Política

CONJURANDO UN MUNDO AL REVÉS, O DE VACUNAS, PASAPORTES, Y OTRAS CALAMIDADES

Por: José Alberto Garibaldi

Hay momentos en los que atisbamos realidades que de otra manera permanecen ocultas; aparecen como en un destello, escondidas en plena luz.  Frecuentemente, otras explicaciones les sirven de camuflaje. Una buena forma de hacerlas visibles es contrastar dos modos de vida en apariencia similares, pero que al colocarse lado a lado muestran diferencias profundas que preferiríamos ignorar. Al hacerlo, se muestran como un destello, antes de sumergirse nuevamente.

En días pasados encontré un breve episodio de ello; una fotografía en un escenario cambiante. Aunque ocurrió en Europa, ilustra muy bien al Perú.  Inició en una reunión reciente en Londres que regularmente hacemos los miembros de un comité editorial de Unherd, una revista británica que apoyo, para evaluar temas de interés en los próximos días. La revista cubre múltiples temas, pero como en otros lados, la vacunación, los encierros, y como circula la información entre ellos forman parte del centro de interés editorial. Sugerí indagar el tratamiento a los no vacunados en Europa. Lo mismo hicieron otros colegas. A consecuencia de ello, nuestro editor fue en días pasados a Viena, en Austria, para reportar sobre el que era para entonces el primer día de un encierro acordado entonces en dicho país para los no vacunados. ¿Como operaba ese encierro parcial de una parte de la población, aquella que por un motivo u otro ha decidido no vacunarse? El caso es mas interesante si se considera que la capacidad de control estatal en Europa es mucho mayor que en el Perú. El editor se pasea por las principales calles de la ciudad. Pregunta su parecer sobre el encierro a quienes pasean libremente, a quienes están encerrados, y a expertos: un politólogo y un jurista especializado en derechos humanos.   El video de su visita, a un país con dos años de COVID y varios cambios de gobierno, reglas y costumbres en los últimos años, puede verse aquí. Al escribir estas líneas, había acumulado más de 100 mil vistas, solo en dos días.

La visita empieza en las mejores partes del centro de la ciudad. Los vieneses mas elegantemente vestidos, de compra en las mejores tiendas, comparten una opinión: los no vacunados, dicen, bien se merecen quedar encerrados. No les interesa saber por cuanto tiempo. Alguna menciona que no se puede depender de idiotas; otro, que son ellos mismos los responsables. A la pregunta de si saben que quienes tienen la vacuna igual pueden contagiar a otros, responde otra con cara de desconcierto: imagino que todos deben hacer lo que les corresponde, ¿no? Y siguen su camino. Los más modestos trabajadores, mensajeros o repartidores que trabajan por allí tienen otro parecer.  Hablan quedo, como con temor: así ellos si estén vacunados, no les parece bien encerrar a quienes han decidido no hacerlo; las personas deben decidir por si mismas; no está bien para la sociedad hacerlo por ellos. Ese camino no es un buen rumbo. Caminan con prisa, hablan como en un destello. Luego, silencio.

Para oír a todas las partes, visita también en su casa un hogar de no vacunados; una pareja de artistas y equilibristas, que trabajan en circos y espectáculos. Una casa, de clase media para el lugar, en las afueras de Viena, con un jardín sin arreglar y juguetes por todos lados.  Cordiales y tranquilos, pese a su circunstancia. Pregunta el editor inglés, casi avergonzado, a la pareja porque no se han vacunado: el reconoce que no ha cambiado su vida mayormente, toda vez que hace casi todo en casa; no se ha vacunado por un asunto de principio: le parece que el estado no tiene porque decidir sobre su salud. Las consecuencias han sido hasta ahora, mas bien sentirse atropellado – “brainfuck”.  Ella argumenta más: no lo hace porque está en desacuerdo con el manejo de la pandemia. Dos años atrás decían ya en el gobierno austriaco que la solución sería una vacuna, en lugar de abrir un debate a buscar mas opciones y ver cual era la mejor; quienes ahora venden esas vacunas son empresas con fines de lucro, y su propósito no es ayudar a la sociedad; es más bien hacer dinero. El gobierno debería tener su propio parecer, dice, no simplemente seguir a esas empresas. Aun se puede, implica.

