Política

EL FIN DEL CAVIARATO ESTÁ EN TUS MANOS

Por: Alexander Lornean Dotestoysk

Saquemos a los caviares del gobierno, con nuestro voto, de una vez por todas. El caviarato es el nombre con que quedarán registrados en nuestra historia estos terribles últimos 10 años de desgobierno de quienes fueron incapaces de tomar el poder por las armas y no pudieron luego tomarlo por las urnas; se instalaron entonces sinuosamente en nuestras instituciones para, finalmente, entrar a Palacio, por la puerta falsa: los caviares. Una de las primeras tareas que habremos de enfrentar cuando los saquemos, es re-escribir nuestros textos escolares para desparecer todo vestigio de la agenda caviar, su narrativa y su vocabulario. Debemos registrar el desastre económico, social y político al que nos condujeron, sí; pero, insisto, borrar todo aquello que nos metieron de contrabando.

Hace unos días, un buen amigo se refirió a ellos -a los caviares- como “rojos”, como comunistas. No confundamos a los caviares con los verdaderos comunistas. Tengo profundo respeto por todo aquel que defiende sus ideas y es consecuente con ellas mientras se inscriba dentro del perímetro de la Constitución (esto excluye obviamente a los terroristas). Fui amigo de Alfonso Barrantes y lo recuerdo con cariño. Conocí a Jorge del Prado y aún hoy su nombre me inspira respeto. Tengo buenos amigos en la CGTP y trabajé codo a codo con sus dirigentes por varios años. Confieso, no obstante, que desprecio a los caviares porque literalmente han convertido sus confusas ideas en un objeto de meta-lujo. Sus ideas, creen ellos, son un símbolo de estatus que supera cualquier discreto Patek Philipe en la muñeca o una Louis Vuitton en el antebrazo. Aunque algunos pueden, por extracción de clase y herencia, comprar el reloj o la cartera, lo cierto es que la mayoría optó por la vida caviar ante la imposibilidad de pagarse esos lujos con sus consultorías. Lucen su discurso con desprecio aristocrático por todos los demás, incluidos por los pobres que dicen defender. Un aire de superioridad moral en su hablar y sus gestos con finísimos rasgos de media-training, los hace fácilmente reconocibles aun a la distancia. Es fascinante, por otro lado, ver -con ojos de etólogo- la danza de apareamiento entre ellos: las citas bibliográficas de Gramsci o Freud, entremezcladas con referencias a algún restaurancito en París, la genealogía de sutano o mengano o la última sesión con su psiquiatra. Todo esto hace de ello un placer, para mí, solo comparable con un buen cau cau o un chupe de camarones. Se los recomiendo.

El caviar tiene, por cierto, un lado muy oscuro y nada divertido. Cuando ocupa un alto puesto en el Estado, cobra el sueldo que todos le pagamos y por incapacidad o mera cobardía (o ambas) evita tomar decisiones (que, en el Perú, necesariamente lo llevarán a procesos de investigación), por defender su divino pellejo. Ese o esa es un corrupto o corrupta o corrupte (para que todes elles se den por aludides mientras se preocupan de las palabras en lugar de preocuparse por los muertos). Sí, desprecio a los caviares porque son la peor clase de corruptos pues se llenan la boca con auto proclamaciones de honestidad y son deshonestos en el alma, mediocres en lo profesional y traidores al pueblo. En nombre del “interés público” solo sirven al interés del empleado público” contratando cientos de millones de soles en consultorías para sus amigues -para justificar sus no decisiones- y llegan hasta la ignominia de vacunarse, como Vizcarra, Mazzetti o Sagasti, antes que nuestro personal de Salud, nuestras FFAA y nuestra policía. Son, simplemente, una m…

¡Qué se vayan todos (los caviares)!

PD Dejaremos la más patética especie de la familia de los caviares, el periodista caviar, para una próxima oportunidad.

1 comentario

  1. Dios se apiade del Perú, estoy rezando una Novena a San José, Santo Patrono del Perú, para que interceda por nosotros y elijamos a quien nos libre de esta corrupción.

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