Cultura

UNA MODA A LA QUE LLAMO CANINISMO

Por: Tomás González Pondal
Es verdad que hay ruidos insoportables producidos por algunos seres que hacen del aturdimiento un modus vivendi, y es verdad también que eso nos hace preferir el silencio entre cuatro paredes. No sería raro que hayamos experimentado en carne propia los efectos enloquecedores derivados de ese gusto horrible que algunas personas tienen, consistente en ir con la música de su auto a máximo volumen, probando así un egoísmo ciudadano singular y que poco le importa la tranquilidad del prójimo. Pero, a pesar de ello, no podemos sacar la conclusión de que “vivimos en un mundo en donde las paredes son más comprensibles que las personas”.
A nadie se le escapa que una pared es muy “comprensible”, porque a nadie se le escapa que una pared no puede hablar. Y la dificultad que aún tengo con la pared de mi habitación es que ella no puede sonreírme ni leer conmigo un buen libro.
Frente a los comportamientos indeseables que muchos han visto en miembros de esta especial especie de animales llamados hombres, han ido mucho más lejos que el simple hecho de volverse hacia su perro para disfrutar momentáneamente el festín que le hace moviendo su rabo. Ellos han sacado la conclusión de que “vivimos en un mundo en donde los animales son mejores amigos que las personas”.
Y la gravedad de la afirmación es mucho más profunda de lo que a simple vista puede verse, esto es: que un perro no puede ser amigo, sencillamente porque carece de razón. Como animal sensible que es, el canino por instinto va a lo deleitable y rechaza lo que lo perjudica; en otras palabras, utiliza lo que se conoce como ‘estimativa’, a diferencia de la cogitativa, propia de los humanos, y que asume el momento vivido con el conocimiento racional. Cuando un perro lengüetea a su dueña porque le produce contento su presencia, no es porque él se diga a sí mismo “estoy contento con doña Pepa”, sino porque su instinto se la presenta como un bien.
La amistad verdadera aparece sólo entre seres dotados de razón, en donde el bien deseable mutuamente es conocido vía racional, querido por la voluntad, y anhelado en consciencia. Por el momento, que sepamos, no se ha conocido a ningún perro que se haya sentado en un café con un hombre y, tras oírlo, darle una amical sugerencia para combatir la depresión.
Cuando en 1870 Charles Burden estando en el juicio contra quien mató a su perro acuñó la frase de que “el perro es el mejor amigo del hombre”, muy a su pesar y por más conmovedoras que resultasen sus palabras, estaba olvidando el hecho de que también su can, como todo animal irracional, se conducía por instintos. No pretendo en modo alguno entrar en discusión con quien me va a venir a citar el listado de maldades humanas para justificar que los sensitivos irracionales son mejores que los racionales de carne y hueso, porque estoy convencido que en su lucidez nos dará acabadísimas explicaciones de porqué dos rottweilers destrozaron a una chiquilla de cinco años, y de porqué un dogo atacó a su dueña y le destrozó los pies, y de porqué unos pitbulls atacaron hasta matar a su anciano dueño; y cuando me invoque la evidencia de que precisamente son animales irracionales que se mueven por instinto, entonces habremos caído en la cuenta de que no estamos frente al Pluto ficcional de Disney.
Trato de calibrar los hechos, y espero sinceramente que ninguno haga malas interpretaciones de cuanto vengo diciendo, sosteniendo que estoy proponiendo el desprecio por los animales. Ciertamente en ellos no hay lo que se conoce como mal moral y que sí se da en el hombre, pero tampoco en ellos se da el bien moral y que sí se da en el hombre. Y la verdadera amistad ingresa en esto último, patrimonio exclusivo del humano.
Una cosa es que alguien se sienta solo y se apoye temporalmente en una mascota, y otra muy distinta es que busque estar solo con una mascota. Vamos rumbo a esto último. Ingresa en el haber de la época moderna el hacer hincapié en la “amistad con el animal”. Y salvando las buenas intenciones de varias personas, no es para nada llamativo que la idea de dicha “amistad” sea impulsada por los que más bregan por la destrucción de los niños por nacer.