Las preguntas al eminente politólogo generan reacciones peculiares. En buena cuenta, le parece que el encierro hará ver a esos opositores cuanto están dispuestos a pagar por mantener su libertad. Es solo un empujoncito, dice – un nudge que los moverá en la dirección debida, sin tener que argumentar más. A nuestro editor le parece que un encierro parcial es bastante mas que un empujoncito, dice; de hecho, piensa que el mundo en el que se mueve el politólogo parece radicalmente diferente al que el habita en Inglaterra. No es elegante, continua, pero ¿podría preguntarle si le recuerda esto a la ultima guerra, la ultima vez que se había separado a una población, como sucia o indigna? Retruca incomodo el politólogo que en este caso mas que un ataque a un sector de la población que finalmente no podía hacer nada para cambiar su estatus, es en cambio, reitera, un empujón que hace el resto de la sociedad a un grupo más pequeño para buscar más seguridad.

Entrevista por último a otro eminente personaje, el jurista experto en derechos humanos. De acuerdo con el encierro, entiende el que los derechos deben balancearse, y que cuando las necesidades de la mayoría van en contra de la minoría, estos deben adecuarse. A esta inusual respuesta para un experto en derechos humanos contesta el editor si no ve un problema en encerrar a un tercio de la población, algo impensable en Inglaterra, donde generaría un rechazo generalizado. Recula, nervioso, y acusa a los partidos de extrema derecha de defender a los no vacunados, polarizando el debate. Dejan la discusión allí.

Para ver el esquema con sus propios ojos, y como en un experimento, pasa el editor controles para entrar a un elegante Boulevard, accesible solo con un pasaporte de vacunación. Encuentra que al otro lado, los mas actúan como si no hubiese COVID. Hay ahora excluidos, y aunque por su conducta los paseantes no se ven mucho más seguros, si parecen sentirse mucho mejor con esa exclusión, y eso finalmente parece ser lo que cuenta en el Boulevard.

Las conclusiones que deriva el editor se caen casi por su propio peso.  Se parece al caso de las ranas en agua cada vez mas caliente.  El paulatino socavamiento de reglas básicas, derivadas de los experimentos sociales en torno a COVID19 en los últimos dos años; la creciente división en una sociedad antes más integrada, que auspician  más aún las redes sociales; la oportunidad que brindan las pasaportes para hacer posible el tener que ver menos a una parte de la sociedad a la que no siempre se quiere ver, generalmente de menos ingresos, o de un menor nivel social; todo ello se está sumando para ir generando un cambio de régimen, poco visible en apariencia, pero no menos real.  La división de los no vacunados refleja otras en la sociedad, pero evita tener que nombrarlas, y menos aún tener que enfrentarlas.  Esto contribuye a agravar el problema, más que aminorarlo. Tras la fotografía que describo en Austria, el siguiente paso fue un encierro total y un mandato para las vacunas. Como bien decía recientemente aquí el anterior Presidente de la Corte Suprema británica, tener éxito en impedir a la gente como decidir sobre su salud, es un precedente que cruza incólume líneas morales de las que luego puede resultar tan fácil como tarde arrepentirse.

