Iglesia

APUNTES SOBRE EL PROGRESISMO “CRISTIANO” DE UN ARREPENTIDO

Por: Pablo Sepúlveda

Como muchos otros chilenos participé de las protestas en mi patria. Sin desconocer las justas demandas que se enarbolaron, de a poco me hice consciente que había otras del todo malignas y con las que no podía siquiera dialogar. Lo que más celo me da es encontrar estas demandas al interior de grupos que se dicen cristianos, pero promueven la agenda del progresismo y con solapada actitud cismática blasfeman contra la Iglesia.

Escribo estos apuntes luego de participar de aquellos grupúsculos, militancia por la que pequé gravemente. Hoy estoy arrepentido. Por ello, como reparación entrego estas líneas, fruto de mi experiencia, a los católicos perplejos ante la gran impiedad que parasita de la Sana Doctrina.

1. La doctrina de los progresistas que se hacen llamar cristianos consiste fundamentalmente en confundir sus doctrinas políticas de izquierda con la Verdad Cristiana. Amparan sacrílegamente sus ideales mundanos bajo el velo de la Virgen Púdica que es la Iglesia. Son los nuevos “cristianos conscientes” de la realidad y el dolor humano, “comprometidos” con los pobres del mundo y subversivos ante cualquier jerarquía. Cosmopolitas del espíritu que se han “liberado” de la arcaica moral cristiana, que se han “deconstruido” para enfangarse en el relativismo más vacuo. Cuando han llegado a ser una tabula rasa, una hoja en blanco, se pintan de todos colores: el rojo proletario, el verde ambientalista o abortista, el blanco de una paz mundial sin Dios o el arcoíris de la “diversidad” sexual.

2. El progresismo dejó de creer en Dios: al Padre ahora también le llaman madre, aunque no lo dicen parafraseando el salmo –“aunque mi padre y madre me abandonaran, aun así, me recogerá el Señor” (Sal. 27:10)-, sino en clara alusión a la guerra de sexos promovida por el feminismo radical. También olvidaron al Hijo, Jesucristo Dios, para dar paso a un tipo cualquiera mezcla de comunista y hippie, un proto Che Guevara. Finalmente, pensando que el Espíritu Santo fue inscrito con un nombre no acorde a su género en la lengua hebrea, en un desvarío judaizante y feminista, ahora le llaman “ruah”. Además, se aprovechan de la Escritura cuando dice que “el Espíritu sopla donde quiere” para justificar sus erráticos vaivenes ideológicos que experimentan de formas “vivas”, “dinámicas”, “renovadoras”, “inclusivas” y “encarnadas en la realidad”.

El progresismo no es capaz de reflexionar sin pensar en política o sexualidad. No entiende la diferencia entre lo sagrado y lo profano, ni que esa diferencia es esencial en la cosmovisión cristiana y no un trauma maniqueo de san Agustín. Por ello hace de la Santísima Trinidad un maniquí al que travestir a su cambiante y caprichoso antojo.

3. Siguiendo con sus discursos panfletarios, al progresismo no le interesa la Santísima Virgen María Madre de Dios, sino solo María, casi una “pobladora” de la periferia, una especia de madre de la Plaza de Mayo. Para el progresismo, “hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1:38) representa el “derecho reproductivo” de la mujer que, en este caso, quiso ser madre. Aunque bien pudiera haber dicho que no porque era su “derecho”. No exaltando la humanidad santa y recto juicio de la Virgen María, sino justificando una eventual voluntad abortista para las mujeres de hoy.

4. Si el progresismo no interpreta cristianamente ni los dogmas de los primeros concilios ecuménicos, es lógico que toda su creencia esté errada. Para ellos, el Sacrificio de la Cruz no es más que un “martirio” como el de Camilo Torres; eliminando el “hacer santo” –Sacrum facere– ya no hay contrición ni Redención, así que cambian unas letras a la palabra -como suelen- y les queda una impía “revolución”. Tampoco creen en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, por eso no celebran la Santa Misa “tan anticuada, fría y descarnada”, sino la “cena del Señor” o la “memoria subversiva de Jesús de Nazaret”, como la llamó Mariano Puga (Q.E.P.D).

5. a) El progresismo es anticlerical y -por las dudas- antisacerdotal. Mientras que el anticlericalismo es una cuestión esencialmente político-jurídica en que el clero no forme una “casta” privilegiada por determinados fueros, pienso que “antisacerdotal” se ajusta mejor a la fantasía progresista: eliminar el sacerdocio como Sacramento de Orden. En este afán, mediante juegos de palabras y confusiones conceptuales -por no decir espirituales y de identidad-, oponen el Sacerdocio Común de los Fieles al Ministerial, montando así su lucha de clases al interior del único Cuerpo cuya Cabeza es Cristo. No entienden la Jerarquía. Han corrido tras sus posmodernos sofistas como víctimas de los “dispositivos de poder”, en vez de apacentarse bajo el báculo del Pseudo Dionisio Areopagita quien ortodoxamente les podría explicar qué significa Jerarquía, cuáles son sus funciones, en qué medida participamos de ella y cómo nos eleva a Dios en el más místico vuelo.

