
Por: Luciano Revoredo
La clásica definición de Burke del periodismo como el “cuarto poder”, establece un vínculo indisoluble entre este y la política. Casi se podría decir que, si bien existen diversos géneros periodísticos, el político es el eje principal. Nada más relevante en el proceso de la creación de la noticia que la dimensión política del periodismo.
Esta relación se ha visto exacerbada con la aparición de las redes sociales, que han llevado la información periodística a un nivel de inmediatez y masificación antes impensados. Es así como lo que antiguamente se leía en los diarios al día siguiente y que luego se sabía en las noches a través de los noticiarios televisivos, ahora irrumpe en nuestra privacidad, en lo que se ha dado en llamar, tiempo real. El hecho político ha alcanzado niveles de divulgación nunca experimentados.
Paradójicamente en una relación directa con esta creciente presencia de lo político en los medios, se ha dado una crisis casi universal del hecho político, que tal vez se pueda atribuir a la permanente mirada sobre hechos que antes pasaban inadvertidos. A la vez también se ha producido una crisis en el periodismo, que, en su afán de influir en el devenir político, la más de las veces toma partido dejando su condición de “cuarto poder”, para convertirse en un apéndice de la política oficial de un signo u otro, convirtiéndose a su vez en un sistema de consolidación de beneficios por encima de la función informativa.
Es evidente que la idea de la absoluta objetividad del periodista político es una quimera. Desde que partimos de la idea que el periodismo ha de cumplir una función fiscalizadora ya estamos optando por la idea de que el periodista ha de tener en la mirada un conjunto de valores que en muchos casos influirán en una aproximación subjetiva al hecho político. De hecho, esta circunstancia no está necesariamente reñida con la ética.
Para poder formar opinión, que es una de las razones de ser del periodismo, se debe ejercer, al margen de la información, que, si ha de ser lo más objetiva posible, funciones de control político y vigilancia del poder. Lamentablemente es en el manejo de estas funciones que se han producido distorsiones ideológicas. Los ejemplos sobran.
En nuestro país ha sido la prensa comprometida, por razones ideológicas o económicas, con el progresismo, la que más daño ha causado al periodismo político peruano.
La presión de los medios sobre el poder judicial, por ejemplo, para lograr tal o cual orientación en los procesos judiciales vinculados a temas políticos, nos ha llevado en más de una ocasión a hablar de una suerte de justicia mediática. Las portadas difamatorias en días electorales para beneficiar generalmente a los candidatos de la izquierda podrían ser motivo de un curso universitario sobre la infamia como método a evitar en una buena práctica del periodismo político. Las filtraciones siempre oportunas de información clasificada de procesos judiciales dirigidas por una potente oenegé defensora de terroristas y financiada por Soros, es un ejemplo de como se ha lumpenizado el periodismo político para ponerlo al servicio de intereses propios.
Urge retomar la senda del buen periodismo, con ideas y posiciones claras, pero que la búsqueda de la verdad sea el norte siempre.