Iglesia

DAD AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR

 

Por: Pedro Luis Llera

Es un clásico que cada vez que alguien toca el tema de la relación entre fe y política alguien sale con la consabida frase del Evangelio: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 21). Y lo normal es que los apóstatas y todos los “modernos” manipulen esa frase de Nuestro Señor usándola como coartada para justificar lo injustificable: que uno pueda conciliar el hecho de ser católico con el de votar o incluso militar en partidos políticos cuyas ideologías y programas contravienen abiertamente la doctrina y la moral de la Iglesia. Para todos estos, la fe sería un asunto privado y particular, que se debe limitar al culto dentro del templo o en la intimidad de tu propia casa o de tu propia conciencia. Pero la vida pública sería otro ámbito independiente donde la fe no tendría nada que decir. Así, se puede, según estos farsantes, ir a misa los domingos o a diario, confesarse y, al mismo tiempo, militar o votar a formaciones políticas que propugnan el aborto, la eutanasia, la gestación subrogada (eufemismo abyecto para referirse al alquiler de vientres de mujeres para gestar hijos de otros), la ideología de género o el control estatal, con pretensiones totalitarias, de la educación. Y no se ponen ni “coloraos” ante tanta indignidad.

He oído y leído muchas veces y a muchos personajes más o menos relevantes la mentecatez de que no debe haber un partido católico – lo cual es discutible – sino que debe haber católicos en todos los partidos políticosy también que los católicos pueden, en conciencia, votar a cualquier partido político. Y ante estas proposiciones, uno, o se guarda la razón en el desván bajo siete llaves y comulga con ruedas de molino; o si se decide a pensar, no puede sino señalar su absoluta falsedad.

En una reciente entrevista en el diario ABC a don José Francisco Serrano Oceja, le preguntaban lo siguiente:

– El votante católico está presente, como expone, en todos los partidos, y tiene en mente muchos temas para decantar su voto, como el derecho a la vida o la familia, pero ningún partido aglutina todas esas demandas.

Y don José Francisco contestaba:

– Los votantes católicos no somos votantes de un solo criterio. El votante católico realiza un ejercicio de libertad y conciencia y creo que hay que establecer una relación positiva con los partidos para que tengan en cuenta nuestras reivindicaciones. Un problema de la política española es la identificación del votante católico con los partidos de derechas. Las etiquetas en política ya han caducado. Además, en el nuevo panorama se deberían tener más en cuenta las demandas de los católicos que se sostienen en principios irrenunciables como la defensa de la vida, la dignidad de la persona, la libertad para escoger la opción educativa o la preocupación por los pobres, marginados, inmigrantes o excluidos.

Yo veo cierta contradicción: por una parte, se señala como un problema la identificación del voto de los católicos con los partidos de derechas. Pero al mismo tiempo, dice don José Francisco que los católicos tenemos “principios irrenuciables”, que deberían tener en cuenta los partidos políticos, como la defensa de la vida, la dignidad de la persona, la libertad educativa, etc.

¿En qué quedamos? Porque esos principios irrenunciables eran los que defendía la derecha y los que combatía la izquierda. Aunque de un tiempo a esta parte, el PP y Ciudadanos, que supuestamente son de derechas, ya no defienden la vida ni la libertad ni nada de nada. Al contrario: votan con socialistas y comunistas las leyes inspiradas en la ideología de género y en el feminismo marxista con un fervor propio del converso.

Entonces, ¿el voto de los católicos puede ir a los partidos de izquierdas? Evidentemente, hay católicos que votan a los socialistas o a los comunistas. Pero, en conciencia, ¿se puede establecer una relación positiva con esos partidos de izquierdas? ¿Puede votar un católico consecuente a partidos que defienden el aborto como un derecho? ¿Puede votar un católico coherente a un partido que lleva en su programa la legalización de la eutanasia? ¿Puede votar un católico auténtico a un partido que pretende legalizar los vientres de alquiler? ¿Puede votar un católico a un partido que defiende la ideología de género y el homosexualismo político? ¿Puede militar un católico en un partido que defienda todo esto?

Mi respuesta a todas esas preguntas es un no rotundo, porque los partidos que postulan tales cosas son verdaderas estructuras de pecado y contradicen la doctrina moral de la Iglesia. Así de claro. “Los votantes católicos no somos votantes de un solo criterio”, dice Serrano Oceja. Yo diría más bien que hay votantes católicos con un criterio coherente y hay votantes católicos sin criterio alguno, porque su fe, en realidad, brilla por su ausencia. Podríamos hablar de católicos por tradición o por costumbre, pero sin convicciones ni criterios claros a la hora de votar. Y buena parte de la culpa de esta falta de criterio y de ese pésimo discernimiento a la hora de votar la tienen los pastores, que son los que tienen la obligación de formar rectamente la conciencia de los fieles.

