Cultura

LENGUAJE, «LENGUAJA» Y «LENGUAJO»: CUANDO LA LENGUA ANUNCIA LA TIRANÍA

En los últimos tiempos asistimos casi a diario a un lamentable espectáculo de agresión al idioma bajo la justificación de un supuesto afán inclusivo e igualitario que pretende corregir y compensar presuntos agravios sociales históricos.

Por: Francisco Javier Sáenz del Castillo

La lengua es algo vivo. Esto quiere decir que va cambiando con el tiempo. Esos cambios se producen por la evolución de su uso por los hablantes, ya sea por la aparición de nuevos elementos en la vida social (sean materiales o intelectuales), por la modificación de los comportamientos, o por la alteración de las formas de subsistencia.

En ese sentido, no son algo negativo, sino el mero reflejo en el habla del desarrollo natural de la sociedad. Oponerse a ellos por una rígida sumisión a las reglas, como si el lenguaje fuese algo inalterable, es un error. Las normas lingüísticas deben servir para expresarnos correctamente, no para convertirse en un corsé que estrangule la comunicación, y en ese sentido deben actuar para que las innovaciones se ajusten a una formalidad que respalde la validez de estos cambios y facilite su correcto uso generalizado, pero no pueden ser un freno que anquilose la lengua y la convierta en algo obsoleto. Si mañana una palabra significa lo contrario que hoy, o una estructura gramatical se construye de distinta forma a como se hace en la actualidad, y si esa alteración se produce porque el uso general y cotidiano así lo ha provocado, bienvenido y correcto sea.

Cosa bien distinta son los cambios que se producen no por nuevos usos de los hablantes, sino por imposición política. El lenguaje tiene una carga simbólica, (ideológica, si se quiere) innegable: poner nombre a las cosas significa identificarlas con la concepción sobre ellas que transmite ese nombre. Controlar el idioma de forma consciente y premeditada significa, pues, controlar los conceptos, las ideas, que la gente utiliza al comunicarse entre sí. Por ello es un instrumento fundamental para el adoctrinamiento: imponer una particular concepción de la realidad al conjunto de la población como pensamiento único, o al menos hegemónico. Por eso mismo la propaganda contemporánea ha desbordado la mera publicidad política para copar todos los espacios de expresión y de comunicación. Recordemos la famosa frase del personaje de Sttembrini en La montaña mágica, de Thomas Mann: «todo es política».

En los últimos tiempos asistimos casi a diario a un lamentable espectáculo de agresión al idioma bajo la justificación de un supuesto afán inclusivo e igualitario que pretende corregir y compensar presuntos agravios sociales históricos. Estas injusticias responderían a una discriminación estructural de nuestra cultura que se manifiestan en el habla cotidiana, de forma que al enmendar ésta no sólo se pretenden solventar todas las injusticas que en el mundo ha habido desde Adán y Eva, sino que nos convertirán a todos, todas y todes (estamos pasando de declinar rosa, rosae, a hacerlo rosa, roso, rose, ros@, rosx. Cicerón era una drag romana; perdón, un drag romane; no, une drag rom… ¡bueno, eso!) nos convertirán, repito, en sujetos perfectamente justos y guiados sólo por los buenos sentimientos. El lenguaje será así una de las primeras y necesarias obras para salvar nuestras almas laicas en el Paraíso del progreso.

Es cierto que al oír hablar de portavoces y portavozas, presidentes y presidentas (¿y por qué no cantantes y cantantas, o pediatras y pediatros?), y de todos, todas y todes, muchos reaccionan tomándoselo a risa, como si se tratara una extravagante ridiculez fruto de la ignorancia o del empacho intelectual (las más de las veces es lo mismo). Algo que no llegará muy lejos y que acabará decayendo en poco tiempo por su propio absurdo. Craso error. Lo mismo pensaron muchos hace unos años con la Memoria Histórica y con otras muchas falacias que hoy tenemos instaladas en nuestra vida y consolidas en ella a través de leyes ideológicas creadas expresamente para ello.

Posiblemente la mejor denuncia que encontramos en época contemporánea de este hecho sea la descripción de la neolengua que Orwell anticipaba en su novela 1984, como uno de los rasgos manipuladores por excelencia del totalitarismo. Ese tipo de regímenes políticos que es el más alienante que ha conocido la Historia, y que para imponer su discurso falsario recurre con más intensidad y permanencia a la propaganda y al control del pensamiento en todos sus ámbitos, empezando por el propio lenguaje. Si en la ficción se considera por lo común a Orwell el gran revelador de esta manipulación, en la historia real del último siglo ese papel le corresponda al filólogo alemán Víctor Klemperer, el autor de LTI – La lengua del Tercer Reichel mejor estudio sobre la manipulación del idioma en la Alemania nacional-socialista y quizá sobre todos los regímenes totalitarios. Esto no quiere decir que el nazismo haya sido preeminente en este ámbito: simplemente es que la manipulación comunista del lenguaje no ha sido estudiada con la misma dedicación, como otros muchos rasgos y manifestaciones totalitarias del socialismo.

A esta obra de Klemperer pertenecen las siguientes y reveladoras citas:

«El lenguaje no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él. ¿Y si la lengua culta se ha formado a partir de elementos tóxico o se ha convertido en portadora de sustancias tóxicas?»

«Unos cuantos individuos proporcionaban a la colectividad el modelo lingüístico válido para todos (…) El poder absoluto que ejercía la ley lingüística de un diminuto grupo e incluso de un solo hombre se extendía por todo el espacio de habla alemana, con una eficacia tanto mayor cuanto que no distinguía entre lenguaje hablado y escrito. Antes bien, todo en ella era discurso, todo en ella debía ser apelación, arenga, incitación.»

«La LTI sirve únicamente a la invocación. Con independencia de la esfera privada o pública a la que pertenezca un tema -no, esto es falso, pues la LTI no conoce un ámbito privado que se diferencie del público, como tampoco distingue entre lenguaje escrito y hablado-, todo es discurso, todo es público.»

«La LTI se centra por completo en despojar al individuo de su esencia individual, en narcotizar su personalidad, en convertirlo en pieza sin ideas ni voluntad de una manada dirigida y azuzada en una dirección determinada (…) La LTI es el lenguaje del fanatismo de masas. Cuando se dirige al individuo, y no sólo a su voluntad, sino también a su pensamiento, cuando es doctrina, enseña los medios necesarios para fanatizar y sugestionar a las masas.»

 

El paralelismo es tan obvio que poco más se puede añadir, salvo constatar la absorción que indica Klemperes de lo privado por lo público, la característica definitoria por excelencia del totalitarismo, como bien señaló Hanna Arendt. Ese mismo rasgo domina este falso nuevo feminismo que inició la ideología de género y que se manifiesta abiertamente en uno de los escritos que dieron lugar a su nacimiento: Lo personal es político, el libelo de Carol Hanisch publicado en 1970, cuyo título fue ideado por sus editoras, Shulamith Firestone y Anne Koetz. Esta totalitaria ideología de género que quiere vigilar cómo tenemos que hablar para imponernos qué debemos pensar,

Tengan cuidado. El fantasma de Goebbels anda suelto. La Cheka y la Gestapo vienen detrás.

 

© El Debate de Hoy

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