Vida y familia

DIVINA IRONÍA

Por: Tomás González Pondal

Como es de público conocimiento, desde la aparición del ya famoso ‘Coronavirus’, las noticias sobre cuál fue su origen, sobre las vidas que se está cobrando, sobre los lugares en donde está apareciendo, y sobre modos de protegerse, se suceden minuto a minuto. Un médico de renombre brindó esta interesante información: el virus “es un millón de veces más chiquito que un milímetro”. Una existencia insospechada, pero… ahí tenemos a ese ser con su existencia y su actividad.

Tan pequeño ¿verdad?, y tan temible, así se presenta el virus que está reinando, y hasta aparece tan irónico con su reinado, que lleva “corona”. Los más poderosos del mundo extremando medidas para evitar el contagio. Sus terribles armamentos no les sirven de nada. Sus impresionantes demostraciones de fuerza no les sirven de nada. Su arrogancia no les sirve de nada. Su prepotencia no les sirve de nada. Su confort no les sirve de nada. Su soberbia, ¡oh, sí!, cuán humillada se ve frente a un invisible virus diminuto, solo alcanzable a ver con microscopio, y no por cualquier microscopio. ¿Qué somos? ¿Qué es el humano frente a tal circunstancia? Débiles seres de barro. Un solo turista puede resultar una amenaza para toda una nación, no por lo que él es, sino por lo que en él está. El mundo ha comprado el soberbio cuento de los superpoderes, y resulta que algo inimaginablemente diminuto, lo ha puesto en un baile extraordinario.

Veo una Divina Ironía: un ser cuyo tamaño está cifrado en la poco escuchada medida llamada ‘nanómetros’, poniendo al mundo en jaque, y, en varios casos, incluso, pasando al jaque mate. Cuando vuelvo una y otra vez a considerar las dimensiones de ese ser invisible y poderoso, en fin, ¡su existencia!, uno queda sin palabras. ¿Quién por ventura puede hacer que exista un ser de esas características? Ni toda la humanidad junta puede lograrlo. Pero ahí está, existe. Pienso que al solo reflexionar un poco en eso, ya cae por tierra toda elucubración pergeñada en esas testas que se creen superadas a sí mismas. No es una teoría, es un hecho, el hecho concreto de que tengo ese ser existente, invisible al simple ojo humano, visible a un microscopio especial, y ser que presenta un diseño inteligente. Estoy siendo egoísta con mi vocabulario, aunque tampoco encuentro las palabras exactas: es algo grandiosamente inteligente, siendo lo de grandioso tomado no como grande de magnitud, sino como algo que supera cuasiinfinitamente lo concebible. Queda claro que no puedo describirlo en palabras, lo sé. No encuentro las dicciones, por lo que intentaré servirme de un ejemplo para ver si puedo darme a entender algo mejor: grandioso es el tamaño de la estrella VY Canis Mayoris, a saber, mil millón de veces más grande que nuestro sol, pero grandioso es saber de la existencia de un virus un millón de veces más chico que un milímetro. Ambos son grandiosos, y no me refiero al tamaño.

Hay una misericordiosísima y justísima ironía divina. Dios juega una carta impensada para la soberbia humana. Por ahora no es un mega terremoto; no es el choque de un meteorito; no es un conjunto de tsunamis actuando en simultáneo; no es una guerra con armamento atómico. Dios se sirve para humillar al mundo de un ser un millón de veces más pequeño que un milímetro. De algo cuya existencia es tan difícil de comprender, de eso precisamente se está sirviendo Dios. Como que nos dice: “de lo que existe pero que no te entra en la mente, de eso me sirvo”.

Y cuando el hombre descubre el antídoto para hacer frente al mal, festeja, y el mundo celebra el triunfo. A veces pasan años enteros para que se pueda decir: “le hemos ganado a algo pequeñísimo”. La razón del hombre concentrada en luchar contra un virus. Y a veces no hay solución en el horizonte, corren los años y un mal avanza, y el hombre prueba su impotencia. Que haya una que otra victoria, solo es prueba de que somos de potencia no solo limitada sino limitadísima. El desafío es constante, no se acaba: se dirige a lo desconocido que llega o a lo conocido que muta (que por otra parte, esto último, también puede considerarse algo desconocido que llega). El hombre ingresa en la grandeza de la creación vía humildad. Salirse de ese camino es excederse de la buena visión, de ahí que la soberbia enferma de ceguera. Solo el hombre camina como hombre cuando marcha moldeado por la humildad.

Causa sensación ver y escuchar videos en donde se dice que “un laboratorio de Estados Unidos ha sido el creador del virus para lograr poner a China en desventaja”, y causa sensación ver y escuchar videos en donde se dice que la misma China ideó todo para hacer un “hospital descomunal en el tiempo record de una semana, y así enrostrarle a las potencias mundiales su poderío”. Se hace así una suerte de partido de tenis en donde se anhela que todos vean como una pelota va y viene entre dos extremos. Si Estados Unidos le quiere probar a China que el ojo redondo es mejor que el ojo ovalado, o si China le quiere probar a Estados Unidos que el ojo ovalado es mejor que el ojo redondo, se lo dejo de actividad a los que desean teorizar sobre el asunto, práctica que, desde luego, es muy loable. Pero valga esta aclaración de base: ni uno ni otro país puede crear nada. Crear es una actividad vedada al humano. El humano cuanto más opera sobre lo que ya existe. Y sea lo que fuere, lo cierto es que, insisto, un invisible ser nos está tirando las orejas.

No dejo de ver que frente a un mundo tan pagado de sí mismo, tan prepotente, tan inflado con su soberbia, la frase divina tiene plena aplicación: “el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado” (Lc 14, 11). Como ningún otro tiempo de la humanidad somos conocedores de lo que es un virus, conocedores hasta de su tamaño. Y ha sido por lo más aparentemente insignificante que le vino el golpe al hombre.

La soberbia humana, entre otras cosas, ha despreciado a un pequeñísimo ser que es causa de enormes alegrías, y es paradójico que deba ahora soportar a otro ser aún más pequeñísimo, que es causa de enormes tristezas.

Ante los pesares presentes, me vienen aquellas palabras que el esclarecido C.S. Lewis dejó sentadas en su libro ‘El Problema del Dolor’: “Dios (…) nos grita en el dolor: es el altavoz que utiliza para despertar a un mundo sordo”. (ed. Andres Bello, Chile, 2001, p. 103).

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