Política

PEDRO CASTILLO Y LA TERCERA LEY DE NEWTON

Por:  Juan Antonio Bazán

Pedro Castillo ejerce la presidencia bajo la tercera ley de Isaac Newton. Él es un hombre paradójico: No respeta la ley fundamental ni las demás leyes del Estado, pero sí reverencia la ley física del movimiento a partir de la pulsión de dos fuerzas necesariamente contrarias. Newton, en el siglo XVII, publica sus Principios matemáticos de la filosofía natural, y postula el enunciado de su famosa tercera ley: “A toda fuerza de acción corresponde una fuerza de reacción de igual magnitud, pero en sentido opuesto”. De ahí que la relación, o pulsión permanente, entre el presidente y el congreso de la república podría ser resignificada como una carreta jalada por dos caballos en sentidos opuestos. Estas son la paradoja y la metáfora de un presidente que, auto concebido como bestia política, tiene anteojeras. En puridad, Castillo no tiene mirada ni presencia presidencial, y emplea su fuerza caballar, como corresponde a semejante naturaleza, en el conflicto político y social. Castillo es en un presidente altamente violento, y reducido: Mira la política de manera acortada y hace micro política. Es que las anteojeras de animal político le reducen el espectro de la política, y condicionan su dinámica a galopar en el proceso político como el principal actor del conflicto político, a trotar en la estructura política como el principal animador del cambio de la institucionalidad histórica, y a la tragedia de la parálisis total en las políticas públicas. Sus modos de presidente reducido y violento hacen que su régimen pierda el sentido del gobierno.

John Locke, también en el siglo XVII, publica su Ensayo sobre el entendimiento humano y sus Dos tratados sobre el gobierno civil, en ellos construye sus epistemologías de la política y del conocimiento a partir del físico Newton. Pero, el filósofo inglés no imaginó que en un país del entonces todavía nuevo mundo, siglos más tarde, existiera un presidente llamado Pedro Castillo que, como su antecesor de especie llamado Martín Vizcarra, con su mecánica política revisara la teoría del equilibrio de poderes y la física de las fuerzas de Newton, para desechar el equilibrio y obrar únicamente bajo la ley de acción y reacción. Semejante ilógica política hace que Castillo vea en el congreso a su fuerza opositora irreconciliable, a su par que no se equilibrará jamás. Para él, las instituciones del presidente y del congreso, al ir en sentidos opuestos se anulan. Es más, parece que la resolución del conflicto entre ambos poderes del Estado también obedece a un procedimiento trazado por las particularidades de la tercera ley de Newton: Si bien la aceleración de uno u otro poder va a depender de la fuerza o de la voluntad política aplicada, lo cual es más subjetivo; también es cierto que el poder con mayor masa en la toma de decisiones va a necesitar de más fuerza o voluntad política para moverse, lo cual es más objetivo. Entendámoslo de una buena vez: Castillo necesita cerrar el congreso por su dinámica política, que es casi una dinámica física. Por último, en caso se me acusara construir una pequeña fenomenología recurriendo a una lógica determinista, nomológica; también planteo una lógica no determinista, ideográfica: Platón, en el Fedro, ensaya la alegoría de un carro alado, que igualmente pudiera ser una carreta jalada por dos caballos que representen al presidente y al congreso, y aunque en esta figura los equinos van en el mismo sentido, proceden de acuerdo a diferentes éticas y hasta de acuerdo a diferentes niveles de abstracción: uno es virtuoso, pero pisa las nubes; en tanto que el otro adolece de virtudes, pero pisa tierra. Este artículo es una pequeña fenomenología acerca de la actual confrontación entre el presidente y el congreso: Mas allá de cuál ha de ser el desenlace de tal conflagración, lo cierto es que Pedro Castillo carece del auriga como virtud del diálogo platónico, y, por el contrario, se comporta de acuerdo a la tercera ley de Newton.

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