
Por: Luciano Revoredo
No podía empezar mejor el 2025 para Canadá. Se han despertado finalmente de un largo y tenebroso sueño bajo el liderazgo de Justin Trudeau. El primer ministro, cuyos años en el poder han sido marcados por políticas progresistas de implantación de la cultura “woke”, ha anunciado su renuncia. Este momento marca no solo el fin de una era, sino el inicio de una esperada liberación para el país.
Durante casi una década, Trudeau ha sido el rostro de lo que muchos han visto como una imposición forzada de ideologías progresistas que han desgastado el tejido social y económico de Canadá. Su agenda, que se vendió inicialmente como una ola de renovación y esperanza, pronto se reveló como una tormenta de políticas que pusieron en peligro los valores tradicionales, la vida, la familia, la libertad de expresión y la economía canadiense.
Bajo su liderazgo, Trudeau impulsó la censura a través de leyes de “discurso de odio” que, en nombre de la protección, han sofocado el debate y la libertad de expresión. El lenguaje inclusivo forzado en las instituciones públicas y privadas es solo un ejemplo de cómo se intentó moldear el pensamiento y el lenguaje de los canadienses. Estas políticas no solo dividieron a la sociedad, sino que también crearon un ambiente de miedo y autocensura.
En el ámbito económico, las políticas de Trudeau, marcadas por un aumento del gasto público y una visión climática que ha golpeado a industrias fundamentales como la del petróleo y gas en Alberta, han resultado en un crecimiento estancado y en una deuda nacional preocupante. Su compromiso con la “Agenda 2030” de la ONU y la imposición de impuestos al carbono se han sentido como un yugo sobre los ciudadanos, aumentando el costo de vida y la inflación sin proporcionar soluciones prácticas o alternativas viables.
Trudeau ha sido el principal promotor de una cultura de la cancelación y de la “corrección política” que ha invadido cada rincón de la sociedad canadiense. Desde la educación hasta el empleo, pasando por el deporte, la meritocracia ha sido reemplazada por un sistema donde lo importante es “sentirse ofendido” en lugar de ser competente o justo. No solo promovió políticas económicas y sociales cuestionables, sino que también fomentó una cultura del “wokismo” que permeó todos los niveles de la sociedad canadiense. La educación, el deporte, y hasta las artes han sido cooptadas por una narrativa que privilegia la corrección política por encima del mérito y la verdad. Este enfoque ha desmoralizado a muchos ciudadanos que sienten que sus valores y tradiciones están siendo sistemáticamente atacados y desvalorizados. Trudeau ha convertido a Canadá en un campo de batalla cultural, donde las tradiciones y los valores de muchos ciudadanos han sido desestimados y ridiculizados en nombre de un progresismo que no contempla las realidades y necesidades de todos los canadienses.
Con la renuncia de Trudeau, Canadá tiene la esperanza de que el próximo liderazgo entienda que la unidad de Canadá no se logra a través de la imposición de una ideología.
Este es un momento para celebrar, no solo porque se cierra un capítulo marcado por la división, la censura y la tiranía ideológica, sino porque se abre uno nuevo de posibilidad, de un retorno a la sensatez. La dimisión de Trudeau es una señal de que, incluso en tiempos de influencia global hacia el “progresismo” extremo, hay un límite y una resistencia que finalmente se manifiesta en la voluntad del pueblo.
Canadá está ahora en el umbral de un nuevo periodo de liberación, donde se espera que las cadenas del “wokismo” se rompan, permitiendo a sus ciudadanos respirar de nuevo con la libertad y la responsabilidad que caracterizan a una verdadera democracia
En un mundo que ha sido sacudido por las olas del progresismo y el “wokismo”, estamos presenciando lo que muchos denominan como el “Renacimiento Conservador”. El término “Renacimiento Conservador” ha comenzado a resonar con fuerza en varios países, reflejando una reacción contra lo que se percibe como políticas progresistas extremas, que han desatendido las preocupaciones de la clase media, promovido la censura bajo el pretexto de la protección, y priorizado agendas globalistas sobre las necesidades locales.
Ahora solo esperar a octubre para celebrar el triunfo de la oposición conservadora liderada por Pierre Poilievre en los próximos comicios.
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