Por: Darshana Narayanan
Mire los videos de Yuval Noah Harari, el autor del enormemente exitoso libro Sapiens: de animales a dioses, y escuchará que le hacen las más sorprendentes preguntas.
—“Dentro de cien años, ¿cree que todavía nos importará ser felices?” (el periodista canadiense Steve Paikin, en “The Agenda with Steve Paikin”).
— “Lo que yo hago, ¿sigue siendo importante? y ¿cómo me preparo para mi futuro?” (un estudiante de idiomas en la Universidad de Amberes).
— “Al final de Sapiens, dijo que deberíamos hacer la pregunta, ‘¿Qué queremos desear?’. Bien, ¿qué cree que deberíamos querer desear?” (un miembro del público en los Diálogos TED, Nacionalismo vs. Globalismo: la nueva división política).
— “Usted es alguien que practica Vipassana. ¿Le ayuda eso a acercarse a la fuerza? ¿Es ahí donde se acerca a la fuerza? (la moderadora en el India Today Conclave 2018.
La manera de hablar de Harari es suave, incluso tímida, en estos encuentros. En ocasiones, con buen humor dice que él no posee poderes adivinatorios, entonces pasa rápidamente a responder la pregunta con una autoridad que hace preguntarse si, en realidad, los posee. Dentro de cien años es bastante probable que los humanos desaparezcan y que la tierra esté poblada por seres muy diferentes tales como cyborgs e Inteligencia Artificial (IA), le dijo Harari a Paikin, afirmando que es difícil predecir “qué tipo de vida emocional o mental tendrán tales entidades”. Diversificar, le aconsejó al estudiante universitario, porque el mercado laboral de 2040 será muy volátil. Deberíamos “querer desear saber la verdad”, anunció en la Conferencia TED. “Practico la meditación Vipassana para ver la realidad más claramente”, le dijo Harari al India Today Conclave, sin siquiera esbozar una sonrisa ante lo absurdo de la pregunta. Momentos después, precisó: “Si no puedo observar la realidad de mi propia respiración por 10 segundos, ¿cómo puedo esperar observar la realidad del sistema geopolítico?”.
Si todavía no está intranquilo, considere esto: entre el rebaño de Harari se encuentran algunas de las personas más poderosas del mundo, y acuden a él como los antiguos reyes a sus oráculos. Mark Zuckerberg le preguntó a Harari si la humanidad se estaba unificando o fragmentando más por la tecnología. La directora gerente del Fondo Monetario Internacional le preguntó si los médicos dependerán de la Renta Básica Universal en el futuro. El director ejecutivo de Axel Springer, una de las editoriales más grandes de Europa, le preguntó a Harari qué deberían hacer los editores para tener éxito en el mundo digital. Un entrevistador de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) le preguntó qué efecto tendría el COVID en la cooperación científica internacional. A favor de los edictos a medio formar de Harari, cada uno subvirtió su propia autoridad. Y no lo hicieron por un experto en ninguno de sus campos, sino por un historiador que, en muchos sentidos, es un fraude, sobre todo, en lo que dice relación con la ciencia.
Los tiempos son difíciles y estamos —todos nosotros— buscando respuestas a preguntas que son, literalmente, de vida o muerte. ¿Sobrevivirán los humanos a las próximas oleadas de pandemias y cambio climático? ¿Contienen nuestros genes la clave para entenderlo todo sobre nosotros? ¿La tecnología nos salvará o nos destruirá? Es comprensible el deseo de un guía sabio, una especie de profeta que salte audazmente a través de múltiples disciplinas para brindar respuestas simples, legibles y confiables, uniéndolo todo en un relato de lectura atrapante. ¿Pero es realista?
Me asusta que, para muchos, esta pregunta parezca irrelevante. El libro súper ventas de Harari, Sapiens: de animales a dioses, es una saga arrolladora de la especie humana, desde nuestros humildes comienzos como simios hasta un futuro en el que engendraremos los algoritmos que nos destronarán y dominarán. Sapiens se publicó en inglés en 2014 y, para 2019, se había traducido a más de 50 idiomas, vendiendo más de 13 millones de copias. Al recomendar el libro en CNN en 2016, el presidente Barack Obama dijo que Sapiens, como las Pirámides de Giza, le dio “una sensación de perspectiva” sobre nuestra extraordinaria civilización. Harari ha publicado dos éxitos de ventas posteriores: Homo Deus: una breve historia del mañana (2017) y 21 lecciones para el siglo XXI (2018). En total, sus libros han vendido más de 23 millones de copias en todo el planeta. Él podría tener el derecho de ser el intelectual más buscado del mundo, adornando escenarios a todo su largo y ancho, ganando cientos de miles de dólares por cada presentación.