No conozco ningún clásico que haya hecho alusión a la referida “amistad”. No la he encontrado, por ejemplo, ni en Aristóteles en su Ética a Nicómaco, ni en Cicerón en su De Amicitia, ni en San Agustín, ni en Santo Tomás. Un pagano como Cicerón define a la amistad diciendo: “consonancia absoluta de pareceres sobre todas las cosas divinas y humanas, unidas a una benevolencia y amor recíprocos” (De Amicitia, ed. Gredos, Madrid, p. 32). Ahora… ¿con quién sino con otro humano (un semejante) uno puede tener una consonancia absoluta de pareceres sobre todas las cosa divinas y humanas?
Aristóteles, apenas empieza su ‘Teoría de la Amistad’ en su obra Ética a Nicómaco, habla del amor que se encuentra entre los que son de una misma especie (p. 209), y es él quien dice que “el deber de la justicia se aumenta naturalmente con la amistad, porque una y otra se aplican a los mismos seres y tienden a ser iguales” (Ética a Nicómaco, ed. Espasa Calpe, quinta edición, México, 1962, p. 223). Clarísimo: “se aplican a los mismos seres”. Y Santo Tomás de Aquino en su impresionante libro “Comentario a la Ética a Nicómaco”, va a decir que “la virtud es la causa de la verdadera amistad” (ed. Ciafic, Buenos Aires, 1983, p. 431). Ahora, la virtud es algo propio de los humanos, luego también es propio de ellos la verdadera amistad. Cuando C.S. Lewis se explaya sobre la cuestión que estoy abordando, enseña que “la amistad surge (…) cuando dos o más de los compañeros descubren que tienen en común alguna visión, un cierto interés o incluso una afición que los demás no comparten y que, hasta ese momento, cada uno creía ser tu tesoro único y personal” (Los Cuatro Amores, ed. Andrés Bello, Chile, 2001, págs.79 y 80). Robert H. Benson, ha dicho que la “clave de una perfecta amistad consiste en que los amigos se den a conocer mutuamente, dejando a un lado las reservas y mostrándose tal como cada uno es” (La Amistad con Cristo, ed. Logos, Argentina, 2011, p. 27). Vemos que estamos siempre en un campo humano y estrictamente entre humanos.
Pienso que hace falta despejar una confusión que se genera muy a menudo, y es que una cosa es el afecto, simpatía o cariño que pueda tenerse a un animal, y otra es asumirlo en la noción estricta de amistad, la que, como he dicho, está reservada para las relaciones humanas o más superiores.
Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, y es a él a quien le regala para con Él y sus semejantes el tesoro inmensísimo de la amistad. Alguien podrá saltar objetando que San Francisco de Asís hablaba con un lobo y lo trataba de “hermano lobo”, como también así trataba a la “hermana flor”, a la “hermana luna”, al “hermano fuego” y a la “hermana agua”. Estamos en el ámbito de la mística, y de quien en todo ve motivo para alabar a Dios. Es en orden a Dios y no en rebaje naturalista que se lo hace, y por eso G.K. Chesterton dirá, refiriéndose al santo consabido, que nadie comprenderá su alabanza “mientras la identifique con el culto a la naturaleza o con el optimismo panteísta” (San Francisco de Asís, ed. Lumen, Buenos Aires, 1995, p. 72).
Pero ahí no queda la cosa. El genio inglés de Chesterton, usando de toda su profundidad, dará otras estocadas: “San Francisco no fue un amante de la naturaleza. Bien entendida las cosas, esto es lo que de ninguna manera fue. La frase implica aceptar el universo material como una atmósfera vaga en una especie de panteísmo sentimental (…). A la naturaleza no la llamó madre: llamará hermano a un determinado jumento y hermana a una alondra. Si hubiera llamado a la jirafa tía y al elefante su tío, como bien pudo hacerlo, todavía hubiera querido significar que eran éstas criaturas individuales asignadas por el Creador a lugares concretos y no meras expresiones de la energía evolutiva de las cosas” (págs. 81 y 82).
