
Carlos:
Hablemos con la libertad de los hijos de Dios. Tus homilías y tus artículos periodísticos, no nutren la fe de los sencillos, de quienes es el Reino. Ellos tienen la “fe del carbonero”, con la cual no sintonizas.
A veces das la impresión de haber perdido la fe. ¿Profesas la Fe de la Iglesia, o confiesas el Credo de la agenda 2030, con todas sus aberraciones y disparates? Por lo pronto no usas el lenguaje de la Fe.
Carlos (o debo decir “Carlos y Carlas”), tú y yo sabemos que tu hablar te delata. Tus actos te acusan y tus decisiones revelan una absoluta falta de sindéresis.
Das la impresión de ser esclavo de la angustia existencial. Pareces alguien que se siente vacío y confundido, porque no encuentra sentido a la vida. ¿No será que terminaste siendo prisionero de la Liberación? Después de la venida de Cristo-Profeta, ¿quién puede venir, sino el Falso Profeta?
Te cuento lo que, con preocupación, comentan tus allegados. Dicen que es como si te cubriera el palio de la amargura. Que has perdido esa alegría, que es prenda de la paz con Dios, a quien haces guerra y combates.
Carlos, vuelve en ti. Date cuenta, que enajenaste tu voluntad, y confundiste tu entendimiento cuando imaginaste que el Concilio Vaticano II era la versión eclesial de Mayo del 68. A tus años, sigues siendo un intelectual de poco asiento y juicio, que cree que el cristianismo marxistoide es una forma de Humanismo, y un camino de trascendencia.
Eres un materialista que carece de visión espiritual, y un sociólogo privado de intuición teológica.
¡Cómo no vas estar amargado! Eres un pastor que no tiene rebaño. Llamas y convocas, pero la grey no te sigue, porque no reconoce tu voz.
Ignoras cómo hablar a la multitud, porque nunca te has preocupado de oírla en confesión. Por tanto, no conoces ni sus dolores, ni sus gozos, ni sus esperanzas. Sábelo de una vez: La realidad interior de hombre, con sus cumbres y sus abismos, se aprende en el confesonario. El confesonario conduce al Altar y al Tabernáculo, llamado por ti “caja de metal”, ante la cual no se convierte nadie. No hueles a ovejas, sino a zorrillo.
Eres “empático”, y no compasivo. Tu acogida es inhospitalaria. Tu escucha es sorda y tu diálogo es mudo. Todo en ti es artificial, teórico y convencional. Buscas el aplauso y la aprobación del mundo, antes que la aprobación de Dios. Garrigou Lagrange hablo de ti, cuando sentenció: “Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en los principios porque no creen; pero son intolerantes en la práctica porque no aman”. Eres tibio, y tu tibieza es vomitiva…
En la procesión del día 18, recién venido de Roma, te viste obligado a cantar madrigales a la Eucaristía, para calmar el enfado general que causaste con tu sacrílega creatividad pseudolitúrgica. Tuviste que cantar la palinodia. Con la misma boca que dijiste que nadie se convierte “ante una caja de metal”, dijiste que “la adoración eucarística, en el silencio de la contemplación, transforma el corazón humano”. Y milagrosamente, cambiaste los galimatías poéticos de Vallejo, por el misticismo de santa Teresa de Ávila. Queda claro que el Señor Apostólico, te ha recordado el catecismo básico.
Imagino tu frustración, al verte vencido, una vez más, por el Barroco. Debes reventar de rabia cuando ves que las multitudes incontables recorren el camino nazareno que la iglesia de Lima recorre desde tiempos barrocos. ¿Quién recorre tu “camino sinodal”? ¡Nadie!
El desprecio que tienes por la religiosidad popular y por todas las formas de piedad, impide que puedas predicar ante el Señor de los Milagros. Quiero que entiendas: El triunfo de la Cruz, y el Amor Trinitario Eucarístico solo pueden ser predicados a la luz del Magisterio, por medio de labios piadosos. El Señor de los Milagros elige a sus cargadores, a sus cantoras y a sus predicadores. Por lo visto, no te ha elegido a ti.