Hemos sido seducidos por Harari por el poder no de su verdad o erudición sino de su narración. Como científico, sé lo difícil que es convertir temas complejos en narraciones atractivas y precisas. También sé cuándo se sacrifica la ciencia al sensacionalismo. Yuval Harari es lo que yo llamo un “populista de la ciencia”. (El psicólogo clínico canadiense y gurú de YouTube Jordan Peterson es otro ejemplo). Los populistas de la ciencia son narradores talentosos que tejen historias sensacionalistas sobre “hechos” científicos en un lenguaje simple y emocionalmente convincente. Sus narraciones están en gran parte limpias del matiz o la duda, lo que les da un falso aire de autoridad, y hace que su mensaje sea aún más convincente. Al igual que sus contrapartes de la política, los populistas científicos son fuentes de desinformación. Promueven falsas crisis, mientras se presentan como poseedores de las respuestas. Entienden la seducción de una historia bien contada —buscando incansablemente expandir su público— sin importar que la ciencia subyacente esté distorsionada en la búsqueda de la fama y la influencia.
Hemos sido seducidos por Harari por el poder no de su verdad o erudición sino de su narración. Como científico, sé lo difícil que es convertir temas complejos en narraciones atractivas y precisas. También sé cuándo se sacrifica la ciencia al sensacionalismo.
Hoy en día la buena narración es más necesaria que nunca, pero también más arriesgada, particularmente cuando se trata de la ciencia. La ciencia informa las decisiones médicas, medioambientales, legales y muchas otras de carácter público, así como nuestras opiniones personales acerca de en qué tener cuidado y cómo conducir nuestras vidas. Las acciones sociales e individuales importantes dependen de nuestra mejor comprensión del mundo que nos rodea, ahora más que antes, con la plaga en todas nuestras casas y lo peor que está por venir con el cambio climático.
Es hora de someter a nuestro profeta populista, y a otros como él, a un escrutinio serio.
Esto puede ser asombroso, pero la validez fáctica de la obra de Yuval Harari ha recibido poca evaluación por parte de académicos o publicaciones importantes. El propio asesor de tesis de Harari, el profesor Steven Gunn de Oxford —quien fue guía de la investigación de Harari sobre “Memorias militares renacentistas: guerra, historia e identidad, 1450-1600”— ha hecho un reconocimiento sorprendente: que su ex alumno esencialmente ha logrado esquivar el proceso de verificación de hechos. En el perfil de Harari de 2020 aparecido en The New Yorker, Gunn supone que Harari —específicamente, con su libro Sapiens— “se saltó” la crítica de los expertos “al decir: ‘Hagamos preguntas tan amplias que nadie pueda decir: Creemos que esto tiene algo equivocado y eso otro está algo errado’… Nadie es un experto en el sentido de todo, o la historia de todo el mundo, respecto de un largo período”.
Sin embargo, probé suerte por mí misma en la verificación de hechos de Sapiens, el libro que comenzó todo. Consulté a colegas en la comunidad de la neurociencia y la biología evolutiva y descubrí que los errores de Harari son numerosos y sustanciales, y no pueden descartarse como un ejercicio quisquilloso. Aunque se vende como no ficción, algunas de sus narraciones se acercan más a la ficción que a los hechos —todos signos de un populista científico.
Considere la “Parte I: La revolución cognitiva”, donde Harari escribe sobre el salto de nuestra especie a la cima de la cadena alimenticia, brincando sobre, por ejemplo, los leones.
“La mayoría de los depredadores culminales del planeta son animales majestuosos. Millones de años de dominio los han henchido de confianza en sí mismos. Sapiens, en cambio, es más como el dictador de una república bananera. Al haber sido hasta hace muy poco uno de los desvalidos de la sabana, estamos llenos de miedos y ansiedades acerca de nuestra posición, lo que nos hace doblemente crueles y peligrosos”.
Probé suerte por mí misma en la verificación de hechos de Sapiens, el libro que comenzó todo. Consulté a colegas en la comunidad de la neurociencia y la biología evolutiva y descubrí que los errores de Harari son numerosos y sustanciales
Harari concluye que “muchas calamidades históricas, desde guerras mortíferas hasta catástrofes ecológicas, han sido consecuencia de este salto demasiado apresurado”.
Como una bióloga evolutiva, tengo que decir: este pasaje me pone los pelos de punta. ¿Qué hace exactamente a un león seguro de sí mismo? ¿Un fuerte rugido? ¿Un grupo de leonas? ¿Un firme apretón de manos? ¿La conclusión de Harari se basa en observaciones de campo o experimentos en un laboratorio? (El texto no contiene ninguna pista sobre sus fuentes). ¿Realmente la ansiedad hace que los humanos sean crueles? ¿Está él dando a entender que, si nos hubiéramos tomado nuestro tiempo para llegar a la cima de la cadena alimenticia, este planeta no tendría guerras o un cambio climático provocado por el hombre?
