Cultura

RECONCILIÉMONOS CON LA VERDAD

Por: Matías de Dompablo

Cuando hablamos de la verdad, muchas veces no sabemos definirla. Nos suena a un concepto lejano, incluso ajeno a nosotros. A algo que tiene una importancia secundaria y una presencia condicionada a nuestro deseo; es decir, que se manifiesta cuando así lo queremos – o necesitamos –.

Algunas veces la consideramos irrelevante y otras la relativizamos. Mostramos un desinterés en conocerla e incluso en intentar alcanzarla.

“Cada uno tiene su verdad”, “es imposible conocer la verdad”, “es verdad porque lo dijo fulano”, “es verdad porque yo siento que es así” o “qué importa conocer la verdad si lo que importa es lo que percibimos y cómo nos sentimos”.

Frases como estas, que cada vez se hacen más presentes en la conciencia colectiva de las generaciones, desvelan una preocupante realidad: a la gente no le importa conocer, se conforman con sentir, repetir y creer.

Como pólipos arrastrados por la corriente o una pelusa conducida por el viento, así es su voluntad frente al saber. No se preocupan por llegar a una verdad certera para formular opiniones fundamentadas, sino que les basta con repetir lo que alguno dijo. Y cuando no es el caso, descontextualizan la teoría de la relatividad para señalar que la verdad es relativa, que depende de cada uno.

Sin embargo, la verdad de las cosas, esos atributos independientes a nuestros gustos, percepciones y entendimiento, sí existe. Es por esto que alcanzar este punto, el del conocimiento verdadero, es – y siempre ha sido – el fin último de la filosofía y las ciencias.

Y si bien, en un sentido, podemos decir que la verdad es tácita y que, en consecuencia, tenemos que buscarla para conocerla; también es evidente que esta se manifiesta a través de consecuencias palpables. Por ejemplo, es verdad que existe una fuerza de atracción, llamada gravedad, que nos mantiene con los pies en la tierra y esto último es uno de los efectos que manifiestan esta verdad.

Asimismo, es verdad que tener obesidad causa problemas a la salud, que uno tiene la edad que tiene y auto percibirse de otra distinta no va a alterar ese hecho y que existen dos sexos biológicos y no son fluidos, como defienden a capa y espada los simpatizantes de las teorías queer.

En esta época de posverdad resulta imperante que nos reconciliemos con la verdad, que abracemos el conocimiento para rechazar ideologías que atentan contra el raciocinio.

Recordemos que las consecuencias de la verdad, que como concepto es impalpable, son palpables. Si no hacemos algo por defenderla, estamos cediendo terreno – intelectual, social y político – en esta batalla cultural y esto nos puede costar caro en el futuro inmediato.

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