La columna del Director

JORDI BERTOMEU: EL DISCÍPULO DE SI MISMO

Por: Luciano Revoredo

Mientras los católicos del mundo entero vivimos con recogimiento y oración los días de luto por la partida del Papa Francisco, ofreciendo misas por su alma y rezando por el próximo cónclave, hay quienes, en vez de recogerse, parecen aprovechar el momento para exhibirse. Tal es el caso del sacerdote español Jordi Bertomeu Farnós, quien —lejos de guardar la mínima sobriedad que impone el momento— se pasea por medios de comunicación afines dando entrevistas que poco tienen de edificantes y mucho de autorreferenciales.

En lugar de honrar con silencio y respeto al Pontífice que tantas veces dijo admirar, Bertomeu ha optado por hablar… y hablar mal. Mal de la justicia peruana, mal de quienes no piensan como él, mal de aquellos que —con fundamento— lo han cuestionado. Y en cada entrevista, comete errores de forma y de fondo, que evidencian no solo una profunda ligereza, sino una preocupante obsesión por sí mismo.

Quien fue enviado del Papa a investigar abusos en distintas diócesis, hoy parece querer presentarse como una suerte de “discípulo amado”, como si hubiese sido el confidente personal, el más cercano, el más querido. Pero los hechos desmienten tal narrativa. Ni el Papa Francisco lo nombró obispo, ni le encargó misiones permanentes, ni lo sostuvo públicamente ante las numerosas críticas que recibió por su estilo prepotente y falta de rigor jurídico. Sin embargo, él insiste. Se aferra al recuerdo de una cercanía que parece más una construcción personal que un hecho objetivo.

Lo curioso es que esas entrevistas, donde “mete la pata” una y otra vez, no son hechas por periodistas rigurosos, sino por amigos suyos con los que comparte vino, risas y, según se sabe, más de una sobremesa alegre. Un circuito cómodo donde no se le exige explicaciones, y donde se cuida con esmero que ninguna pregunta incómoda le arruine la pose. Pero por más que intente controlar el relato, el clima es otro. Y el momento también.

La Iglesia vive horas cruciales. El mundo observa con atención lo que ocurrirá en el cónclave. Y mientras tanto, Bertomeu parece más preocupado por asegurarse un lugar en el próximo escenario que por guardar el luto debido. ¿Habrá tomado conciencia de que su tiempo podría estar llegando a su fin? ¿Teme que el nuevo Papa, al revisar su actuación y sus controversias, decida prescindir de su estilo divisivo y poco fraterno?

La vanidad, cuando no se contiene, se vuelve grotesca. Y en tiempos de duelo, la falta de mesura se nota más. El futuro Pontífice verá, sin duda, quién supo estar a la altura del momento y quién aprovechó la coyuntura para venderse a sí mismo como si fuera insustituible.

Porque una cosa es el afecto sincero, y otra muy distinta es montarse sobre el dolor ajeno para proyectar una imagen de grandeza que los hechos no respaldan.

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