El pasaje evoca escenas de El Rey León: el majestuoso Mufasa mira hacia el horizonte y le dice a Simba que todo lo que toca la luz es su reino. La narración de Harari es vívida y apasionante, pero está vacía de ciencia.
Luego, tomemos el tema del lenguaje. Harari afirma que “[muchos] animales, entre ellos todas las especies de monos y simios, tienen lenguajes vocales».
He pasado una década estudiando la comunicación vocal en los titíes, un mono del Nuevo Mundo. (Ocasionalmente, su comunicación conmigo implicaba rociar su orina en mi dirección). En el Instituto de Neurociencia de Princeton, donde recibí mi doctorado, estudiamos cómo el comportamiento vocal emerge de la interacción de fenómenos evolutivos, de desarrollo, neuronales y biomecánicos. Nuestro trabajo logró romper el dogma de que la comunicación de los monos (a diferencia de la comunicación humana) está preprogramada en códigos neuronales o genéticos. De hecho, descubrimos que los bebés monos aprenden a “hablar”, con la ayuda de sus padres, de manera similar a como aprenden los bebés humanos.
Sin embargo, a pesar de todas sus similitudes con los humanos, no se puede decir que los monos tengan un “lenguaje”. El lenguaje es un sistema simbólico sujeto a reglas en el que los símbolos (palabras, oraciones, imágenes, etc.) se refieren a personas, lugares, eventos y relaciones en el mundo, pero también evocan y hacen referencia a otros símbolos dentro del mismo sistema (por ejemplo, palabras definiendo otras palabras). Las llamadas de alarma de los monos y los cantos de los pájaros y de las ballenas pueden transmitir información; pero nosotros —como ha dicho el filósofo alemán Ernst Cassirer— vivimos en “una nueva dimensión de la realidad” que es posible gracias a la adquisición de un sistema simbólico.
Los científicos pueden tener teorías contrapuestas sobre cómo surgió el lenguaje, pero todos ellos —desde lingüistas como Noam Chomsky y Steven Pinker hasta expertos en comunicación entre primates como Michael Tomasello y Asif Ghazanfar— están de acuerdo en que, aunque se pueden encontrar precursores en otros animales, el lenguaje es único de los humanos. Es una máxima que se enseña en las clases de biología de pregrado en todo el mundo y que se puede encontrar a través de una búsqueda fácil en Google.
Mis colegas científicos también están en desacuerdo con Harari. El biólogo Hjalmar Turesson señala que la afirmación de Harari de que los chimpancés “cazan juntos y luchan codo con codo contra papiones, guepardos y chimpancés enemigos” no puede ser cierta porque los guepardos y los chimpancés no viven en las mismas partes de África. “Es posible que Harari confunda a los guepardos con los leopardos”, dice Turesson.
Tal vez, según se avanza en los detalles, conocer la distinción entre guepardos y leopardos no sea tan importante. Después de todo, Harari está escribiendo la historia de los humanos. Pero, lamentablemente, sus errores se extienden también a nuestra especie. En el capítulo de Sapiens titulado “Una revolución permanente”, en el apartado “Paz en nuestra época”, Harari utiliza el ejemplo del pueblo waorani de Ecuador para argumentar que, históricamente, “la reducción de la violencia se debe en gran parte al auge del Estado”. Nos dice que los waorani son violentos porque “viven en las profundidades de la selva amazónica, sin ejército, policía o prisiones”. Es cierto que los waorani alguna vez tuvieron algunas de las tasas de homicidios más altas del mundo, pero han vivido en relativa paz desde principios de la década de 1970. Hablé con Anders Smolka, un genetista de plantas, que pasó un tiempo con los waorani en 2015. Smolka me informó que la ley ecuatoriana no se aplica en la selva y que los waorani no tienen policía ni prisiones propias. “Si las lanzas todavía hubieran sido motivo de preocupación, estoy absolutamente seguro de que me habría enterado”, dice. “Estuve allí como voluntario para un proyecto de ecoturismo, por lo que la seguridad de nuestros huéspedes era un asunto muy importante”. Aquí Harari usa un ejemplo extremadamente débil para justificar la necesidad de nuestro célebremente racista y violento Estado policial.
Estos detalles pueden parecer intrascendentes, pero cada uno es un bloque fracturado en lo que Harari falsamente presenta como un fundamento inexpugnable. Si una lectura superficial muestra esta letanía de errores básicos, creo que un examen más completo conducirá a repudios al por mayor (1).
