
Por: María Ximena Rondón
En cada Semana Santa, reflexionamos sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, y quizás parezca repetitivo, pero, además del recordatorio, es una oportunidad para profundizar en quién es Jesús de Nazaret. Cada año es una nueva arista por descubrir, y así no quedarnos con una imagen etérea o lejana.
Por ello, me animo a presentarles una faceta sobre el Hijo de Dios: Ser consecuente.
Aunque muchos sostengan que el catolicismo es para gente anticuada, si analizamos con detenimiento el comportamiento de la sociedad actual, aún encontramos a los fariseos hipócritas: la gente que vive de apariencias, sin escrúpulos y que atacan al que levanta el velo tras sus engaños. Piensen en algunos políticos y personajes de la farándula para mejores ejemplos.
También tenemos a los Pedros: aquellos que prometen realizar una cosa y en el momento decisivo, el valor les abandona y traicionan lo que creen. Aunque siempre existe el camino de la redención.
Y está Jesús. Hay un diálogo de la Pasión que me fascina por su contenido filosófico, teológico y espiritual: Cuando Pilato está interrogando a Jesús, quién le responde: Yo Soy.
A lo que Pilato pregunta: “¿Qué es la verdad?” (Pueden leer la conversación completa en el capítulo 18 de Juan).
Todos nos hemos hecho (y hasta llorado al hacerlo) esa pregunta: “¿Qué es la verdad?”. Jesús señala que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Quiero enfatizar en el “ser verdad”.
A lo largo del Evangelio, Cristo siempre ha demostrado ser consecuente con lo que dice y lo que hace. En sus palabras hay sinceridad. Incluso cuando cita los pasajes del Antiguo Testamento, que se refieren a los acontecimientos que ocurren respecto a su persona.
El momento de la oración en el Huerto de los Olivos fue decisivo para que Cristo demostrara su “ser consecuente”. Suda sangre debido al miedo por lo que sabe qué ocurrirá: imagínense que los van a flagelar, humillar, crucificar y morir ¿Cuántos creen que podrían resistir todo eso? ¿Cuántos se echarían atrás? Recordemos que Jesús tenía naturaleza humana y sintió miedo. Sin embargo, sabía cuál era su misión y decidió abrazarla porque valoraba su significado, porque creía en ella y tenía una convicción firme en ella.
En ningún momento Jesús renuncia a sus ideales y siempre actúa en consecuencia con lo que predica.
¿Cuántos rogamos por algo de consecuencia en el mundo? Por ejemplo: cada vez que nos quejamos de los políticos prometedores, pero que terminan siendo una decepción, o de las personas que nos engañaron, cuando aparentaban ser buenas.
Es por eso por lo que Jesús representa ese faro de esperanza en un mundo plagado de mentiras y es un modelo para imitar. Hay que considerarlo, si queremos construir el país y la sociedad que tanto queremos.
Cristo es una inspiración para expresar lo que sentimos, para levantar la voz cuando no nos agrada alguna situación, para no dejarnos influenciar por malas personas. No hay que tener miedo de ser quienes somos, al “ser verdad”. En ese “ser verdad”, no hay espacio para la hipocresía. Atrevámonos a llevar una vida consecuente. Eso nunca será anticuado.