Hay un “amiguismo” que muchos pretenden con el animal, que no solo genera confusiones, sino que conlleva a un camino de indebida exaltación, que da preeminencias falsas sobre preeminencias verdaderas. ¿Pero qué sucede? Sucede que “hay un amor de los animales que es sano y otro que es malsano (G. K. Chesterton, De todo un poco, ed. Pórtico, Buenos Aires, 2005, p 76); sucede que “las dos extravagancias que existen hoy en los bordes de nuestra tensa y hermética sociedad son la crueldad hacia los animales y la adoración de los animales. Ambas cosas derivan de tomar a los animales demasiado seriamente. La persona cruel debe odiar al animal; la persona maniática debe adorar al animal y, tal vez, temerlo. Ninguna de las dos sabe cómo amarlo” (G. K. Chesterton, De todo un poco, ed. Pórtico, Buenos Aires, 2005, p. 79).
Otro error moderno sobre la amistad está basado en la cantidad, y sostiene para sí: “Debería tener muchos buenos amigos; pero como no los tengo, luego… buscaré mi amistad entre mascotas, allí no tendré problemas, ellos son siempre leales”. La escasez de buenas amistades no es algo moderno. Sabios como Aristóteles lo marcaron en la obra mencionada, y las mismas Escrituras hace siglos nos lo advertían: “El amigo fiel es una defensa poderosa; quien le halla, ha hallado un tesoro” (Eclesiástico 6, 14).
Respecto de la expresión “Vivimos en un mundo en donde los animales son mejores amigos que las personas”, diré que es una moda a la que llamo caninismo, y de la cual nacen gravedades considerables. Como puede verse, el slogan ya se predica bajo formato no solo totalizante, sino también contundente; no solo se lo pretende omniabarcativo, sino indiscutible. Como punto de partida, hay que decir una obviedad que se está soslayando, obviedad que emana del mismísimo sentido común, que se aprecia en la cotidianidad, y que derriba la omnicompresión de la expresión que ataco, y es esto: que aún hay excelentes personas que son excelentes amigas.
Hay quienes se toman el atrevimiento de hablar sobre la amistad, sin nunca siquiera haberse aproximado a una verdadera amistad. Es grave defender el enunciado ‘caninista’, pues el mismo genera en el cuerpo social una idea errada, y hace del humano un ser cada vez más solitario. Paradójicamente hace al humano más enemigo del humano, pues le deja anclado en un estado mental en el que se tiene de antemano una mala concepción del otro: se parte de la idea de que, inexorablemente, el que tengo delante es inferior a un perro.De sobra sabemos (no es ninguna novedad) que abundan en las filas del feminismo “amigas íntimas de los animales”, las cuales son a su vez furibundas defensoras de la matanza de niños no nacidos.
Se ve que a los perros los quieren de amigos para algunas cosas, pero desprecian su “amistad” para otras, dado que, ninguna perra mata salvajemente a sus cachorros ni cuando los gesta ni cuando los pare.
El psiquiatra Hugo Marietan, disertando sobre la psicopatía, sostiene que “el pequeño psicópata no maneja todo el arte que más adelante va a adquirir, pero se puede observar crueldad con las mascotas” (El Jefe Psicópata, libros del Zorzal, Buenos Aires, 2010, p. 29). ¿Cómo calificar a quienes destrozan a su mismo semejante? De nuevo invocaré la lucidez del genio inglés: “Dondequiera hay una adoración animal hay un sacrificio humano (…). Esto todavía no sería nada más que el sacrificio de la humanidad que tan a menudo considera al caballo más importante que al mozo de cuadra, o al perrito faldero más importante que la falda. La única visión correcta del animal es la visión cómica. Dado que la visión es cómica, necesariamente es afectuosa” (G. K. Chesterton, De todo un poco, ed. Pórtico, Buenos Aires, 2005, p. 77).
Si hay lecciones que dan los animales al hombre que se comporta irracionalmente, no es para que dejemos la razón por un animal, sino para que por un animal ganemos en razón.
‘El caninismo’ no aporta una solución a lo que considera un problema, sino que aporta un problema que se da aires de solución. Los mismísimos defensores de lo aquí criticado, nos están advirtiendo con su frase que ellos son gentes para desconfiar de su amistad ya que también ingresan dentro de la categoría de personas, y que, de seguro, tendremos mucha mejor amistad con sus perros.

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