A menudo Harari no solamente está describiendo nuestro pasado; está pronosticando sobre el futuro de la humanidad. Todo el mundo, por supuesto, tiene derecho a especular sobre nuestro futuro. Pero es importante averiguar si estas especulaciones son válidas, especialmente si una persona tiene acceso al oído de nuestras élites que toman decisiones, como es el caso de Harari. Las falsas proyecciones tienen consecuencias reales. Podrían engañar a los padres esperanzados haciéndoles pensar que la ingeniería genética erradicará el autismo, conducirá a que se inviertan enormes cantidades de dinero en proyectos sin salida o nos dejará lamentablemente poco preparados para amenazas como las pandemias.
Ahora, esto es lo que Harari dijo sobre las pandemias en su libro de 2017 Homo Deus: una breve historia del mañana.
“Así, en la lucha contra calamidades naturales como el sida y el ébola, la balanza se inclina a favor de la humanidad. (…) Por lo tanto, es probable que en el futuro haya epidemias importantes que continúen poniendo en peligro a la humanidad, pero solo si la propia humanidad las crea, al servicio de alguna ideología despiadada. Es probable que la época en la que la humanidad se hallaba indefensa ante las epidemias naturales haya terminado. Pero podríamos llegar a echarla en falta”.
Desearía que la hubiésemos echado en falta. En cambio, más de 6 millones de nosotros han muerto de COVID según los recuentos oficiales, y algunas estimaciones sitúan la cuenta real entre 12 y 22 millones. Y ya sea que piense que el SARS-CoV-2 —el virus responsable de la pandemia— vino directamente de la naturaleza o a través del Instituto de Virología de Wuhan, todos podemos estar de acuerdo en que la pandemia no se creó al “servicio de una ideología despiadada”.
Harari no podría haber estado más equivocado; sin embargo, como buen populista científico, continuó ofreciendo su supuesta condición experta al aparecer en numerosos programas durante la pandemia. Apareció en la National Public Radio (NPR), hablando sobre “cómo abordar tanto la epidemia como la crisis económica resultante”. Asistió al programa de Christiane Amanpour para resaltar las “preguntas clave que surgen del brote de coronavirus”. Luego pasó a BBC Newsnight, donde ofreció “una perspectiva histórica sobre el coronavirus”. Cambió las cosas para el podcast de Sam Harris, donde nos habló acerca de “las implicaciones futuras” del COVID. Harari también encontró tiempo para aparecer en Iran International con Sadeq Saba, en India Today E-Conclave Corona Series y en una gran cantidad de otros canales de noticias de todo el mundo.
Aprovechando la oportunidad para promover una falsa crisis — otro rasgo central de un populista de la ciencia— Harari entregó advertencias nefastas de la “vigilancia bajo la piel” (ciertamente, un concepto preocupante). “Como experimento mental”, dijo, “considere un gobierno hipotético que exija que todos los ciudadanos usen un brazalete biométrico que monitoree la temperatura corporal y el ritmo cardíaco las 24 horas del día”. La ventaja, dijo, es que un gobierno tal podría potencialmente usar esta información para detener una epidemia en cuestión de días. La desventaja es que podría brindarle al gobierno un sistema de vigilancia mejorado, porque “si puede monitorear lo que le sucede a mi temperatura corporal, presión arterial y frecuencia cardíaca mientras veo un video, puede saber qué me hace reír, qué me hace llorar, y lo que me pone muy, muy furioso”.
Las emociones humanas, y nuestras expresiones de las emociones, son altamente subjetivas y variables. Existen diferencias culturales e individuales en la forma en que interpretamos nuestras sensaciones. Nuestras emociones no se pueden inferir a partir de medidas fisiológicas despojadas de información contextual (un viejo enemigo, un nuevo amante y la cafeína pueden hacer que nuestro corazón lata más fuerte). Esto es cierto incluso si se controlan medidas fisiológicas más amplias que la temperatura corporal, la presión arterial y la frecuencia cardíaca. Incluso es cierto cuando se monitorean los movimientos faciales. Científicos como la psicóloga Lisa Feldman Barrett están descubriendo que —contrariamente a lo que se cree desde hace mucho tiempo— incluso las emociones como la tristeza y la ira no son universales. “Los movimientos faciales no tienen un significado emocional inherente para ser leídos como palabras en una página”, explica Feldman Barrett. Esta es la razón por la que no hemos podido crear sistemas tecnológicos que puedan inferir lo que usted o yo sentimos en un momento dado (y por qué es posible que nunca podamos construir estos sistemas que todo lo sepan).
Si permitimos que personas como Harari nos convenzan de que las tecnologías de vigilancia pueden “conocernos mucho mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos”, corremos el peligro de dejar que los algoritmos nos engañen.
