La columna del Director

NEOLENGUA

Por: Luciano Revoredo

De un tiempo a esta parte asistimos a un festival lingüístico-ideológico que consiste en cambiar el sentido de las palabras. Vaciarlas de su significado original y llenarlas de un nuevo significado. Es un proceso que responde a posiciones ideológicas. A la creación de lo que Orwell llamó la neolengua.

La función que cumple la neolengua según se desprende de 1984 la novela distópica de Orwell es provocar la sumisión ideológica. Para ello se reasigna un significado nuevo a las palabras.  El caso más emblemático es el de llamar verdad a la mentira.

Cambiar el significado de las palabras y manipular el uso del idioma termina por cambiar el modo de pensar e interpretar la realidad. La distorsión del lenguaje termina por distorsionar las mentes. En el mundo blandengue de lo políticamente correcto en que vivimos cada vez se habla de modo más ideologizado, hablar claro y llamar a las cosas por su nombre ofende. La disidencia se castiga. Surge la “policía del pensamiento” que determina lo que está bien y mal a partir de las redefiniciones. Se inventan entonces crímenes de pensamiento y los tan mentados crímenes de odio.

Es así que se pretende imponer el absurdo lenguaje inclusivo, por ejemplo, toda una fantasía lingüística derivada de la ideología de género, o una larga lista de eufemismos para disfrazar las perversiones de la revolución como buenas intenciones. Baste citar el uso de frases como “interrupción del embarazo”, para renombrar al horrendo crimen del aborto.

Consideran estos biempensantes de la progresía que la forma de hablar de siempre está llena de estereotipos, que el lenguaje ha sido impuesto por los dominantes, es decir por los hombres blancos, heterosexuales y patriarcales. Por eso habría una predominancia de lo masculino que hay que eliminar. Surgen entonces ridiculeces como “mi munda” o “mi cuerpa” o la “matria”, cuando no el insufrible uso de la e para eliminar el género de las palabras.

Lamentablemente este modo de hablar en neolengua, edulcorando las palabras, muy suavemente, de modo inclusivo está creando una generación de débiles. Esta tendencia incluso ha llegado a la iglesia. Está claro que definiciones claras como herejía o apostasía ya no se usan por temor a ofender. Como que ya no se predica le existencia del demonio o el infierno para no asustar a los fieles de cristal.

Todo esto de usar el lenguaje a la medida de los desvaríos ideológicos de la izquierda hay que confrontarlo con una interesante definición de Confucio cuando en una de sus Analectas señala: “Si los nombres no son correctos, el lenguaje no está de acuerdo con la verdad de las cosas. Si el lenguaje no está de acuerdo con la verdad de las cosas, los asuntos no pueden llevarse al éxito”.

 

Artículo publicado originalmente en el diario La Razón

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