Luciano Revoredo
Aquel viejo aforismo que sentencia que sobre gustos y colores no han escrito los autores, sostiene la idea que la belleza responde a la subjetividad de cada uno. Lo cual no es tan cierto y si podemos sostener que hay ciertos criterios objetivos para reconocer la belleza.
Lo cierto es que la belleza existe, como una expresión del espíritu en su búsqueda de expresar lo superior. En su afán de unirse a la perfección del cosmos, que implica un equilibrio y un orden.
La belleza se manifiesta en todo orden de cosas y el hombre es capaz de apreciarla y vibrar con ella. Un amanecer en el campo, la inmensidad del mar, una melodía armoniosa, o un rostro perfecto, nos conmueven y elevan como muestras de belleza.
También es cierto que conforme las personas tienen un mayor desarrollo espiritual, aparte de apreciar la belleza física, evidente, formal o natural, que se aprecia con los sentidos, también serán capaces de percibir la belleza inmaterial, intangible, interior, aquella que lleva al Principito de Saint-Exupéry a decir, en una frase que se ha vulgarizado en extremo, que “lo esencial es invisible a los ojos, se ve con el corazón”. Se trata de la belleza interior que la hallamos en las ideas, en los afectos y en el modo de ser de las personas.
Lo cierto es que todas estas consideraciones nos llevan a afirmar que la belleza, por muy difícil que sea definirla más allá de la subjetividad filosófica, existe. Como también es verdad que en el mundo actual de valores subvertidos se rechaza lo hermoso y se impone lo feo. Es parte de la revolución que busca arrasar con todo lo tradicional.
Lo vemos en la moda que desde hace ya varios años viene imponiendo patrones y conceptos de la llamada Ugly Fashion o feísmo. El feísmo, ha sido definido por la RAE como la tendencia artística o literaria que concede valor estético a lo feo.
Mientras las tiendas por departamento, o las llamadas low cost han llevado a las grandes mayorías la moda antes inalcanzable, las grandes marcas han buscado convertir lo horrible en ropa de culto, para venderlo en miles de dólares a las altas burguesías. Al final las masas también optarán por lo horrible.
Esta estafa estética también tiene contenido ideológico. Se trata del viejo ardid revolucionario de envilecer a los mejores para así envilecer a la humanidad y dominarla. A esto se han sumado las campañas animalistas, veganistas, feministas y demás que rinden culto a la fealdad con un esmero que linda con lo patológico.
Es así, por ejemplo, que las mujeres hermosas han de ser desplazadas de la publicidad por otras, que al criterio de la chusma feminista no signifiquen cosificar a la mujer ni avalar posiciones sexistas. La mujer ideal para ellos es aquella que exhibe vellosidades, bozos y mofletes. Que renuncia voluntariamente a cuidar su imagen. Se oponen a las bellas anfitrionas en las carreras de autos, pero exhiben las tetas en la calle en cualquier momento y por cualquier motivo, o defecan en la vía pública para expresar así su femineidad. Por ejemplo la imagen que ilustra este artículo muestra a Jari Jones, activista trans, lesbiana, afro y de talla grande, cumple todos los requisitos impuestos por la dictadura woke. Imagen de Calvin Klein que ha renunciado a mostrar belleza y cuerpos saludables.
Odian lo bello, así como odian lo bueno. Creen que imponiendo lo feo podrán deshacerse de la natural tendencia del ser humano a la belleza. Nos quieren alejar de la belleza porque esta nos eleva y finalmente es reflejo del bien.
Los trascedentales, realidades universales que van o están más allá de nuestras experiencias sensoriales cotidianas, y que nos acercan a Dios, contra Quien en definitiva va el mundo, enemigo del alma, y quién está detrás el otro enemigo, demonio. Por eso esto no es político sino religioso.