Las afirmaciones de Harari son científicamente inválidas, pero no pueden descartarse. “Vivimos en un panóptico digital”, como dice mi colega, el neurocientífico Ahmed El Hady. Las corporaciones y los gobiernos nos están monitoreando constantemente. Si permitimos que personas como Harari nos convenzan de que las tecnologías de vigilancia pueden “conocernos mucho mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos”, corremos el peligro de dejar que los algoritmos nos engañen. Y eso tiene implicaciones negativas en el mundo real, como decidir quién es empleable o quién representa un riesgo de seguridad basado en la supuesta sabiduría de un algoritmo.
Las especulaciones de Harari se basan constantemente en una mala comprensión de la ciencia. Sus predicciones de nuestro futuro biológico, por ejemplo, se basan en una visión de la evolución centrada en los genes, una forma de pensar que (desafortunadamente) ha dominado el discurso público gracias a figuras públicas como él. Tal reduccionismo promueve una visión simplista de la realidad y, peor aún, se desvía peligrosamente hacia el territorio de la eugenesia.
En el capítulo final de Sapiens, Harari escribe:
“¿Por qué no retroceder hasta la mesa de dibujo de Dios y diseñar un sapiens mejor? Las capacidades, necesidades y deseos de Homo sapiens tienen una base genética, y el genoma de los sapiens no es más complejo que el de topillos y ratones. (El genoma del ratón contiene unos 2.500 millones de nucleobases, el genoma del sapiens unos 2.900 millones de bases; es decir, este último es un 14 por ciento mayor que el del ratón.) (…) Si la ingeniería genética puede crear ratones que son genios, ¿por qué no humanos que sean genios? Si podemos crear topillos monógamos, ¿por qué no humanos programados para permanecer fieles a su pareja?” (2).
Sería conveniente, sin duda, si la ingeniería genética fuera una varita mágica, cuyos movimientos rápidos podrían convertir a los mujeriegos en compañeros fieles, y a todo el mundo en Einstein. Lamentablemente, este no es el caso. Digamos que queremos convertirnos en una especie no violenta. Los científicos han descubierto que la baja actividad del gen de la monoamino oxidasa-A (MAO-A) está relacionada con el comportamiento agresivo y los delitos violentos, pero en caso de que tengamos la tentación de “retroceder hasta la mesa de dibujo de Dios y diseñar un sapiens mejor” (como dice Harari que podemos), no todas las personas con actividad MAO-A baja son violentas, ni todas las personas con actividad MAO-A alta no son violentas. Las personas que crecen en ambientes extremadamente abusivos a menudo se vuelven agresivas o violentas, sin importar sus genes. Tener una actividad alta de MAO-A puede protegerlo de este destino, pero no es algo dado. Por el contrario, cuando los niños se crían en ambientes amorosos y de apoyo, incluso aquellos con baja actividad de MAO-A muy a menudo se desarrollan bien.
Nuestros genes no son nuestros titiriteros, moviendo los hilos correctos en el momento correcto para controlar los eventos que nos crean. Cuando Harari escribe sobre alterar nuestra fisiología, o “diseñar” a los humanos para que sean fieles o inteligentes, se salta los muchos mecanismos no genéticos que nos forman.
Sería conveniente, sin duda, si la ingeniería genética fuera una varita mágica, cuyos movimientos rápidos podrían convertir a los mujeriegos en compañeros fieles, y a todo el mundo en Einstein. Lamentablemente, este no es el caso.
Por ejemplo, incluso algo tan aparentemente programado como nuestra fisiología —células que se dividen, se mueven, deciden su destino y se organizan en tejidos y órganos— no está diseñado solamente por genes. En la década de 1980, el científico J.L. Marx realizó una serie de experimentos en la Xenopus (una rana acuática nativa del África subsahariana) y descubrió que los eventos biofísicos “mundanos” (como las reacciones químicas en las células, las presiones mecánicas dentro y sobre las células y la gravedad) pueden activar y desactivar genes, determinando el destino celular. Los cuerpos animales, concluyó, son el resultado de una intrincada danza entre genes y cambiantes eventos físicos y ambientales.
Considérese el sabor. Al leer a alguien como Harari, uno podría pensar que el comportamiento de los bebés humanos recién nacidos, por ejemplo, está dominado casi exclusivamente por sus genes, ya que los bebés casi no tienen “crianza” de la que hablar. Pero la investigación muestra que los bebés de seis meses de edad de mujeres que bebieron mucho jugo de zanahoria en el último trimestre de su embarazo disfrutaban más que otros bebés del cereal con sabor a zanahoria. A estos bebés les gusta el sabor de las zanahorias, pero no debido a los genes “aficionados a las zanahorias”. Cuando las madres (biológicas o adoptivas) amamantan a sus bebés, los sabores de los alimentos que han consumido se reflejan en la leche materna y sus bebés desarrollan una preferencia por estos alimentos. Los bebés “heredan” las preferencias alimentarias del comportamiento de sus madres.