Los católicos debemos respetar la autoridad y obedecer las leyes justas de las naciones donde vivimos. Pero vean ustedes lo que escribía León XIII en la Encíclica Libertas:

10. Es, además, una obligación muy seria respetar a la autoridad y obedecer las leyes justas, quedando así los ciudadanos defendidos de la injusticia de los criminales gracias a la eficacia vigilante de la ley. El poder legítimo viene de Dios, y el que resiste a da autoridad, resiste a la disposición de Dios. De esta manera, la obediencia queda dignificada de un modo extraordinario, pues se presta obediencia a la más justa y elevada autoridad. Pero cuando no existe el derecho de mandar, o se manda algo contrario a la razón, a la ley eterna, a la autoridad de Dios, es justo entonces desobedecer a los hombres para obedecer a Dios. Cerrada así la puerta a la tiranía, no lo absorberá todo el Estado. Quedarán a salvo los derechos de cada ciudadano, los derechos de la familia, los derechos de todos los miembros del Estado, y todos tendrán amplia participación en la libertad verdadera, que consiste, como hemos demostrado, en poder vivir cada uno según las leyes y según la recta razón.

Los católicos no podemos obedecer las leyes inicuas que atentan contra la Ley de Dios. Tenemos, por el contrario, el deber de resistirlas y combatirlas. Hay que dar al César lo que es del César, pero a Dios hay que obedecerlo antes que a los hombres. ¿Y qué hay que dar al César? Nuestros clásicos lo tenían claro. Calderón de la Barca lo expresa así de bien a través del personaje de Pedro Crespo en El Alcalde de Zalamea:

al Rey, la hacienda y la vida
se ha de dar; pero el honor
es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios.

A la patria hay que dar la hacienda y la vida; es decir, tenemos la obligación de pagar nuestros impuestos y defender a la patria contra cualquier amenaza externa o interna, ofreciendo para ello nuestra propia vida si fuera necesario. Pero el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios.

El honor consiste en vivir con coherencia y respetar la Ley Natural y la Ley Divina. Ningún gobierno me puede impedir vivir como católico, pensar como católico, expresarme como católico. Porque si así lo hiciese cualquier gobierno, ya no estaríamos ante un poder legítimo, sino ante una tiranía que habría que combatir en aras del bien común y de la justicia. Yo soy radicalmente de Cristo. No lo soy moderadamente ni a medias ni a ratos. No admito componendas ni distingo entre mi vida privada y mi vida pública. Soy de Cristo siempre, en todo y a todas horas. Y mi único criterio es Cristo. Y no un Cristo inventado al gusto del mundo, sino el Cristo que a lo largo de más de dos mil años ha predicado la Iglesia Católica a través de su magisterio y su doctrina perenne. Traicionar a Cristo para contentar al César es pecado, es deshonesto, es apostasía.

En los últimos años, por ejemplo, la ideología de género se ha extendido por todo el mundo como una mancha de galipote. Esta ideología es basura. Partiendo de la idea de que Dios no existe – lo que atenta contra las creencias de todos los católicos de España -, esta excrecencia ideológica ha extendido la especie de que cada individuo puede autodeterminarse y ser libre para definir, por su propia voluntad y sus sentimientos, qué quiere ser y cómo quiere ser, al margen de las mismísimas evidencias biológicas y científicas. De ese modo, aunque yo sea biológicamente un hombre y todas mis células sean genéticamente las de un hombre, si yo quiero ser mujer porque me siento mujer y decido ser mujer, pues soy mujer y punto. Yo soy el dueño de mi propia vida y puedo hacer con ella lo que me dé la gana. Estos son los principios liberales llevados hasta el paroxismo. La voluntad del hombre es soberana, incluso para negar la mismísima realidad. Yo no dependo de nada ni de nadie porque dependo fundamentalmente de mí. Soy independiente y puedo elegir todo aquello que yo decido. Esto me da derecho a elegir libremente mi orientación sexual entre una variedad casi infinita de posibilidades distintas, que puedo ir experimentando o cambiando a capricho según me apetezca.

Esta visión antropológica consagra la rebelión de la criatura respecto al Creador. Es la soberbia antropocéntrica elevada a su mayor exponente. Es el “non serviam” del Demonio. La ideología de género ataca frontalmente la moral católica. Es un intento de dinamitar la civilización cristiana para imponer un nuevo modelo de familias y de sociedad al gusto del Anticristo. Es el pecado elevado a la categoría de virtud mediante la promulgación de leyes positivas: el consenso de las mayorías parlamentarias han decidido que el vicio es virtud y el pecado es amor. Un católico no solo no puede aceptar nunca los postulados de la ideología de género, sino que, como han señalado reiteradamente los pontífices, debemos combatirla.

