La columna del Director

LA HEREJÍA MODERNISTA Y EL PONTIFICADO DE FRANCISCO

Por: Luciano Revoredo

El modernismo es una herejía que surgió en la Iglesia Católica a finales del siglo XIX y principios del XX, que en teoría buscaba conciliar la fe católica con la cultura y las ciencias modernas.

Sin embargo en su interpretación de la teología que consideraba los dogmas no como verdades inmutables, sino como conceptos que evolucionan con el tiempo, influenciados por el contexto histórico y cultural y su visión de la religión como una experiencia subjetiva e inmanente, cuestionando la inspiración divina de las Escrituras y la infalibilidad de la doctrina católica, incurrieron claramente en posiciones heréticas.

La herejía modernista fue severamente condenada por la Iglesia Católica, especialmente por los Papas Pío IX y Pío X.

Pío IX publicó el “Syllabus Errorum” en 1864, donde condenó varias proposiciones que podían considerarse precursoras del modernismo. Sin embargo, fue Pío X quien dirigió el ataque más frontal contra esta corriente con su encíclica “Pascendi Dominici Gregis” en 1907, donde describió el modernismo como la “síntesis de todas las herejías”. Esta encíclica, junto con el decreto “Lamentabili sane exitu”, emitido también en 1907, condenó específicamente 65 proposiciones modernistas.

Pío X no solo condenó las doctrinas modernistas sino que también estableció medidas disciplinarias para prevenir su expansión, incluyendo el juramento antimodernista requerido para los clérigos y profesores de teología. Su sucesor, Pío XI, continuó esta línea con la condena de la “Acción Francesa”, mostrando un rechazo persistente al modernismo.

Aunque el modernismo como movimiento específico fue supuestamente erradicado o al menos mitigado por las medidas de Pío X, muchos observadores y críticos dentro de la Iglesia sostienen que sus ideas han persistido y se han reencarnado en diversas formas en la teología y la práctica eclesial contemporáneas.

En este sentido hay siempre el entredicho de si la reforma litúrgica post-Concilio Vaticano II, en la apertura al ecumenismo y en la interpretación de la doctrina como adaptable a situaciones contemporáneas se convierte en un eco de las ideas modernistas sobre la evolución de los dogmas. O en la tendencia tan en boga actualmente de centrar la teología en la experiencia humana más que en la revelación divina. Es decir el paso de una teología cristocéntrica a una teología antropocéntrica.

Un caso claro sería el de la llamada Teología de la Liberación, un movimiento teológico que surgió en las décadas de 1960 y 1970, como una supuesta respuesta a la pobreza, la injusticia social y la opresión política. Uno de sus gestores fue el peruano Gustavo Gutiérrez de penosa recordación.

Esta corriente teológica buscó supuestamente reinterpretar el cristianismo a través de la experiencia de los pobres y oprimidos, proponiendo que la misión de la Iglesia debe incluir la lucha por la justicia social y la liberación de las estructuras opresivas. Propone una “lectura popular” de las Escrituras, donde los textos bíblicos se interpretan a la luz de la experiencia de los pobres, lo cual conduciría a la liberación. Obviamente todo este tinglado acudía al soporte del pensamiento y la praxis marxista.

Durante el pontificado de Juan Pablo II y bajo la supervisión del entonces cardenal Joseph Ratzinger, quien más tarde se convertiría en el Papa Benedicto XVI. La Congregación para la Doctrina de la Fe emitió documentos que condenaron aspectos de esta teología, especialmente su relación con el marxismo y su errónea interpretación de la salvación.

Existe una relación entre la herejía modernista y la teología de la liberación y sus derivados, ambos movimientos teológicos buscan una adaptación o reinterpretación de la doctrina católica en respuesta a los desafíos contemporáneos. El modernismo se enfocó en la supuesta  reconciliación de la fe con la ciencia y la filosofía moderna, mientras que la Teología de la Liberación se centra en la justicia social y la liberación de los oprimidos, utilizando herramientas analíticas de la sociología y del marxismo.

El modernismo proponía una visión de los dogmas como evolutivos, influenciados por el contexto histórico. De manera similar, la Teología de la Liberación aboga por una lectura de la Biblia y la doctrina desde la perspectiva de los pobres, lo que puede ser visto como una “evolución” de la interpretación teológica hacia una más contextualizada y socialmente comprometida. Es decir, al ritmo de los tiempos. Modernismo puro.

La condena del modernismo por Pío X no solo se dirigió contra ideas específicas sino también contra una metodología de interpretación que veía la doctrina como mutable. La Teología de la Liberación, ha sido objeto de críticas y correcciones por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, especialmente durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, por sus métodos interpretativos y por asociaciones con ideologías políticas.

Aunque la Teología de la Liberación surgió después de las condenas al modernismo, no es difícil encontrar en ella una continuación de la tendencia modernista a “adaptar” la fe a las circunstancias contemporáneas.

Bajo el pontificado del Papa Francisco, estas corrientes teológicas han vuelto a ser objeto de debate, especialmente en cómo su influencia puede percibirse en las políticas y enseñanzas de la Iglesia hoy. El Papa Francisco, con su énfasis en la misericordia, la sinodalidad,  la justicia social, y una Iglesia “en salida”, ha sido interpretado por algunos como un continuador de la sensibilidad modernista y de la teología de la liberación. Podemos mencionar el enfoque de Francisco en la misericordia, especialmente en “Amoris Laetitia”, donde se abre la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos, puede verse como un eco de la adaptabilidad modernista de la doctrina a las circunstancias humanas o documentos como “Laudato Si'” y el enfoque en la sinodalidad implican una reinterpretación de cómo la Iglesia debe responder a desafíos globales, mostrando una flexibilidad que se podría asociar claramente con una forma modernista de hacer teología.

Igualmente, la discusión que se dio en el Sínodo de la Amazonía sobre la posibilidad de ordenar hombres casados como diáconos permanentes o sacerdotes en regiones remotas, como la Amazonía, para hacer frente a la escasez de clero, sugiere una flexibilidad en la disciplina eclesiástica que se puede interpretar como una influencia modernista. Aunque no se tomaron decisiones definitivas, el debate mismo muestra una disposición a reconsiderar prácticas tradicionales ante nuevas realidades.

No es de extrañar entonces que muchos vean en las decisiones del Papa Francisco ciertos intersticios por los que entraría la bruma del modernismo y más aún en su entorno, tomado por una curia y por funcionarios que en muchos casos son abiertamente heréticos lo que ha llevado al Santo Padre en más de una ocasión a convivir con el enemigo. Un enemigo que a veces huele a azufre.

El modernismo, condenado históricamente, y la Teología de la Liberación rediviva, encuentran en el papado de Francisco un contexto donde sus principios de adaptabilidad y apertura al mundo moderno se pueden percibir y en este entorno no es difícil identificar como los neomodernistas han iniciado una cacería sin cuartel contra los que se aferran a la tradición y la sana doctrina.

Aunque Francisco intenta navegar en estos temas al límite entre una peligrosa “innovación” y una búsqueda formal de fidelidad. Siempre es peligroso andar al filo de la navaja.

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