Durante generaciones, a las nuevas madres de Corea se les ha dicho que beban tazones de sopa de algas, y las mujeres chinas comen patas de cerdo guisadas con jengibre y vinagre poco después de dar a luz. Los niños coreanos y chinos pueden heredar preferencias de sabor específicas de la cultura sin la necesidad de genes “come jengibre” o “desea vinagre”.
En este mundo moderno, sin importar dónde vivamos, consumimos azúcares procesados. Una prolongada dieta alta en azúcar puede conducir a patrones de alimentación anormales y a la obesidad. Los científicos han utilizado modelos animales y han descubierto un mecanismo molecular a través del cual sucede esto. Las dietas altas en azúcar activan un complejo proteico llamado PRC2.1, que luego regula la expresión génica para reprogramar las neuronas del sabor y reducir la sensación de dulzura, encerrando a los animales en patrones de alimentación maladaptativos. Aquí, los hábitos dietéticos están alterando la expresión génica —un ejemplo de “reprogramación epigenética”— lo que lleva a elecciones de alimentos poco saludables.
La crianza configura la naturaleza, y la naturaleza configura la crianza. No es una dualidad; es más como una cinta de Moebius. La realidad de cómo surgen las “capacidades, necesidades y deseos de Homo sapiens” es mucho más sofisticada (¡y elegante!) que lo que retrata Harari.
Las genetistas Eva Jablonka y Marion J. Lamb lo dicen mejor en su libro Evolución en cuatro dimensiones:
“La idea de que existe un gen para la aventura, las enfermedades cardíacas, la obesidad, la religiosidad, la homosexualidad, la timidez, la estupidez o cualquier otro aspecto de la mente o el cuerpo no tiene cabida en la plataforma del discurso genético. Aunque muchos psiquiatras, bioquímicos y otros científicos que no son genetistas (sin embargo, se expresan con notable facilidad en temas genéticos) todavía usan el lenguaje de los genes como simples agentes causales y prometen a su audiencia soluciones rápidas para todo tipo de problemas, no son más que propagandistas cuyo conocimiento o motivos deben caer bajo sospecha”.
Los motivos de Harari siguen siendo misteriosos; pero sus descripciones de la biología (y sus predicciones sobre el futuro) están guiadas por una ideología que prevalece entre los tecnólogos de Silicon Valley como Larry Page, Bill Gates, Elon Musk y otros. Pueden tener opiniones diferentes sobre si los algoritmos nos salvarán o destruirán. Pero creen, de todos modos, en el poder trascendente de la computación digital. “Nos dirigimos hacia una situación en la que la IA es mucho más inteligente que los humanos y creo que ese marco de tiempo es menos de cinco años a partir de ahora”, dijo Musk en una entrevista de 2020 con el New York Times. Musk está equivocado. Los algoritmos no harán todos nuestros trabajos, ni gobernarán el mundo, ni pondrán fin a la humanidad en el corto plazo (si es que lo hacen). Como el especialista en IA François Chollet dice sobre la posibilidad de que los algoritmos alcancen la autonomía cognitiva: “Hoy y en el futuro previsible, esto es materia de la ciencia ficción”. Al hacerse eco de las narrativas de Silicon Valley, el científico populista Harari está promoviendo, una vez más, una falsa crisis. Peor aún, está desviando nuestra atención de los daños reales de los algoritmos y el poder desenfrenado de la industria tecnológica.
Los motivos de Harari siguen siendo misteriosos; pero sus descripciones de la biología (y sus predicciones sobre el futuro) están guiadas por una ideología que prevalece entre los tecnólogos de Silicon Valley como Larry Page, Bill Gates, Elon Musk y otros.
En el último capítulo de Homo Deus, Harari nos habla de una nueva religión, “La religión de los datos”. Los practicantes de esta religión — los “dataístas”, según les llama— perciben el universo entero como flujos de datos. Ven a todos los organismos como procesadores de datos bioquímicos y creen que la «vocación cósmica» de la humanidad es crear un procesador de datos omnisciente y todopoderoso que nos entienda mejor de lo que podemos entendernos nosotros mismos. La conclusión lógica de esta saga, predice Harari, es que los algoritmos asumirán la autoridad sobre todas las facetas de nuestras vidas: decidirán con quién nos casamos, qué carreras seguiremos y cómo seremos gobernados. (Silicon Valley, como puede adivinar, es un centro de la religión de los datos).
“Homo sapiens es un algoritmo obsoleto”, afirma Harari, parafraseando a los dataístas.
