Cultura

LA IMPORTANCIA DEL LENGUAJE

Por: Jeamel María Flores Haboud

Existen dos áreas a través de las cuales podemos entender la importancia transversal del lenguaje en nuestras vidas: la social y la ética. La primera se muestra en la gramática, la cual consiste en el estudio de las reglas y principios que gobiernan el uso de las lenguas. Dan cuenta, por tanto, de su estructura y organización. En su aprendizaje comprendemos la importancia de los acuerdos sociales _para la convivencia pacífica entre las personas. La gramática nunca está en juego ni es, digámoslo asi, “democrática”. No obstante, en un contexto “habitual”, debemos “someternos a la norma” si no queremos correr el riesgo de ser excluidos. La normativa de la lengua nos enseña la necesidad de formar parte del grupo; nos enseña que la vida nos antecede y que los otros priman ante el yo. Cuanto antes lo entendamos, mejor y más productivo será el desarrollo de nuestras vidas en la sociedad y, seguramente, más feliz.

De lo anteriormente expuesto, se deduce que el buen uso del lenguaje integra a la sociedad. Por eso, toda nación escoge y, muchas veces, impone una lengua, pues también hay un juego político necesario atrás de ella. Necesario porque si todos hablásemos como quisiésemos, simple y llanamente no nos entenderíamos. En ese sentido, la responsabilidad de los profesores de lingüística es grande e importante, pues en sus manos está la creación de un ciudadano que pueda vehicular su yo en consonancia con el funcionamiento armonioso de la sociedad. El dominio sobre el propio idioma implica el conocimiento de sí mismo y de su lugar en el mundo, entre, con y por los demás.

El lenguaje, no obstante, tiene también un área de integración profunda que podríamos llamar ética.

Esta es sumamente importante para el desarrollo humano. A través de ella configuramos nuestra percepción del mundo; es decir, que, en primer lugar, antes de permitirnos entrar en relación con “el otro”, ordena nuestro propio universo: lo que somos está encerrado como un enigma en la palabra: misterio y principio de todo universo. En ese sentido, y dado que sería inútil un lenguaje sin “el otro”, podemos postular un “Otro” con mayúsculas; un “Otro” que nos ordena y nos manda, que nos corrige; un “Otro” que esencialmente nos ama: Dios.

Sólo la religión venera y protege esta relación primera con un “Alguien” que nos precede y que habita nuestro interior. “La palabra de Dios” llega para salvar la distancia entre los significados que otorga el mundo -siempre en formación, siempre incompletos y fallidos- y aquellos que buscamos y defendemos como esenciales, pero que parecen diluirse en la exigencia concreta de cada día, donde el mundo nos reserva la ilusión de haber ganado la batalla. No es así, sin embargo. El empeño por ese “Otro” no se diluye jamás y esa voz habla tanto para exigir como para dar más allá de lo inimaginable.

La respuesta a nuestra aventura de vivir está en esa palabra del silencio: es aquella cuyos significantes callan o se diluyen para dejar transparentar la estructura misma del amor. El esqueleto material del signo lingüístico no puede atrapar nunca los significados abarrotados en nuestra existencia, solo ese “Alguien” puede ordenarlos; sólo ese Alguien se presenta como la esencia de la significación. Por eso, un mundo sin Dios no puede ser más que caótico. Lo curioso es que eso está ya implícito en el lenguaje. De ahí la importancia de la lingüística: de aprender su funcionamiento, de respetar su norma y de interiorizar su sentido.

Dejar una respuesta