
Por: Alfredo Gildemeister
Aquella nublada mañana del día 8 de las calendas de noviembre del año 63 AC, el primer cónsul de la República de Roma, Marco Tulio Cicerón de 43 años de edad, pidió el uso de la palabra ante el pleno del senado. Cicerón no solo era un gran abogado con un prestigio bien ganado por las brillantes defensas que solía brindar a sus clientes, sino también por su gran capacidad oratoria. Esa mañana Cicerón estaba decidido a denunciar ante el senado la vil conjuración que el senador Lucio Sergio Catilina había planificado con sus seguidores con mucha anticipación, para saquear Roma y tomar el poder. Catilina era un reconocido patricio y senador romano, compañero desde la infancia de Cicerón, así como de César, y siempre fue un hombre intrigante y traicionero, nada de fiar. El silencio se hizo en el hemiciclo del templo de Júpiter Estátor, en donde estaba reunido en esta ocasión el senado, y todos los senadores, incluyendo el propio Catilina, pusieron sus ojos y oídos atentos a las palabras del primer cónsul. Cicerón, puesto de pie, esperó a que el silencio fuera absoluto y que todos estuvieran atentos a sus palabras y comenzó su discurso con estos interrogantes:
“¿Hasta cuándo ya, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia? ¿Por cuánto tiempo aún estará burlándosenos esa locura tuya? ¿Hasta qué limite llegará, en su jactancia, tu desenfrenada audacia? ¿Es que no te han impresionado nada, ni la guardia nocturna del Palatino, ni las patrullas vigilantes de la ciudad, ni el temor del pueblo ni la afluencia de todos los buenos ciudadanos ni este bien defendido lugar -donde se reúne el senado- ni las miradas expresivas de los presentes? ¿No te das cuenta de que tus maquinaciones están descubiertas? ¿No adviertes que tu conjuración, controlada ya por el conocimiento de todos estos, no tiene salida?”
Cuando uno lee el comienzo de este brillante discurso, proclamado hace mas de dos mil años, ¿No podría perfectamente aplicarse al Perú de hoy? Tenemos a Castillo, esto es, todo un Catilina en el poder, que una y otra vez de manera burda, descarada y torpe, abusa de la paciencia de todos los peruanos y, adicionalmente, se burla de todos nosotros con sus “argumentos” y graves inconductas desfachatadas, por no decir delincuenciales, burlándose de la Constitución, las leyes y de la más mínima moralidad o ética de la investidura presidencial. Este Catilina peruano no se impresiona de los miles y miles de buenos ciudadanos peruanos que piden a gritos por las calles su renuncia o su vacancia inmediata. ¿No se da cuenta -o simplemente no le importa- que toda su organización delincuencial, esto es, que todas sus burdas maquinaciones ya han sido descubiertas, filmadas, grabadas y denunciadas por toda una diversidad de colaboradores eficaces, testigos y excolaboradores que las claman a la opinión pública? Como bien denuncia Cicerón, este Catilina peruano ¿no advierte acaso que sus acciones ya han sido denunciadas, que son del “conocimiento de todos”, y que “no tiene salida”?
Efectivamente, todo el mundo conoce las ilícitas acciones de este Catilina chotano pues es de conocimiento de todos los peruanos como este Catilina ha realizado y continúa realizando, apoyando, escondiendo y avalando a toda una relación de Catilinas con prontuario que lo rodean y apoyan. Así lo proclama Cicerón en su brillante discurso: “¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! El senado conoce todo eso y el cónsul lo está viendo. Sin embargo, este individuo vive. ¿Qué si vive? Mucho más; incluso se apersona en el senado; participa en un consejo de interés público; señala y destina a la muerte, con sus propios ojos, a cada uno de nosotros. Pero a nosotros -todos unos hombres- con resguardarnos de las locas acometidas de ese sujeto, nos parece que hacemos bastante en pro de la república. Convenía, desde hace ya tiempo, Catilina, que, por mandato del cónsul, te condujeran a la muerte y que se hiciera recaer sobre ti esa desgracia que tú, ya hace días, estas maquinando contra nosotros”.
