
Por: María Ximena Rondón
La fiebre de los fanáticos del anime “Demon Slayer” (Kimetsu no Yaiba) ha puesto a Japón y a los héroes ficticios de la Era Taisho en el mapa de interés. Hay quienes vocean la nueva película como candidata para obtener un premio Óscar.
Como fan de esta saga, donde el “bien” (los cazadores) luchan contra el “mal” (Muzan Kibutsuji y sus demonios), mi algoritmo suele arrojar contenido sobre esta historia y todo lo relacionado a ella. Entre esta información, me topé con la vida de, al que podríamos llamar, un “Demon Slayer” real.
Su nombre era Justo Takayama Ukon, un samurai de la Era Sengoku y que tuvo una conversión especial al catolicismo.
Nació en 1552 y creció en el Castillo Sawa, en la provincia de Yamato, en un mundo de señores de la guerra, espadas, ceremonias y honor. Su padre, Takayama Tomoteru se interesó por el catolicismo, una religión que generaba inquietud en los grandes daimyo, e invitó a un misionero a sus dominios. El sacerdote no pudo asistir, pero envió a un converso, cuyo testimonio inspiró a que toda la familia se bautizara.
Durante el ritual para conmemorar su mayoría de edad, tuvo un duelo a muerte contra uno de los suyos. Este fue un punto de inflexión para Justo, quien se dio cuenta de que no había estado tomando su fe con seriedad.
Se destacó como un excelente guerrero, con su excelente dominio de la katana y habilidades estratégicas, fue importante para muchas victorias de los Takayama. Con el tiempo, su padre y él mismo empezaron una labor de evangelización y de ayuda a los católicos, quienes empezaron a ser perseguidos por el daimyo Hodeyoshi.
Durante ese tiempo, Justo había dedicado horas a la oración y al camino del cultivo de las virtudes católicas.
Además, se destacó por ser un “maestro” en la Ceremonia del Té, llegando a conformar el grupo llamado “Siete Maestros de Rikyu”. El propósito de esta práctica japonesa es desarrollar el “Wabi”: la sobriedad, la quietud y el refinamiento del espíritu.
La persecución se convirtió en el demonio que amenazaba al Reino de los Cielos que se había expandido sobre todo lo que amaba.
La prueba de su espíritu ante el mal, haciéndole frente como un “Demon Slayer”, fue cuando le pidieron que renunciara a su fe. Su amor por Cristo fue más grande y dejó atrás riquezas, su título nobiliario, sus tierras y se exilió con su esposa, hijos y más de 300 seguidores.
La peregrinación de su vida culminó en Manila (Filipinas), donde falleció en 1615 debido a una terrible fiebre.
Debido al gran ejemplo de su combate espiritual y su amor a Jesucristo fue declarado como mártir y beatificado el 7 de febrero de 2017 en Osaka.
Así como los personajes ficticios de “Demon Slayer” nos inspiran y cautivan, hay héroes reales como Justo Takayama, cuyo testimonio de firmeza y coherencia necesitamos seguir en estos tiempos donde la moral está de cabeza.