El paralelismo con el caso peruano atisba ya. La muy notoria diferencia entre Austria y el Perú, hacen mas interesante la subterránea similitud en sus respuestas. No creo que el lector encuentre muchos argumentos contra quien diga que en Lima hay muchas mas profundas divisiones sociales que en Viena, y mas gente en Lima que ve a otros como sucios o ignorantes que allá. Menos, a quien argumenten que hay menos divisiones en el nivel de ingresos. En un país como el Perú, mucho mas grande y poblado que Austria, y con mas extendidos y profundos casos de corrupción, medidas para aislar mas aún a quienes no se hayan vacunado colocaría a quienes en esas partes tienen menores ingresos, accesos, o conexiones, en una posición mucho mas vulnerable de sufrir abusos; y -aún en el caso favorable- al mas limitado y frecuentemente corrupto estado peruano, frente a una demanda futura de servicios mucho mayor que la actual, por decir lo menos. Más aún, y en ambos casos, y al igual que en Europa, los contratos que se han celebrado con empresas como Pfizer para comprar sus vacunas no solo colocan a los estados en la obligación de defender a las empresas: se compromete a impulsar su aplicación, y si hay un reclamo de los ciudadanos por los efectos adverso de ellas, a defender a la empresa contra el incauto ciudadano afectado. Pero el carácter más grande y poblado del Perú hace el debate aún más radical: en el Perú no solo hay una mucho mayor tradición de hacer invisible al inferior que en Austria, si no que la posibilidad de que las partes no menores de la población que por cualquier motivo tengan otra opinión o se sientan atropellados, sean perjudicadas de manera severa por estar fuera de un esquema de pasaportes o mandatos es mucho mayor. Y en Lima como en Viena, apoyan esa exclusión los mejor colocados: Luis Solari, tan bien vestido como aquellos vieneses, ve muy adecuado a un pasaporte de vacunación. Lo mismo otros expertos limeños, como aquellos otros vieneses a la moda. Pero para darle un sabor nacional, lo que hay que hacer es llevar esto ahora al extremo: si hay alguien no vacunado, propone el Ministro de Justicia, debería aplicársele la muerte civil. Peor aún, si es que lo que dice el diario Expreso es verdad, y el hermano de ese Ministro tenia algo que ganar con la refrigeración de las vacunas, solo agregamos otra dimensión más al deterioro institucional del Estado: no solo se ignoran otras opciones, si no que hay quienes en la familia se beneficiarían de ello.

Lo paradójico, por supuesto, es que estas medidas en el Perú son impulsadas, no como un bien pensante foráneo pensaría, por un despistado gobierno de derechas como el de Austria, o a contrario, por periódicos en Lima como el Comercio, a quien lo que le falta en solidaridad le sobra en astucia. Lo es en cambio por un gobierno de izquierdas, de aquellas que en mejores tiempos o circunstancias uno esperaría estuviese del lado de quienes, como el Garabombo de Scorza, suelen tornarse invisibles. Favorece la instauración de un régimen de compra regular para toda la población peruana de vacunas, e implica una continua vigilancia a la población sobre su aplicación. Brillan por su escasez en los diarios de Lima las preguntas, que, si ocurren en Londres, sobre las consecuencias de ese régimen con uno de pasaportes; cabe preguntar – ¿que pasaría en el Perú con quien piensa de otra manera, este en la cima de la duna, lo alto de la puna o en lo mas profundo de la selva y no este vacunado? ¿Que hacer para evitar la dependencia que ello genera?: ni una letra en la prensa. Y si el impulso a esa posición de control que esos pasaportes implican es mayúsculo, el de la defensa de la libertad, minúsculo. Y a este recorte radical y permanente de libertades, es hecho todo por los que se llaman dizque liberales. Y en este contexto, en lugar de haber una discusión con algo mas de inteligencia práctica y elegancia de espíritu, por decirlo de alguna manera, sobre otras opciones de política pública, como el tratamiento, la mejora en la previsión, medidas de apoyo e integración mas focalizadas, o como la inmunidad pueda contribuir a vivir con una enfermedad endémica, lo que hay es un silencio atronador sobre otras opciones; una modorra sobre como pensar para hacer para mejorar la salud de los peruanos, mas allá de asegurarse de solo colocar vacunas de las empresas a las que el Perú parece haberse comprometido a defender. El mundo al revés parece estar ya entre nosotros. Y llega entre los gritos del silencio, como en un destello. Y luego se oculta, agazapado. Y en esto como en muchas otras cosas, son el lenguaje y el debate quienes lo conjuran, y no el silencio.

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