Internacional

PUEBLO CHILENO RECHAZA CONSTITUCIÓN PRO ABORTO Y PRO GÉNERO

Por Carlos Polo

El domingo 4 de setiembre los ciudadanos chilenos fueron a votar. El resultado definiría como nunca antes su destino y el fundamento de su existencia como país. Podían aprobar o rechazar una nueva Constitución redactada por una Asamblea Constituyente con mayoría de izquierda radical que de ese modo pretendía alcanzar la meta soñada iniciada con la violenta quema del metro de Santiago en octubre de 2019. El texto constitucional sometido a votación configuraba a la persona y todo ámbito de la vida social desde la ideología de género, incluyendo el derecho al aborto a demanda y a la eutanasia. Para Chile en general y para los grupos a favor de la vida en particular, su aprobación hubiese sido una derrota de consecuencias incalculables.

Gracias a Dios, esa horrible distopía fracasó. Y felizmente, fue rechazada por una gran mayoría.

Durante las semanas previas a la votación se estuvo hablando mucho sobre un potencial fraude a favor de la aprobación. La Administración del presidente comunista Gabriel Boric, recientemente elegido, apoyaba decididamente el nuevo texto constitucional. Si el margen de votos hubiese sido mínimo, habrían fraguado los votos necesarios como hemos visto últimamente en varios países de la región y hasta en Estados Unidos. Pero un margen de más del 25% de los votos, unido a la estrepitosa caída de la popularidad de Boric, hizo inviable cualquier intento de cambiar el sentido de la votación.

Tan solo 11 meses antes, 78% de la población votó para que una Asamblea Constituyente reemplace la Constitución vigente. La violencia y la propaganda izquierdista obligó a los chilenos a aceptar una nueva bajo el argumento que la vigente había sido aprobada por el régimen de Augusto Pinochet en 1980. Por supuesto callaron el hecho de que en los años siguientes dicha Constitución ha sido reformada 31 veces por gobiernos elegidos democráticamente y una de las principales reformas fue hecha en el 2005 por el presidente Ricardo Lagos, ex embajador del gobierno comunista de Salvador Allende.

La hipnosis de la propaganda política comenzó a desvanecerse en los primeros meses de la Administración Boric. Al descalabro económico provocado en el país más desarrollado de la región se le sumó la pasividad ante el aumento de delitos violentos. Pero la bofetada que finalmente sacó del trance a los chilenos fue el terrible texto Constitucional que estuvo cerca de ser aprobado en estos últimos días. Solo había que leerlo para rechazarlo. Pero felizmente, los chilenos despertaron a tiempo para ver que estaban a tan solo un paso del abismo.

Sin efectos alucinógenos de por medio, eran pocos los chilenos que anhelaban vivir en un Estado “plurinacional, intercultural, regional y ecológico” (artículo 1) que promovería la convivencia de “mujeres, hombres, diversidades y disidencias sexuales y de género” (artículo 6).

Desde los fundamentos de sus primeros artículos, la pretendida Constitución entendía la identidad de las personas en razón de su conducta sexual y de género. Pero además proponía que “los poderes y órganos del Estado adoptarán las medidas necesarias para adecuar e impulsar la legislación, las instituciones, los marcos normativos y la prestación de servicios, con el fin de alcanzar la igualdad de género…” (artículo 6). De tal manera que el género se convertía en la misión del Estado, y también en su visión de la realidad pues la actividad gubernamental debía ejercerse con enfoque de género en todo ámbito social: en la educación (artículo 35), en la salud (artículo 44), en el trabajo (49).

Pero la clave está en que el Estado se reserva exclusivamente para sí el derecho de definir lo que significa “género”. El Estado legislará, controlará y sancionará toda conducta tanto en la esfera pública como en la privada. Dirá lo que es bueno y lo que es malo. Esta es la función de los conceptos derivados del “género” como “enfoque de género”, “equidad de género”, “discriminación de género” o “violencia de género” que serían los pilares morales de este nuevo mundo. Este es el fondo de propuestas legislativas o políticas públicas que hablan de “nuevas masculinidades” o “crímenes de odio”. Definir y re-definir el “género”, construirlo y deconstruirlo arbitrariamente, es la llave para regular cualquier libertad o derecho.

En otras palabras, más que una república gender-friendly, Chile iba a ser una auténtica “gender-topía”.

Sin embargo, la magia de la libertad de los ciudadanos de la “gender-topía” se esfumaría en el corto plazo. Más temprano que tarde, el ensueño de género se convertiría en una pesadilla de dictadura ideológica. Así podría asegurarlo Enoch Burke, el valiente profesor irlandés encarcelado por negarse a llamar a sus alumnos por pronombres de género.

Para esta fallida Constitución de género, el Estado debería ser el único garante de “una vida digna”. Con tal poder sobre las personas, el Estado adquiría una serie de capacidades que al ciudadano común no se le pasarían por la cabeza. Por ejemplo:

  • no reconocer la institución familiar sino una diversidad de familias “sin restringirlas a vínculos exclusivamente filiativos o consanguíneos” (artículo 10).
  • ser tutor de los niños (artículos 26 y 27). Padres o madres solo son mencionados una vez en el texto para recordarles que sus niños no son hijos sino “personas a su cargo” cuyo “interés superior” será determinado por el Estado (artículo 41).
  • ser fuente exclusiva e inagotable de “derechos sexuales y reproductivos”. “Estos comprenden, entre otros, el derecho a decidir de forma libre, autónoma e informada sobre el propio cuerpo, sobre el ejercicio de la sexualidad, la reproducción, el placer y la anticoncepción” (artículo 61) Entre ellos el más perverso: la “interrupción voluntaria del embarazo”. Y para disipar cualquier duda al respecto, establece que el parto y la maternidad son “voluntarios”.
  • ser el juez y ejecutor del derecho a la eutanasia (artículo 68)

Todavía hay muchos provida que centran exclusivamente su reflexión y su discurso en contra del aborto y no descubren la amenaza escondida detrás de la palabra “género”. El texto de la Constitución fallida de Chile puede abrirles los ojos.

Dejar una respuesta