Vida y familia

¿SOMOS HOSPITALARIOS?

Por: Gabriela Pacheco

“Fui un extranjero y no me acogiste”  (1)           

 

         Hace apenas unas semanas fuimos los anfitriones de los Juegos Panamericanos Lima 2019 en la cual recibimos a más de 6 mil deportistas de 41 países para participar en 39 disciplinas. Gran expectativa causó tanto la organización como la hospitalidad. La pregunta que todos nos hacíamos era si nuestra capital iba a estar preparada para recibir a tantos extranjeros. Con el lema “Jugamos todos” se intentó involucrar a mayoría de los limeños ya que la imagen que diéramos al mundo dependía de nosotros.

Cientos de voluntarios se inscribieron para participar ayudando a la realización de los eventos deportivos, una periodista comentaba “lo valioso es aportar para dejar bien puesto el nombre del Perú“, igualmente un joven voluntario añadía que esta “es una forma de servir y ayudar a mi país, de contribuir a mejorar nuestra imagen internacional”. Para los responsables, presentar tantos bailes, tanta cultura y tanta diversidad era la mejor manera de recibir a los extranjeros y abrirle los brazos a nuestra ciudad.

En la antigüedad el tema de la hospitalidad tenía gran relevancia. Homero describe la importancia de la acogida en el relato del regreso de Ulises cuando aún si ser reconocido, le ofrecen aseo, descanso y comida. Sólo quienes tenían un corazón de hierro eran capaces de negar el pan y la sal al huésped, porque la ayuda al pobre, al suplicante o al extranjero no depende del conocimiento que se tenga de ellos, pues no es un tema de reciprocidad, sino de que se trata de piedad y compasión ante el necesitado.

Una de las parábolas más significativas del Evangelio narra «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo».

«Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo» continua la narración. «En esto llega un samaritano y se compadeció del que estaba malherido en el camino» prosigue el relato, «acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó». (2)

El pueblo peruano por tradición es hospitalario, brinda cálida acogida a los visitantes porque ciertamente, la sociedad es receptiva con los extranjeros. Somos un país que cuenta con el turismo como una de sus principales fuentes de ingresos. Miles de turistas de todas las nacionalidades vienen a pasar sus vacaciones y son recibidos con los brazos abiertos.

No es el caso de los miles de venezolanos que, en búsqueda de trabajo, comida y hogar han llegado a nuestras tierras; entonces esa hospitalidad se transforma en rechazo. Porque ¡ay si el extranjero no viene a gastar sino a pedir!   Y no es fobia al extranjero, es fobia al pobre: es aporofobia[3]. Da igual que los venezolanos que llegan al país, estén huyendo de la injusticia, de la guerra, del hambre, de la tiranía… ¡No los queremos cerca!

La xenofobia (4) no explica las reacciones negativas de muchos ante el fenómeno de los inmigrantes. Por eso ha aparecido el término “aporofobia” como la discriminación universal hacia las personas sin recursos.

En la parábola, ¿por qué ni el sacerdote ni el levita siendo ambos cultos y teniendo relación con la ley no se detienen y ayudan? ¿Qué está pasando con los hospitalarios peruanos que se resisten a recibir a los venezolanos? ¿De dónde aparece ese fastidio hacia el necesitado? ¿por qué se niegan a prestar ayuda humanitaria? ¿En qué nos molestan los venezolanos?, o lo que molestan realmente son los pobres, sean extranjeros o nativos.

Porque eso no pasa solo con los inmigrantes, sino también con los pobres de aquí de toda la vida. Los desterramos a los pueblos jóvenes, para no verlos, fuera del circuito turístico, en afueras de la ciudad, marginados en su propia tierra.

Hay un velado rechazo a las miserias del otro, se tiende a justificar la poca ayuda que se da a los menesterosos, desde el encogerse de hombros hasta pasarse de largo. Y no faltan quienes desde posturas aparentemente cristianas aseguran que ya ayudan. Estamos ante una velada apostasía que impide reconocer quién es Caín y quién es Abel.

La caridad y la compasión no solo es buscar el bien del otro, sino que es lo que nos hace más humanos. La misericordia o el conmoverse con la necesidad es lo que hizo grande a Occidente. Son los valores cristianos (los del Buen Samaritano) los que hicieron que fuera en la sociedad occidental donde se desarrollara el concepto de derechos humanos, la protección a los niños y a los refugiados.

Hoy en día la inmigración no es sólo un asunto político y económico, sino de derechos humanos y respeto a las libertades fundamentales, a la libertad de escoger dónde vivir y trabajar; sobre todo de compasión. La inmigración venezolana se ha vuelto un asunto de supervivencia en el cual los peruanos demostramos tener o no un buen corazón.

No cerremos los ojos ante la desesperación de las personas que llegan a nuestro suelo buscando libertad, paz y dignidad.

(1) Mt. 25, 43

(2) Parábola del Buen Samaritano, Lucas 10, 25-37

(3) La filósofa Adela Cortina, catedrática emérita de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia, acuñó una nueva palabra: “aporofobia”, para definir el rechazo al pobre.

(4) Dícese de la aversión al extranjero

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