
Por: Luciano Revoredo
Cuando Piérola definió al Perú como un “país de desconcertadas gentes”, lo hizo con gran acierto. Quizás nada más peruano que la falta de orden, es decir de concierto.
Los espacios que debieron ser tomados por una clase dirigente ilustrada, por una aristocracia en el sentido platónico del término, es decir por líderes que orientasen la sociedad en función de su sabiduría y virtud, con el objetivo de buscar el bien común y no de intereses particulares, han sido ocupados por la hez de la sociedad, por un lumpen politizado que se arrebata a dentelladas lo que queda de una república canibalizada por la baja política.
La delincuencia común, el crimen organizado y el terrorismo se han enseñoreado y llegado por turnos a los más altos cargos para mancillarlos.
Los gobiernos de Toledo, Humala, Kuczynski, Vizcarra, Castillo y el castillismo maquillado, que ahora nos gobierna, han sido con altibajos el caldo de cultivo de esa decadencia moral que ha enfangado al país.
Las instituciones han sido degradadas, puestas al servicio de los más protervos fines. La frivolidad y corrupción desenfadada de Toledo, las pellejerías de Humala, los lobbies y rapacerías de Kuczynski, la destrucción de las instituciones, la captura del estado, la corrupción y el desprecio por la vida de Vizcarra, todos estos con la complicidad de una caviarada parasitaria y presupuestívora, fueron los que hicieron el camino para la llegada al poder de un aliado del terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado como el lumpenesco Pedro Castillo.
El italiano Michelangelo Bovero, profesor de filosofía política de la Universidad de Turín y autor de numerosos libros, acuñó el vocablo kakistocracia, del griego kàkistos (el peor) y kratos (gobierno). Es decir, el gobierno de los peores, de los más incompetentes.
Generalmente se llega a la kakistocracia tras un constante desprestigio de la política y del arte de gobernar, es entonces la hora de los ineptos, de los pigmeos morales y los arribistas. Los más calificados no quieren “ensuciarse” en la política y se da un gobierno rapaz, indecoroso y pernicioso. Hace varios años estamos en esa etapa. A eso nos ha llevado el desconcierto.
Cicerón en su Discurso contra Verres dijo: «Los pueblos que no tienen solución y que viven ya a la desesperada, suelen tener estos epílogos letales: los condenados son rehabilitados en todos sus derechos, los presos son liberados, se permite regresar a los exiliados y se invalidan las sentencias judiciales. Cuando esto sucede, no hay nadie que no comprenda que ese es el colapso de tal Estado y donde eso acontece nadie tiene ya esperanza alguna de salvación».
Estamos cerca de ese punto de no retorno.
Lamento tener que decir que el “constante desprestigio de la política y del arte de gobernar” empezó en el fujimorato y mal que le pese a la caviarada, ellos son los hijos bastardos de Alberto, de allí su odio a la hija legítima, de otra forma no se explica. El primer paso para reconstruir el prestigio perdido de la política es que alguno se encargue de exterminar el fujimorismo, esa supuesta fuerza política que no es más que una turba clientelar, con ninguna formación, que solo piensa resucitar un sistema completamente corrupto. Pero se requiere una escuela de formación de líderes, que se hayan formado con los clásicos Sócrates Platón y Aristóteles.