
Por: Luciano Revoredo
En los ya lejanos años ochenta empecé a formar mi biblioteca. Obviamente que mi avidez por la adquisición de libros era inversamente proporcional a mi escaso presupuesto de joven universitario. Mi padre siempre complaciente con mis afanes culturales solía acompañarme de vez en cuando a la desaparecida librería Studium de la Plaza Francia donde uno se perdía entre las góndolas de libros durante horas y podía salir siempre cargado de valiosas adquisiciones. Así, gracias a la complicidad bibliómana que establecí con él, fueron llegando a mis anaqueles Toynbee, Spengler, Guénon, Braudel, Huizinga, Riva Agüero, Porras, Basadre, Vargas Llosa, Sánchez o Calancha, entre otros que devoraba en largas noches de lectura.
Lima entonces no ofrecía muchas alternativas. Había una sucursal de Studium en Miraflores, las también desaparecidas Librerías La Familia y la espléndida Castro Soto en Miguel Dasso. En el centro estaban el gran Mejía Baca, Minerva y la Librería Internacional. Eso pensaba yo que aún no había conocido un mundo paralelo, el de los libreros de viejo.
A mis afanes bibliográficos se sumaba entonces mi apasionamiento limeñófilo, quería saberlo todo sobre Lima y la mejor manera era, aparte de leyendo a Palma, Gálvez o Ugarte Eléspuru, sumergiéndome en sus viejas calles. Es así como empecé cada sábado a emprender mis caminatas por el centro de Lima, a descubrir sus calles, plazas, casonas y encantos. Salía temprano desde Miraflores en los viejos colectivos de la línea 81 que partían de Armendáriz y yendo por toda la avenida Arequipa llegaban a la calle Quilca. En ese punto me echaba a andar.
Es en una de esas caminatas que descubrí aquel mundo de los libreros. Ese laberíntico y apasionante universo de los libreros de viejo. Un buen día recorriendo el jirón Camaná, la vieja calle de la Amargura me encontré una vitrina llena de joyas, todos los libros que hubiera querido en mis estantes, dentro un ordenado y frio personaje descifraba las claves que había escrito en los libros y decía los precios. Era el famoso Mena. Uno de los grandes libreros de Lima. Luego me convertiría en su cliente. Nunca más que eso. Mena era hermético.
Unas puertas más allá conocí al viejo profesor Salazar, un mito entre los libreros, con él se podía entablar grandes tertulias, era un hombre de izquierda con el que mi insolencia de joven derechista me permitía polemizar. Sabía su oficio el buen Salazar, durante años me llamó por teléfono cuando encontró un título que era de mi interés. Años más tarde dio un gran paso y abrió una sucursal en Miraflores.
Otras caminatas me llevaron por el Jirón Azángaro, donde en la calle de Huérfanos tenía su pequeño negocio un personaje entrañable a quien debo gran parte de mi biblioteca, el inolvidable Nolberto Muñoz. Un hombre afable, culto y generoso. Siempre dispuesto a la charla. Generalmente los sábados en la mañana en que lo solía visitar había destapado unas cervezas y estaba rodeado de amigos, poetas y diletantes de todo pelaje. Muchas veces me sumé a esas tertulias de las que siempre salí enriquecido. Nunca me fui de donde Muñoz sin un cargamento de libros. A él debo entre otras cosas mi colección completa de la revista Mundial y los escasísimos dos tomos de las Memorias y documentos de la Independencia de Pruvonena.
Muy cerca de mi amigo Muñoz se encontraba en la cuadra 4 de Puno, en la antigua calle de Padre Gerónimo, un personaje difícil, el viejo señor Laguna, ya lo alcancé tal vez octogenario, nunca hacía un descuento y ponía los precios según la cara del cliente. Casi no se movía de su asiento, pero tenía un ágil sobrino que corría por todo el zaguán de la casona en que estaban instalados y trepaba por las estanterías buscando los títulos que uno requería. Tenía miles de libros en mesas y estanterías que llegaban hasta casi los tres metros de altura.
El librero de viejo no es un vendedor de libros. Es mucho más que eso. Ejerce un oficio que tiene que ver con el espíritu. Con la belleza, con lo más entrañable de la humanidad. Vaya mi homenaje para quienes han dedicado su vida a esta causa.