¿No estamos viviendo hoy lo mismo que hace dos mil años en la república romana? ¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! exclama Cicerón. Efectivamente, ¿Qué ésta pasando con los peruanos que permitimos todo un latrocinio descarado de unos cuantos ante nuestras propias narices? Cicerón dice que el senado conoce de todo eso. Aquí en el Perú de hoy sucede lo mismo puesto que el Congreso de la República conoce y es consciente de estos actos de este Catilina peruano y su gentuza, ¡y no logra reunir 87 votos para vacarlo y sacarlo de una vez por todas de la presidencia! Como bien dice Cicerón, el descaro de Catilina no tiene nombre puesto que se apersona en el senado; participa en un consejo de interés público, etc. El Catilina que tenemos en el poder asiste al Congreso y a los actos públicos como si no pasara nada y continúa avalando escandalo tras escándalo, victimizándose descaradamente, cuando todos los peruanos, especialmente los más pobres y humildes, son las verdaderas víctimas de este latrocinio.
Cuestiona lo obvio Cicerón cuando pregunta: “¿Así pues Catilina, ¿Qué razón hay ya para que sigas mas esperando, cuando ni siquiera la noche puede encubrir con sus sombras esos impíos conciliábulos ni una casa privada encerrar entre sus paredes los gritos de conjura cuando todo se pone claro, cuando todo salta a la vista?” (¿Serán acaso las noches en la casa del pasaje Sarratea?) “Estas atrapado por todas partes” concluye Cicerón. Es lo mismo que debemos concluir en relación al Catilina peruano impuesto en el poder por un burdo fraude. Está cada vez mas atrapado y solo le queda confiar en que no se completen los 87 votos en el Congreso. Pero eso es una cuestión de tiempo.
Cicerón proclama en un momento casi de desesperación en su discurso: “¡Dioses mortales! ¿Entre qué gente estamos? ¿Qué república tenemos? ¿En qué ciudad vivimos?” Esto mismo podríamos preguntarnos y exclamar hoy los peruanos. ¿Qué le está pasando a nuestra república del Perú, a nuestra democracia, a nuestro pueblo? ¿Acaso se ha perdido la conciencia moral de nuestro pueblo? Ya basta de soportar a este Catilina peruano, ya basta. Nuestra paciencia, como la de Cicerón, se agotó. El brillante discurso de Cicerón -hoy llamado “Catilinarias”- nos demuestra que en toda época de la historia de la humanidad siempre existieron Catilinas. Luego de su brillante discurso, Catilina huyó del senado, saliendo de Roma con sus seguidores, para terminar después de unas semanas de resistencia, derrotado y muerto en las afueras de Roma. Así terminan los Catilina. Por eso, ya basta de este Catilina y de tantos Catilinas como tenemos hoy en el Perú. ¡Ya basta! ¡Despierta Perú!
Tan cierto como tanto el descaro y la sinverguencería, que sabiéndose culpable no le importa ni arrastrar a su familia y a todos sus ministros que huirán como cualquier catilina del pasado porque no son dignos de aceptar su responsabilidad y asumir las consecuencias de sus actos. El poder le ha ensoberbecido y a sus felones que no miden la responsabilidad que tendrán que pagar por unas monedas de hoy.
¿Será que los dueños del Perú, le han dado permiso y tiempo para sus sucias jugarretas? El despertar reclamado contra el sombrerudo, difícilmente se va a producir, mientras los restaurantes cuyos platos están por encima de S/ 75 tengan comensales de la clase media que está gastando en esas vanidades cts y afp, ese despertar no se producirá, el día que se acabe la bonanza, dólar a 4 y pollo a 16, ahí tal vez algunos se levanten. O
Pero ¿qué podemos esperar de una generación que vivió viendo a laurabozo y los comicosambulantes? El tan alabado fujimori, es causante de la pobreza intelectual que no ha hecho más que acentuarse.