Política

A NADIE LE GUSTA SENTIRSE AMENAZADO

Por: Manuel Castañeda Jiménez.

A nadie le gusta sentirse amenazado. Ese es, probablemente, el mayor de los errores cometidos por los gobernantes del Perú y los líderes políticos de las últimas décadas: no se cansan de lanzar amenazas durante las campañas electorales ni una vez ascendidos al poder. Probablemente ése sea el mayor de los errores políticos cometidos por el Presidente Castillo y los suyos; y es, con seguridad, el factor que más inestabilidad genera. Porque es obvio: quien se siente amenazado de cualquier cosa que sea, se sabe en peligro de perder algo de su libertad o de su patrimonio, y eso dispara las antenas, lleva a levantar y fortificar defensas y hasta a atacar primero de ser posible.

Hoy, lo que vivimos en el Perú es un mar de amenazas cruzadas, algunas explícitas y otras que hay que ser tonto para no darse cuenta de ellas: el Presidente amenaza al Congreso con cerrarlo, y el Congreso con vacar al Presidente. El Presidente amenaza a los diarios y a la prensa en general, y como es lógico, estos reaccionan. Los mineros se sienten amenazados, los empresarios se sienten amenazados, el poblador común se siente amenazado no solo por la tremenda inseguridad ciudadana existente, sino por la incertidumbre del futuro, por el alza de precios, por la pérdida de su trabajo, por eventuales arbitrariedades del Estado que se suman a las continuas amenazas de parte de los entes estatales que parecen lobos sedientos de sangre al acecho de que el ciudadano cometa cualquier error para caerle encima y exprimirle todo el dinero que se pueda, y en lo cual los municipios y la administración tributaria son cada vez más expertos.

Ni qué decir de todos los empleados y funcionarios públicos que ante el cambio de ministro (cosa en la que el presente gobierno se ha lucido), ven sus puestos o posiciones logradas pendientes de un hilo y con ello el riesgo de no poder llevar pan a su casa. Hasta el conductor de un vehículo se ve constantemente amenazado ya no solamente por los demás conductores al quedar sumergido en el infierno del tránsito vehicular de las grandes ciudades, sino también por el desorden de las motos y mototaxis que lleva a todos a pugnar dentro de lo que parece un “sálvese quien pueda”; y a lo que se suma la amenaza de los rompemuelles sin pintar, que de pronto se multiplican hasta en las avenidas y con alturas de pesadilla; para colmo, en una ciudad en que impera tanto desorden y obstáculos puestos por los municipios, ahora pretenden obligar a los vehículos a disminuir más la velocidad, afectando las economías; y ni qué decir de los peatones, expuestos a la amenaza de los vehículos que no ven las horas de encontrar algo de vía libre para acelerar o buscan recuperar tiempo perdido generando situaciones de riesgo por montón.

Amenazan los servicios públicos con los cortes de sus suministros; y a la policía no se la ve ya tanto como una protección sino como una amenaza que seguramente se acerca para pedir dinero. Y, en general, todo el mundo se siente amenazado por casi todo el mundo y de mil formas, produciéndose una desconfianza brutal entre los individuos, y una desconfianza absoluta respecto del Estado. De ahí a la pérdida de principios y a la corrupción hay solamente un paso. Por desgracia, muchos dan ese mal paso, dentro y fuera del Estado. Con lo cual, se produce una falta total de respeto de unos para con otros, desaparece el principio de autoridad y las leyes solo sirven para empapelar paredes o, cuando mucho, para ver cómo se usan para defenderse o atacar al enemigo.

Se vive, pues, en una zozobra constante. Es un estado de cosas (no podría decirse que es un orden de cosas) que está llevando a la disolución de la sociedad como tal; a la transformación de la sociedad en un conjunto de individuos agrupados dentro de un territorio, pero sin real conexión entre unos y otros que los conduzca hacia la forja de una cultura o civilización común.

Si no se pone fin a este estado permanente de amenaza no habrá forma de reducir la corrupción ni pacificar el país. La fuga de capitales al inicio de este gobierno, no ha sido sino consecuencia del sentirse amenazados muchos ciudadanos. Ya no se trata de remontarse a las raíces históricas de lo que vivimos. Habrá mejor momento para esa clase de análisis. Ahora de lo que se trata es de revertir esa situación de amenaza constante. El país necesita que sus líderes y quienes ocupen cargos de dirección en el Estado o alcancen posiciones notorias, lejos de seguir blandiendo amenaza tras amenaza, brinden un hálito de esperanza que permita recuperar fe en el futuro de la Patria. No de otro modo es que obtendremos la paz interior del Perú y, con ello, asentar la base más importante para hacer la felicidad de nuestros pueblos.

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