez. Es capaz de arrasar con todo con tal de tener protagonismo. La resistencia de la realidad a las aspiraciones políticas de los socialistas y compañía empujan al incendio que enlodan la democracia y lo llenan todo de rencor. Por eso sus mesnadas marchan blandiendo machetes y  conjurando fusiles.

Pierda o gane las elecciones, sería conveniente que la izquierda iniciara una reflexión que la devuelva a la cordura, a constituir una opción útil para el bien general del país.

 

Fuente.- Jorge Vílchez es profesor de Historia del Pensamiento en la Universidad Complutense y autor del libro ‘La tentación totalitaria’.

 

 

© Café Viena

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