
Por: Luciano Revoredo
El zurderío, siempre falaz, ha encontrado un arma poderosa en el fácil recurso de la victimización a través del uso del racismo como etiqueta para descalificar al enemigo. Claro está que este método solo funciona cuando se usa para denostar de algún derechista, pero nunca en el sentido contrario.
El rojo se siente con el derecho por ejemplo de vilipendiar a Keiko Fujimori haciendo caricaturas y soltando todo tipo de calificativos en los que no faltan los de su origen étnico. En ese caso no hay jamás una feminista que la defienda por su condición de mujer, ni nadie que condene el racismo contenido en la alusión a su origen oriental.
Rosa María Palacios, cuando aún no perdía el control de su peso, se permitía burlarse en la radio del peso del entonces presidente García. En un diálogo lleno de risitas y requiebros con Augusto Álvarez Rodrich se preguntaban cuánto pesaría Alan García y abrían los micrófonos para que la burla y la chacota sean masivas. Hoy en día por supuesto nadie puede hablar sobre el sobrepeso de la señora Palacios porque incurriría en gordofobia.
La prensa vendida al progresismo armó en su momento un escándalo por la vida en castidad del candidato a la presidencia López Aliaga, pero si alguien comenta algo sobre los hábitos sexuales por ejemplo de Ricardo Morán será automáticamente descalificado por homofóbico. Ante el ataque a López Aliaga nadie habló de cristianofobia.
Si alguien alude a la apariencia desaliñada por ejemplo, del señor Arbizú, será un acto de racismo. No importa que no haya ninguna mención al tema racial. Será racismo porque así lo determina el dogma caviar.
El progre es intolerante, discriminador y muchas veces racista. Pero inmediatamente dirán que no, que no existe racismo al revés, ni discriminación contra el privilegiado. Todo esto claro está, dicho con cierto airecillo de superioridad.
Ya es tiempo de liberarse de este chantaje izquierdista. Abandonar los eufemismos de su pérfida neolengua y llamar a las cosas por su nombre. Es tiempo de romper el cerco infame de la corrección política.