“A fin de cuentas, ¿cuál es la ventaja de los humanos sobre las gallinas? Únicamente que en los humanos la información fluye en pautas mucho más complejas que en las gallinas. Los humanos absorben más datos y los procesan utilizando algoritmos mejores. (…). Bueno, si pudiéramos crear un sistema de procesamiento de datos que absorbiera más datos incluso que un ser humano y que los procesara de manera aún más eficiente, ¿no sería dicho sistema superior a un humano exactamente de la misma manera en la que un humano es superior a una gallina?”.
Pero un humano no es una gallina mejorada, ni siquiera es necesariamente superior en todos los sentidos a una gallina. De hecho, las gallinas pueden “absorber más datos” que los humanos y “procesarlos mejor”, al menos en el dominio de la visión. La retina humana tiene células fotorreceptoras sensibles a las longitudes de onda rojas, azules y verdes. Las retinas de la gallina tienen estas mismas células, además de células cónicas para longitudes de onda violetas (incluidas algunas ultravioletas), además de receptores especializados que pueden ayudarlas a rastrear mejor el movimiento. Sus cerebros están equipados para procesar toda esta información adicional. El mundo de las gallinas es una extravagancia en tecnicolor que ni siquiera podemos sondear. Mi punto aquí no es que una gallina sea mejor que un humano —esto no es una competencia— sino que las gallinas son únicamente “gallinas” de la misma manera que nosotros somos únicamente “humanos”.
Ni las gallinas ni los humanos son meros algoritmos. Nuestros cerebros tienen un cuerpo, y ese cuerpo está situado en un mundo. Nuestros comportamientos surgen debido a nuestras actividades mundanas y corporales. Los seres vivos no solamente absorben y procesan los flujos de datos de nuestro entorno; nosotros estamos continuamente alterando y creando nuestro propio entorno, y el de los demás, un proceso llamado “construcción de nicho” en biología evolutiva. Cuando un castor construye una presa sobre un arroyo, crea un lago, y todos los demás organismos ahora tienen que vivir en un mundo con un lago. Los castores pueden crear humedales que persisten durante siglos, cambiando las presiones de selección a las que están expuestos sus descendientes, lo que podría causar un cambio en el proceso evolutivo. El Homo sapiens tiene una flexibilidad sin igual; tenemos una capacidad extraordinaria para adaptarnos a nuestros entornos, y también para modificarlos. Nuestros actos de vida no solamente nos diferencian de los algoritmos; hacen que sea casi imposible que los algoritmos predigan con precisión nuestros comportamientos sociales, tales como a quién amaremos, qué tan bien nos irá en futuros trabajos (3), o si es probable que cometamos un crimen.
Harari se cuida de presentarse a sí mismo como un escriba objetivo. Se esfuerza por decirnos que está presentando la cosmovisión de los dataístas, y no la suya propia. Pero luego hace algo muy astuto. El punto de vista dataísta “puede parecer una idea excéntrica y marginal”, dice, “pero en realidad ya ha conquistado a la mayor parte de las altas esferas de la ciencia”. Al presentar la cosmovisión dataísta como concluyente (habiendo “conquistado la mayor parte de las altas esferas de la ciencia”), nos dice que es “objetivamente” cierto que los humanos somos algoritmos, y nuestra marcha hacia la obsolescencia —como receptores pasivos de decisiones tomadas por mejores algoritmos— es ineludible, porque está integralmente ligada a nuestra humanidad. Volviendo a la nota a pie de página en apoyo de esta afirmación radical, encontramos que de los cuatro libros que cita, tres han sido escritos por personas que no son científicas: un publicista musical, un creador de tendencias y un editor de revistas (4).
No hay nada predeterminado sobre el destino de la humanidad. Nuestra autonomía se está erosionando no por el karma cósmico, sino por un nuevo modelo económico inventado por Google y perfeccionado por Facebook, una forma de capitalismo que ha encontrado una forma de manipularnos con el fin de ganar dinero. La científica social Shoshana Zuboff le ha dado a este modelo económico el nombre de “capitalismo de la vigilancia”. Las corporaciones capitalistas de la vigilancia —Google, Facebook, Amazon, Microsoft y otras— construyen las plataformas digitales de las que dependemos cada vez más para vivir, trabajar y jugar. Supervisan nuestras actividades en línea con un detalle asombroso y utilizan la información para influir en nuestros comportamientos con el fin de maximizar sus beneficios. Como subproducto, sus plataformas digitales han ayudado a crear cámaras de eco que resultan en unos extendidos negacionismo climático, escepticismo científico y polarización política. Al nombrar al enemigo y caracterizarlo como una invención de los humanos —no un hecho de la naturaleza o una inevitabilidad tecnológica— Zuboff nos proporciona una manera de combatirlo. Como se puede imaginar, Zuboff, a diferencia de Harari, no es una figura querida en Silicon Valley.
