
Por: Luciano Revoredo
El fallecimiento del Papa Francisco, marca el fin de un pontificado que, no se puede negar, ha generado intensos debates dentro de la Iglesia Católica. Su papado, iniciado en 2013, ha sido un período de desafíos y tensiones, caracterizado por decisiones que en muchos casos han suscitado críticas por su aparente desvío de la tradición doctrinal y litúrgica que ha sostenido a la Iglesia durante siglos.
Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio, asumió el trono de Pedro con un estilo pastoral que, en sus palabras, buscaba acercar la Iglesia a las periferias, promoviendo una imagen de humildad y cercanía con los fieles. Sin embargo, para muchos católicos, este enfoque a menudo pareció priorizar la forma sobre la claridad doctrinal, generando confusión en temas fundamentales de fe y moral. Su énfasis en la misericordia, aunque admirable en su intención, fue percibido por muchos como una relajación de los principios que han definido la identidad católica.
Uno de los puntos más controvertidos de su pontificado fue la exhortación apostólica Amoris Laetitia (2016), que abrió la puerta a interpretaciones que parecían flexibilizar la enseñanza tradicional sobre el matrimonio y la recepción de los sacramentos por parte de los divorciados vueltos a casar. Este documento representó un alejamiento de la firmeza doctrinal de papas como Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes defendieron con claridad la indisolubilidad del matrimonio. Las ambigüedades en el texto, junto con la falta de una respuesta definitiva a las dubia presentadas por varios cardenales, alimentaron la percepción de que el magisterio de Francisco carecía de la precisión necesaria para guiar a los fieles en tiempos de confusión moral.
Asimismo, su enfoque hacia la liturgia ha sido objeto de críticas. La restricción del uso del Rito Romano Tradicional (Motu Proprio Traditionis Custodes, 2021) fue vista como un golpe a aquellos fieles que encuentran en la Misa Tridentina una expresión profunda de la fe católica. Esta decisión, que contrastó con la apertura promovida por Benedicto XVI en Summorum Pontificum, generó un sentimiento de marginación entre las comunidades tradicionalistas, quienes consideran que la liturgia antigua es un tesoro espiritual que debería ser preservado, no limitado.
En el ámbito ecuménico e interreligioso, Francisco buscó tender puentes con otras confesiones y religiones, un esfuerzo que, aunque refleja el espíritu del Concilio Vaticano II, sin embargo, gestos como el documento de Abu Dabi (2019) sobre la fraternidad humana, firmado con líderes musulmanes, levantaron preocupaciones entre los fieles más tradicionalistas, quienes temían que tales iniciativas pudieran relativizar la verdad del Evangelio.
Además, un aspecto que ha generado particular inquietud entre los fieles durante el pontificado de Francisco fue su elección de ciertos colaboradores y nombramientos de dudosa calidad para cargos clave en la Curia Romana. La designación de Víctor Manuel Fernández como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe en 2023 fue controvertido debido a su historial de escritos teológicos considerados ambiguos y su aparente inclinación hacia posturas progresistas, lo que contrastó con la tradición de nombrar figuras de sólida ortodoxia para este puesto crucial. De manera similar, el nombramiento de la monja Nathalie Becquart como subsecretaria del Sínodo de los Obispos, aunque simbólico en términos de inclusión femenina, fue visto por algunos como una señal de prioridad a gestos mediáticos sobre la preparación teológica. Asimismo, la ambigüedad en el manejo de casos como el del sacerdote Jordi Bertomeu, involucrado en investigaciones de abusos pero rodeado de controversias sobre su gestión, reflejó una falta de transparencia y firmeza que alimentó las críticas hacia el liderazgo de Francisco, reforzando la percepción de un pontificado que, en su afán de reforma, a veces descuidó la prudencia y la claridad necesarias para salvaguardar la integridad doctrinal y administrativa de la Iglesia
No obstante, sería injusto ignorar los aspectos positivos de su pontificado. Su defensa de los pobres y su crítica al consumismo desenfrenado resonaron profundamente en un mundo marcado por la desigualdad y la crisis. Su simplicidad personal y su rechazo a los lujos del cargo papal fueron un testimonio de autenticidad que contrastó con las críticas a su teología.
El legado de Francisco es, en última instancia, un llamado a la reflexión. Su pontificado ha puesto de manifiesto las tensiones entre la modernidad y la tradición, entre la pastoral y la doctrina. La muerte de Francisco cierra un capítulo, pero abre otro: el próximo cónclave será una oportunidad para que la Iglesia reafirme su compromiso con la verdad eterna que ha proclamado durante dos mil años. Los fieles, mientras oran por el alma del Papa difunto, también elevarán sus plegarias para que el Espíritu Santo guíe a la Iglesia hacia un futuro de claridad, fidelidad y santidad.
Que el Papa Francisco descanse en paz, y que la Virgen María, Madre de la Iglesia, interceda por el pueblo de Dios en este momento de transición.
Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis; Te decet hymnus Deus in Sion, et tibi reddetur votum in Jerusalem: exaudi orationem meam, ad te omnis caro veniet .
Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis; In memoria aeterna erit iustus ab auditione mala non timebit.
Absolve Domine animas omnium fidelium defunctorum ab omni vinculo delictorum, et gratia tua illis succurrente mereantur evadere iudicium ultionis, et lucis aeternae beatitudine perfrui.
añadir un comentario