b) Aunque quieren eliminar el sacerdocio, promueven la “ordenación” femenina y de hombres casados para el Rito Latino. Ignoran que no existe ordenación de mujeres en el cristianismo “histórico” -romano, ortodoxo, copto-. Defenestran a san Pablo cuando -recta y divinamente inspirado- condena la homosexualidad, luego lo admiran falazmente interpretando la doctrina de la Gracia al modo protestante… ¡y tienen, más encima, el descaro de llamarlo “legalista”!. Aun así, han puesto obsesiva atención a su carta a los Romanos en que recomienda a la diaconisa Febe, y a partir de tan sucinta mención -incomparable a la de los protodiáconos de los Hechos de los Apóstoles- imaginan una iglesia primitiva con “diaconado femenino” que con el tiempo fue injustamente eliminado -dicen ellos- por la “iglesia patriarcal”, desconociendo así la Historia de la Iglesia y la autoridad del Magisterio que ya en el Concilio de Nicea (325) les considera dentro de los fieles que no ministran en el altar y en Calcedonia (451) aparecen vinculadas a las vírgenes y viudas en servicios no litúrgicos.

c) En cuanto al sacerdocio de hombres casados que promueve el progresismo: no corresponde a la práctica cristiana. La Tradición de la Iglesia ordena varones célibes y casados, pero no casa sacerdotes. Los únicos sacerdotes obligados al celibato son los de Rito Latino. Esta situación es posible de revertir por no ser materia dogmática. Sin embargo, al progresismo no le interesa eso. Inspirados por sus afanes sensuales y mal llamados “ecuménicos”, quieren inventar una nueva forma de sacerdocio casado desde la nada, con el único fin de asimilarse al mundo y al “sacerdocio” protestante, desconociendo en la Fe Católica los testimonios vivos de las iglesias locales de ritos orientales o de los ordinariatos de ex anglicanos convertidos al catolicismo Latino; esos casos podrían responderle sobre cómo les ha ido hasta hoy con la Ordenación de varones casados, cuáles son los costos y beneficios y por qué habría que hacerlo o no en el Rito Latino. En vez de eso, el progresismo vaga en sus empeños hedonistas.

6. a) Los progresistas, aunque no renieguen formalmente de los obispos ni del papa, profesan creencias contrarias a la Doctrina Cristiana cuya fuente es la Escritura canonizada por la Tradición y enseñada por el Magisterio. Por eso, aunque técnicamente no son cismáticos, los progresistas son herejes y sectarios pues, prefiriendo su militancia política, persisten en errores dogmáticos y, como no tienen siquiera la honradez de asumir sus “legítimas” contrariedades para con el cristianismo, forman grupos “cristianos” según afinidades políticas, generando espacios de adoctrinamiento izquierdista bajo apariencia de actos litúrgicos.

b) Interpretan abusivamente el magisterio conciliar y postconciliar en perjuicio del precedente que “violenta” sus oídos buenistas. Salvo el Vaticano II, para el progresismo es como si no hubieran existido otros concilios en dos mil años de Iglesia. Creen que antes de los Sínodos Latinoamericanos de Puebla, Medellín y Aparecida, los cristianos jamás lo fueron verdaderamente, así que tuvieron que esperar la “opción preferencial por los pobres” para “comprometerse” con Cristo.

c) En vez de conocer los primitivos sínodos africanos, los cuales les aterrorizarían por su severidad disciplinar para con los malos prelados -cosa que tanto les apetece-, ponen sus esperanzas de “renovación” en el Camino Sinodal Alemán que pretende bendecir “uniones” homosexuales y dar Comunión a los divorciados y cristianos no católicos casados por la Iglesia.

d) Cual partido de vanguardia se adjudican autenticidad y la total representatividad del “Pueblo de Dios”, conglomerado de toda la diversidad excepto los ricos o de derecha. Luego forman grupúsculos de eclécticas “teologías” a los que se suman sacerdotes -principalmente SJ y SS.CC, por dar un ejemplo- que generalmente consienten y cometen graves abusos litúrgicos, devaluando la oración en pro de la “acción” política. La Eucaristía es convertida en un mitin propagandístico con la música de la “misa nicaragüense” de fondo.

(*) Como hemos visto, el progresismo es contrario al cristianismo y cualquier noción de religión. Su raigambre secular y atea no puede ser considerada como igual ni complementaria a la Doctrina Cristiana revelada por Jesucristo, plenitud de la Verdad. Cristianismo y progresismo tienen concepciones distintas y enfrentadas respecto a la metafísica, la antropología, la ética y la moral -por solo mencionar algunas-. Así, mientras los cristianos afirmamos la existencia de entes espirituales, del hombre y la mujer, de mandamientos y obligaciones para con Dios, el progresismo es fundamentalmente materialista, antropológicamente “diverso” y moralmente relativista.

El egocentrismo progresista y su desobediencia para con la Iglesia no deben pasar desapercibidos bajo apariencias “proféticas” o de nuevas “eclesiologías”. No profesan sino el error; no son Iglesia, sino un partido. No son miembros del Cuerpo de Cristo, pero como pululan y escandalizan en Él, deben ser extirpados a la brevedad cual maligno y fétido tumor… y aunque hay buenos sacerdotes, obispos y cardenales anunciando la Verdad, son los menos. Por eso, los cristianos debemos tener hoy vida espiritual y buena formación doctrinal. Pues como ya pasó en el exilio de san Atanasio el “Martillo de los arrianos”, en ausencia de líderes apegados a la Sana Doctrina, debemos por nosotros mismos profesar y proclamar el sensus fidei fidelium ante las próximas y terribles tribulaciones que anuncian nuestra esperada Redención: el Advenimiento del Señor.

«Acordaos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la palabra de Dios: reflexionad sobre el desenlace de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo hoy que ayer, y para siempre. No os dejéis extraviar por doctrinas llamativas y extrañas» (Hb. 13)

 

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