
Por: Federico Prieto Celi
María, que estaba en cinta, y José, su esposo, habían llegado a Belén, cuando nació Jesús. Su madre lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores fueron apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre (Lc 2, 11-16).
Pasados los años, cuando inició su vida pública, Jesús fue al desierto, donde ayunó cuarenta días y cuarenta noches. Luego, fue conducido por el Espíritu de Dios al desierto, para que fuese tentado allí por el diablo. La primera tentación fue una apelación a la concupiscencia de la carne: “Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 3-4).
La segunda tentación fue una apelación al orgullo de la vida. “Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4, 5-7). La tercera tentación fue una apelación a la concupiscencia de la vista: “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían” (Mt 4, 8-11).
Estas escenas de la vida de Jesús de Nazaret son históricas, como todas las narraciones de los cuatro evangelios. Los ángeles acompañan a Jesús. El demonio le tienta, en cuanto que Jesús, una sola persona, tiene -además de la naturaleza divina- la naturaleza humana. Jeremías lamenta que el pueblo de Israel pronuncie non serviam -no serviré- para expresar su rechazo de Dios -el pecado capital de la soberbia-, en referencia a la caída de los ángeles desobedientes, Lucifer o Satanás y todos los demonios que le siguieron, que se habían rebelado contra Dios, y que fueron expulsados de la presencia de Dios por el arcángel san Miguel.
Los ángeles son criaturas puramente espirituales, incorpóreas, invisibles e inmortales; son seres personales dotados de inteligencia y voluntad. Los ángeles, contemplando cara a cara incesantemente a Dios, lo glorifican, lo sirven y son sus mensajeros en el cumplimiento de la misión de salvación para todos los hombres (CCIC, 60). Ahora bien, Satanás y los otros demonios, de los que hablan la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, eran inicialmente ángeles creados buenos por Dios, que se transformaron en malvados porque rechazaron a Dios y a su Reino, mediante una libre e irrevocable elección, dando así origen al infierno. Los demonios intentan asociar al hombre a su rebelión contra Dios, pero Dios afirma en Cristo su segura victoria sobre el Maligno (CCIC, 74).