Por ejemplo, la Ley 8/2017, de 20 de diciembre, publicada en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía el 15 de enero de 2018, con la excusas de garantizar los derechos, la igualdad de trato y no discriminación de las personas LGTBI, señala ya en su exposición de motivos lo siguiente:

“Los principios de la presente ley parten de la libre facultad de toda persona para construir para sí una autodefinición con respecto a su cuerpo, identidad sexual, género y orientación sexual”.

Ahí es nada. Yo puede autodefinir mi propio cuerpo… Y este es un requisito básico para el completo y satisfactorio desarrollo de la personalidad. Obviamente, este principio, es incompatible con la antropología cristiana que establece que Dios nos ha creado hombre y mujer. Y eso no depende de mí, sino de Dios. Así lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

355 “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios” (I); en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material (II); es creado “hombre y mujer” (III); Dios lo estableció en la amistad con él (IV).

La ideología de género rechaza de manera radical a Dios y nos propone “ser como Dios”. Ese es el gran pecado y esa es la gran tentación: poner al hombre en el lugar de Dios; que el hombre se constituya como verdadero dios para sí mismo. Yo me creo y me defino a mí mismo; me autodetermino. Dios no pinta nada porque no existe. Y no tiene que decirme qué está bien y qué está mal: eso lo decido yo.

Esta doctrina política tiene raíces indudablemente satánicas. Con apariencia de bien (obviamente, nadie está a favor de discriminar a los homosexuales), la ideología de género prohíbe en la práctica la moral de todos los católicos. La ley andaluza antes citada considera como falta muy grave “promover, justificar u ocultar por cualquier medio la discriminación hacia las personas LGTBI o sus familiares, negando la naturaleza de la diversidad sexual e identidad de género”. En otras palabras, que si yo, como católico, niego la ideología de género, (si negara eso que llaman la “diversidad sexual” y la “identidad de género”); y afirmo con el catecismo que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, podría estar incurriendo en una falta grave (por decir que un hombre es un hombre y una mujer es una mujer) que estaría sancionada con multas de 60.001 hasta 120.000 euros y además, me podrían inhabilitar para ejercer como director de colegio entre 3 y 5 años.

Las leyes LGTBI que se han aprobado en Madrid, Galicia, Murcia o Andalucía atentan gravemente contra la libertad de conciencia, contra la libertad de expresión, contra la libertad de educación y contra la libertad religiosa. Y lo más grave es que estas leyes inicuas han sido aprobadas por unanimidad de todos los partidos políticos con representación parlamentaria. O sea que estamos ante una ideología transversal, ante un pensamiento único, que apoyan todas las fuerzas políticas desde el Partido Popular hasta Podemos, pasando por el Partido Socialista y Ciudadanos. Todos juntos están de acuerdo con el concepto de liberalismo que condenaba León XIII:

Pero son ya muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión: “No serviré”, entienden por libertad lo que es una pura y absurda licencia. Tales son los partidarios de ese sistema tan extendido y poderoso, y que, tomando el nombre de la misma libertad, se llaman a sí mismos liberales.

12. El naturalismo o racionalismo en la filosofía coincide con el liberalismo en la moral y en la política, pues los seguidores del liberalismo aplican a la moral y a la práctica de la vida los mismos principios que establecen los defensores del naturalismo. Ahora bien: el principio fundamental de todo el racionalismo es la soberanía de la razón humana, que, negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad.

El Papa Francisco ha denunciado igualmente la ideología de género reiteradamente. Lo mismo han hecho numerosos obispos. El último que está sufriendo la persecución de los abanderados de la ideología de género es el obispo de Alcalá, Monseñor Reig Pla. Los católicos no podemos considerar como virtud lo que Dios considera pecado mortal. Ni podemos, ni debemos, ni queremos. Aunque con ello contentáramos al mundo para evitar persecuciones. Nosotros debemos amar a Dios sobre todas las cosas y llamar a todos los pecadores a la conversión a Cristo. Ese es el primer mandamiento. Y amar a Dios significa cumplir sus mandamientos. Nosotros no discriminamos a nadie porque la caridad es la ley suprema: Dios es Amor. Pero el mayor acto de caridad es que seamos testigos de la Verdad, que es Cristo, para que todos se salven: no decir lo que el mundo quiere que digamos para contentar a todos a costa de traicionar a Nuestro Señor.

Los Católicos tenemos derecho a proclamar el evangelio y a vivirlo en privado y en público. No imponemos nada a nadie. Pero tampoco tienen derecho a imponernos a nosotros una ideología y una antropología que atentan contra la Ley de Dios: a Dios, lo que es de Dios.

 

 

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