*
En octubre de 2021, Harari lanzó el Volumen 2 de la adaptación como historia gráfica de Sapiens. Lo que sigue es un libro para niños de Sapiens, Imparables, una experiencia inmersiva, así como un programa de televisión de varias temporadas inspirado en Sapiens. Nuestro profeta populista es implacable en su búsqueda de nuevos seguidores y, con ellos, nuevas alturas de fama e influencia.
Harari nos ha seducido con su capacidad de narración, pero una mirada atenta a su historial muestra que sacrifica la ciencia al sensacionalismo, a menudo comete graves errores factuales y retrata lo que debería ser algo especulativo como algo cierto. La base sobre la que hace sus afirmaciones es oscura, ya que rara vez proporciona notas a pie de página o referencias adecuadas y es notablemente tacaño al reconocer a los pensadores que formularon las ideas que presenta como propias (5). Y lo más peligroso de todo, refuerza las narrativas de los capitalistas de la vigilancia, dándoles un pase libre para manipular nuestros comportamientos con el fin de satisfacer sus intereses comerciales. Para salvarnos de esta crisis actual y de las que nos esperan, debemos rechazar enérgicamente la peligrosa ciencia populista de Yuval Noah Harari.
————————————–
Notas
(1). Mis preocupaciones sobre la validez fáctica de la obra de Harari se hacen eco de una crítica de otro libro súper ventas, Crisis, de Jared Diamond, hecha por el autor Anand Giridharadas. Giridharadas le pregunta a Diamond: “Si no podemos confiar en usted en las cosas pequeñas y medianas, ¿cómo podemos confiar donde los autores de libros de 10 kilómetros de altura realmente necesitan nuestra confianza, en las afirmaciones grandes y difíciles de verificar?”. Giridharadas también señala la necesidad de una verificación de hechos profesional para la no ficción de formato libro, que he aprendido, para mi sorpresa, que no es la norma.
(2). Un extracto similar del libro de Harari de 2017, Homo Deus: Una breve historia del mañana: “Una vez que sea posible corregir genes letales, ¿por qué pasar por el embrollo de insertar un ADN extraño cuando se puede simplemente reescribir el código y transformar un gen mutante peligroso en su versión benigna? Es posible que entonces podamos empezar a usar el mismo mecanismo para reparar no solo los genes letales, sino también los responsables de enfermedades menos letales, del autismo, de la estupidez y de la obesidad”.
(3). No hay evidencia revisada por pares de que los algoritmos puedan predecir el desempeño laboral, a pesar de que millones de personas son evaluadas por algoritmos para trabajos en compañías como McDonald’s, Kraft-Heinz, Boston Consulting Group y Swarovski. El científico informático de Princeton, Arvind Narayanan, ha criticado públicamente a las empresas que ofrecen servicios algorítmicos de selección de trabajos (HireVue y Pymetrics son las dos principales) por «vender aceite de serpiente».
4. Los libros que cita Harari: Kevin Kelly, What Technology Wants (Nueva York: Viking Press, 2010); César Hidalgo, Why Information Grows: The Evolution of Order, from Atoms to Economies (Nueva York: Basic Books, 2015) [hay versión castellana: El triunfo de la información (Barcelona: Debate, 2017]; Howard Bloom, Global Brain: The Evolution of Mass Mind from the Big Bang to the 21st Century (Hoboken: Wiley, 2001); Shawn DuBravac, Digital Destiny (Washington: Regnery Publishing, 2015).
5. Un lector casual que tomara los escritos de Harari pensaría que todas las ideas provienen solamente de él, pero los marcos de pensamiento de Harari a menudo recuerdan a otros que vinieron antes. Por ejemplo: su comparación de ideologías religiosas y seculares con un juego de Pokémon Go es asombrosamente parecida a una comparación anterior hecha por el filósofo esloveno Slavoj Žižek, en su libro de 2017 Incontinence of the Void: Economico-Philosophical Spandrels, y discutida antes en conferencias. En su libro Homo Deus de 2017, Harari dedica un capítulo completo al “dataísmo”, pero no agradece a los periodistas David Brooks (quien acuñó el término dataísmo) o Steve Lohr (quien publicó un libro de 2015 titulado Data-ism).
Es curioso que el desconocido Darshana Narayanan, ponga en el mismo nivel al mimado de las elites Harari y al repudiado por esas misma elites, Peterson, creo que quiere ocupar su lugar. Se ha presentado así mismo como científico, aunque creo que es cuentifico, si alguien sabe algo bien sabido, es lógico que pueda explicarlo a sus pares como a los legos, como era el caso del papa Benedicto XVI, que temas complejos de teología los ponía para adolescentes de una forma que podían entender. Lo lamento, no me convence, creo que es aspirante a gurú entre esas mismas élites y por eso ha puesto el parche, nombrando a Peterson.