
Por : Alfredo Gildemeister
Aquel miércoles en la mañana, Mariano se despertó un poco nervioso pero ilusionado puesto que ese día era su primer día de colegio. Habían pasado más de dos años desde la última vez que fuera al nido, debido a la pandemia por el Covid19, y el día de hoy salía de casa al fin, para asistir a clases presenciales a su colegio. Tenía 6 añitos de edad. Pronto cumpliría siete. Hasta el año pasado había tenido algunas clasecitas del nido a través del internet mediante Zoom, y la verdad que ya estaba aburrido de eso. Quería ver a sus compañeros y a la miss en persona, jugar con sus compañeros en el recreo y por fin, poder corretear un poco. Esa mañana muy temprano, su madre lo llevó en un taxi hasta la puerta del colegio. Le llamó la atención la cantidad de padres de familia apelotonados ante la puerta y despidiendo a sus hijos con besos, abrazos y exclamaciones de cariño, algunos con tristeza en el rostro como si sus hijos se fueran a pelear una guerra en un país lejano. Pero lo que más le llamó la atención, observó Mariano, fue ver que en la mayoría de padres, la expresión era de alivio ¡y hasta de felicidad! Muchas mamás comentaban en voz alta a otras mamás: “¡Por fin! Ahora ya podre trabajar tranquila”, “Nos estábamos volviendo locos todos metidos en el depa con los chicos correteando por todos lados”, “Ya estaba harta de buscarle entretenimientos a la criatura para para que no se aburra”, “Ahora podré descansar un poco más”, etc. Cuando Mariano ingresó a su salón y se sentó en la carpeta que le habían asignado, dejó su lonchera y su mochila a un lado -ya pesaba demasiado con todos los libros y cuadernos que llevaba- y se puso a mirar a sus compañeros esperando que llegara la miss.
Luego de un buen rato en que se fue acallando la terrible bulla que metían los padres de familia despidiendo a sus hijos, ingresó al salón un profesor – ¿Dónde estaba la miss? – el cual comenzó a darles algunas instrucciones y reglas sobre como se iban a llevar a cabo las clases. En eso vio que uno de sus compañeros se paraba y pretendía salir de la clase. El profesor lo paró en seco y le preguntó que a donde iba. El niño le respondió que ya se había aburrido y quería salir a pasear al parque. El profesor le ordenó que se sentara. El niño no le hizo caso y continuó caminando hacia la puerta del salón. El profesor le dio un grito ordenándole sentarse. El niño lo pensó mejor y decidió sentarse. En ese momento otro compañero de Mariano sacó una fruta de su lonchera y comenzó a comérsela. El profesor de inmediato le dijo que aún no era la hora del refrigerio y que guardara la fruta. El niño le respondió que tenía hambre y que en su casa podía comer cuando quería. El profesor nuevamente le repitió que la guardara, que después comería. Fue en ese instante que tres alumnos se pararon y se fueron hacia la puerta, uno logró salir. El profesor les ordenó que se sentaran y no salieran. Le respondieron casi al unísono que ya estaban aburridos y que preferían jugar en el patio. Repentinamente otro alumno se sacó los zapatos y los tiró lejos pues dijo que no le gustaban y que en su casa siempre andaba sin zapatos. Bueno, estas son solo algunas de las situaciones que el pequeño Mariano vio en su primer día de clases.
¿A qué se debían estas reacciones por decir lo menos, curiosas, en los padres de familia? ¿A qué se debía estas situaciones complicadas que se le presentaron al profesor? Pues que estos niños venían a un colegio luego de dos años de pandemia, de estar prácticamente encerrados en sus casas y estaban acostumbrados a hacer lo que les diera la gana. De allí que la reacción de los niños era perfectamente lógica y de esperar. Son niños que han estado dos años en sus casas, acostumbrados a vivir y hacer lo que les provocaba, casi sin autoridad alguna, pues los padres ya estaban hartos o cansados en el mejor de los casos y les dejaban hacer los que quisieran con tal que les dejaran trabajar online tranquilos, con lo que la “vida familiar” se había transformado en algo, digamos que complicado, por decir lo menos.
Estas situaciones que observó Mariano se van a repetir posiblemente -salvando las distancias- también en primaria y en secundaria, incluyendo en las universidades. En estas últimas la situación se presenta más complicada, puesto que, si bien en los colegios la educación ya es presencial y será cuestión que los alumnos se vayan nuevamente acostumbrando a la presencialidad y a socializar con sus compañeros, en las universidades el gobierno ha permitido que la asistencia sea voluntaria -un craso error a mi manera de ver- razón por la cual las clases se desarrollaran de manera no presencial (online) y en modo “semipresencial” en las denominadas aulas “Híbridas”, esto es, un grupo minoritario de alumnos asistirán a clases y otro grupo lo hará online a través de una plataforma, como en los últimos dos años. Los que asistan presencial asistirán a aulas híbridas, con tecnología especializada (cámaras, pizarra electrónica, etc.). Obviamente que muchísimos alumnos universitarios ya se acostumbraron al sistema online no presencial, pues les permite dormir más, no ducharse corriendo ni vestirse o tomar desayuno rápido para llegar a tiempo a la universidad, evitarse el tráfico, micros y combis llenos de gente, etc. “Mejor oigo mi clase echado en mi cama y hasta puedo hacer un poco de ejercicio mientras “escucho” la clase” o tomar mi desayuno, me contaba un alumno universitario amigo de mis hijos. Otro me decía algo muy importante y determinante en la educación online sobre las evaluaciones y exámenes. “No me estreso pues puedo dar el examen y practicas con mis apuntes y libros a la mano. El profe no se da cuenta. Y hasta a veces con mi celular, uso el WhatsApp si tengo alguna duda y le pregunto a algún compañero la respuesta, o puedo en todo caso buscarla en Google, todo eso hace que no me ponga nervioso. Es más cómodo y obtengo mejor nota”.
Esta claro que, en el sistema no presencial, las evaluaciones son un problema, puesto que los alumnos copian definitivamente, salvo que el profesor actúe como policía o vigilante y no pierda de vista con la cámara prendida a los alumnos mientras rinden sus exámenes, lo cual no es fácil. Y aún así, no hay garantía. Todo esto ha originado que el resultado de las evaluaciones, notas y promedios, de estos dos años sean altos. Ficticiamente altos diríamos. ¿Qué sucederá cuando se vuelva a la presencialidad y los exámenes vuelvan a ser presenciales? No quiero ni pensar en aquellos alumnos cachimbos que sus dos primeros años fueron no presenciales, totalmente online, y hoy deben afrontar los estudios y vida universitaria ya de manera presencial. El shock será fuerte. Pues tanto en colegios como en universidades, el resultado será desastroso probablemente. El alumno volverá a su propia realidad académica y obtendrá una nota u evaluación real, de acuerdo a sus reales conocimientos, pues ya no podrá “consultar” los materiales a la mano ni preguntar al amigo, hermano, compañero o inclusive a su padre o madre. El tiempo dirá, pero definitivamente han sido dos años de retroceso del sistema educativo, si es que tenemos un sistema en el Perú, y que conste que sólo nos hemos referido a la educación privada y no pública, en donde el panorama es peor. Hoy debemos hacer un esfuerzo especial, quizá con clases presenciales de nivelación, repasos, etc. pues el paso a la presencialidad traerá serias dificultades. Veremos pues si la educación brindada estos dos años de pandemia dieron algún resultado, con una buena educación y no nos quedemos con una “educación híbrida”, esto es, ni chicha ni limonada. El tiempo dirá…