Por: Uri Landman
La serie de televisión de los años ochenta “Shogun”, protagonizada por Richard Chamberlain, se basó en el libro del mismo nombre, escrito por James Clavell. Esta novela histórica se desarrolla en el Japón feudal del año 1600, algunos meses antes de la batalla de Sekigahara. Narra la subida al shogunato del daimio (soberano feudal) Toranaga. La historia es contaba por el marinero inglés Jhon Blackthorne, cuyas hazañas están a su vez basadas en la vida de William Adams, de quien se cree fue el primer inglés en llegar a Japón.
El título de Shogun era concedido directamente por el emperador japonés al general que comandaba sus ejércitos en contra de los emishi, quienes habitaban el norte del Japón. Durante el siglo XII, el shogun se constituyó como la autoridad de facto de todo el país, aunque teóricamente el emperador era el legítimo gobernante.
La historia del Shogun peruano empieza en 1938, cuando nace Alberto Fujimori.
Fujimori llega al poder el 28 de julio de 1990, luego de derrotar a Mario Vargas Llosa en la segunda vuelta. Para la mayoría de los peruanos, Alberto Fujimori era un total desconocido. No se conocía su plan de gobierno, su tendencia política, ni siquiera sus asesores. Pero para entender a Fujimori, hay que recordar lo que vivía el Perú esos años.
El país atravesaba sus peores momentos en la historia. Los grupos terroristas Sendero Luminoso y el MRTA tenían tomado gran parte del país, sobre todo las zonas alto andinas. La hiperinflación causada por las políticas estatistas del primer gobierno de Alan García había destruido la economía y el poder adquisitivo de la gente. La doctrina populista de García, de pagar la deuda externa peruana solamente con el 10% de las exportaciones, nos había convertido en un paria entre la comunidad económica internacional.
Algunos de nosotros recordamos las largas colas que teníamos que hacer para comprar leche, azúcar, pan, gasolina entre muchos otros insumos básicos. También teníamos que sufrir apagones casi diarios por la voladura de torres de alta tensión por parte de los delincuentes terroristas. Ni que decir de los coches bomba que explotaban a diario.
En medio de este colapso, Fujimori es elegido presidente del país sin mayoría en el congreso. A los pocos días de asumir el mando Hurtado Miller, ministro de economía, anunció el famoso Fujishock, que sinceraba las tarifas de gran parte de la canasta básica. Se anunciaron una serie de medidas económicas que buscaban combatir la hiperinflación -7,650% – y viabilizar la economía del país.
Se anunciaron una serie de medidas como un plan de estabilización económico, la apertura comercial, privatizaciones de empresas públicas, reforma del sistema financiero, reducción del gasto público, entre otras para combatir la inflación.
Para muchos, incluido Fujimori, fue una sorpresa que no hubiera manifestaciones de la población. Por el contrario, los peruanos estuvimos dispuestos a pasar por estas dificultades con la esperanza de un futuro mejor. No había otra alternativa.
No es mi intención hacer un análisis de todo el gobierno de Fujimori y menos todavía defender sus acciones, muchas de ellas equivocadas y que terminaron en la comisión de graves delitos (no errores como sus seguidores los llaman). Tampoco voy a eximir a Fujimori de su responsabilidad en los muchos escándalos de corrupción que se dieron en su gobierno. Sin embargo, soy de la opinión que Fujimori fue el presidente que necesitó el Perú en esos años y que hizo un arduo trabajo que nadie más quiso hacer.
Imaginen ustedes que habría pasado con la economía si hubiésemos tenido un presidente como Martín Vizcarra en 1990. Ahora, imaginen las reformas económicas que se hubiesen implementado con Sagasti. Si eso no es suficiente, imaginen que hubiese sido de todos nosotros si Castillo era presidente y tenía que acabar con el terrorismo. Con toda certeza puedo afirmar, que Perú de hoy sería muy parecido a Libia o algún otro país fallido.
Fujimori fundó las bases de un nuevo país. Gracias a la constitución de 1993 y a las reformas implementadas en esos años, el Perú creció hasta sacar de la pobreza a más del 30 % de su población. Fujimori derrotó el terrorismo, por más que les pese a los comunistas de hoy. Fujimori firmó la paz con el Ecuador y nos reinsertó entre las naciones del mundo como un país que se puede confiar.
La popularidad de Fujimori lo acompañó hasta su tumba. Hemos sido testigos de las muestras de cariño de cientos de miles de personas durante su velatorio, ceremonia de honor en Palacio de Gobierno y durante el trayecto al camposanto. Por más que les duela a sus enemigos caviares, izquierdistas y comunistas, estas expresiones de cariño y agradecimiento han sido espontáneas y muestran el verdadero amor del pueblo.
El legado de Alberto Fujimori nos acompañará por siempre. Gracias a las reformas estructurales de su gobierno, Perú tuvo la oportunidad de ser un país en vías de desarrollo. Lamentablemente, sus enemigos se han esforzado en los últimos 30 años en destruir casi todo lo avanzado, pero no lo han logrado.
Ahora nos toca a nosotros continuar la batalla de la libertad.
Presidente Fujimori, gracias y descansa en Paz.
No es cierto que nadie iba a hacer esas reformas, Fujimori no era el único candidato en 1990, y el programa aplicado fue el de Vargas Llosa. El comunismo velasquista, que pululaba todavía no quería un gobierno de mvll, pues sabian que iban a ser expectorados del aparato estatal, pues mvll, sí tenía un equipo de gobierno, técnicos propio, con lo cual se les acababa la mamadera.