Cultura

BELLEZA Y NIÑEZ

Por: Ibeth Angulo

 

Algunas preocupaciones sobre determinados estímulos en la vida cotidiana de un niño habían desplazado a los temas de costumbre de nuestras conversaciones. Si bien era siempre interesante conversar con Osvaldo, esa vez lo noté particularmente intranquilo respecto a lo que quería compartir conmigo. Contábamos con un margen bondadoso de tiempo en nuestras agendas, como para compensar los cortos diálogos previos vía whatsapp, o quizás porque la vida fue generosa de regalarme esos momentos en su compañía antes de su partida.

Notaba un claro énfasis en aquellas palabras escogidas para dar los mensajes de alerta. Era la sensibilidad del artista poniéndose de manifiesto para advertir eventos inusuales con un enorme potencial de daño. De pronto surgió la pregunta: “¿te has dado cuenta de que los niños están cada vez más amenazados?”. Unos instantes de silencio precedieron a estas palabras: “no es posible que los niños estén tan desprotegidos, expuestos a imágenes, escenas, canciones, juegos…tan nocivos como grotescos, tan ajenos a su tiempo de vida. Estuve en un jardín infantil y dos alarmadas maestras me dejaron saber que algunos pequeños del aula –de entre cuatro y cinco años- han sido sorprendidos en sus casas accediendo a series de adultos, o tararean temas de moda con coros radicalmente opuestos a su inocencia. ¡No puede ser que nuestros niños estén tan desprotegidos…que los privemos de su propia niñez!”. La frase que me impactó y nos devolvió al silencio fue: “es siendo niño que te enamoras de la belleza”.

Recordemos que belleza es, junto a verdad y bien, parte de la triada platónica de virtudes. Fue precisamente Platón quien sentenció que si por algo merecía la pena vivir era por contemplar la belleza. Si bien me pareció elocuente la frase que resaltaba el estar privando a los niños de su propia niñez; aquella otra: “es siendo niño que te enamoras de la belleza”, pronunciada por un artista, con un entendimiento profundo de lo bello, me hizo reevaluar la dimensión del daño del que me alertaba.

Todos esos estímulos nocivos que acechan a los niños actualmente –me dijo- tienen el potencial de alejarlos de la belleza real, de la que además de verdadera es buena. Asentí y pregunté: ¿qué entiendes por belleza? Una palabra fue suficiente para responderme: “virtud”. Entonces entendí que hablaba de la belleza en su sentido más amplio, como toda virtud descrita por Santo Tomás: hábito de las facultades del alma para obrar con bien.

En la superficialidad de estímulos, la belleza pierde su capacidad de asombrar, de sensibilizar o –como diría Byung Chul-Han- de conmocionar. Son todas formas grotescas que simulan belleza para solamente gustar, para agotarse en el “like”, pero que resultan anestésicas a las facultades cognoscitivas que, de manera integrada, interpretan lo sensorial para motivar el descubrimiento y encaminarlo al conocimiento.

Enfatiza el citado filósofo surcoreano: “a la belleza le resulta esencial el encubrimiento. Así es como la belleza no se deja desvestir o desvelar. Su esencia es la indesvelabilidad”. Y, en cambio, exponemos ante los niños más que desveladas imágenes. Un contexto así, en crisis de belleza, en el que lo grotesco ni siquiera permite tentar el umbral de lo estético, no hay espacio para el asombro y la inocencia de nuestros niños.

La belleza verdadera es fundamental, porque su impacto no es momentáneo, tiene la capacidad de conmocionar, de generar la aspiración de crearla y de compartir vínculos en ella. Es decir, no es solo esencial para la vida del ser humano en su individualidad, sino para su interrelación con el mundo.

Sea cual fuere la forma de esa belleza real, al ser apreciada por nuestros sentidos, nos hace estremecer, nos trasmite más que meras sensaciones, nos ayuda a pensar. En un sentido contrario se produce lo que explica Rosenkranz: “lo asqueroso es la dimensión de la realidad (que tiene lo atroz), la negación de la forma bella del fenómeno mediante una amorfidad que proviene de la putrefacción física o de la degeneración moral”.

Y es cierto: “no podemos privar a los niños de su niñez, ni de la belleza”. Era la forma que tuvo Osvaldo Camperchioli para sintonizar con la llamada de atención que Rousseau nos hiciera en su día: “quitad de los corazones el amor por lo bello, y habréis quitado todo el encanto a la vida”.

Cierro estas breves líneas, suscribiendo lo dicho por Milan Kundera: “los niños no son el futuro porque algún día vayan a ser mayores, sino porque la humanidad se ha de acercar cada vez más a ellos”.

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