Eso explica el fracaso de tus sermones de los días 18 y 28 de octubre. Presta un poco de oído a quien te enseña: no es la añoranza del pasado, ni el perricholismo ceremonial, lo que hace que viva y fructifique la devoción al Señor de los Milagros, y que se mantengan vivas las expresiones piadosas del Barroco. ¡Es el Evangelio que esta ciudad conoció mediante la pedagogía catequética del Barroco! Los devotos se acercan al “oratorio del corazón”, que enciende en ellos el “incendium amoris”. Lima sabe que es amada. Estos son asuntos que no conoces, ni te interesa conocer. Tu candelejonería no es amor, y tu melosidad no es mansedumbre.
¿En qué clase de “amor” crees? Por lo visto no te basta el Amor de Dios, y te pones a “inventar nuevas formas de amar”. Pero nada dices del Amor Trinitario. Te cuidas de mencionar al Espíritu Santo. Insistes en la muerte de Cristo, y en el fin de su vida terrenal. Nunca te he oído proclamar a Cristo crucificado y resucitado de entre los muertos. La tuya es una fe vana, es una fe sin amor. Tu prédica es hueca porque no exalta a Cristo. La falsificación que haces de Dios, forzosamente conduce a la falsificación del hombre. Poco falta para que reemplaces la doxología por el himno de la Internacional.
Las palabras nos conducen a las cosas; nos permiten descubrirlas. Las palabras de un sacerdote deben remitir a conceptos teológicos, y cada concepto debe remitir a realidades sobrenaturales y trascendentes. Tus palabras, no transmiten la Luz de las verdades; esparcen las oscuridades del error y del engaño. Dicho en pocas palabras, “Intrascendencia” es tu nombre, e Inmanencia tu apellido.
No eres un ministro del altar, eres un soltero que celebra la misa. Un augur del nuevo paganismo que despliega los rollos de los libros sibilinos, y que ejerce el sumo pontificado de la egolatría. Practicas la idolatría de ti mismo; por tanto, hablas de un dios que has creado a tu semejanza. Eso te lleva a falsificar el lenguaje, y a vaciarlo de contenidos. “Cuando hay un lugar vacante, ese lugar vacante lo llena el diablo: el espíritu inmundo es amigo de los lugares vacantes. Y el diablo antes endemoniaba a la gente, pero ahora –en la época de la era industrial– lo que consigue endemoniar son las palabras”. Dijo hace casi veinte años Rafael Luis Breide.
Cuando te oigo decir “Acogida”, “Escucha”, “Iglesia en salida”, “periferias” “apertura” “dialogar y decidir” te imagino como el disco rayado de un fonógrafo, o como una cotorra que repite cualquier tontería que oye. Pareces un ropavejero rematando su mercadería en pleno cambalache de baratijas y chucherías.
Quiero que sepas, estimado Carlos, que no puedes engañar a todo el mundo. No equipares el camino real nazareno, con tu pedregoso y fangoso camino sinodal. El camino nazareno no es un fenómeno sociológico, como lo entiendes tú; es un testimonio de fe, una expresión de conversión, un acto de amor y fidelidad a Cristo en Cruz. Lima caminando en procesión penitencial, y venerando el icono del Señor de los Milagros, está adorando al Lignum Crucis que encabeza la marcha. La muchedumbre nazarena, se congrega espontáneamente para cargar en triunfo las andas del Señor, porque contemplan el poder de Dios. Lima va a las nazarenas a aprender la sabiduría de la Cátedra de la Cruz, y a beber de la Fuente de la Gracia. Lima católica desea obedecer a Cristo. No va a ese santuario barroco para hacer realidad los sueños de Francisco, ni para servir de argumento a tus divagaciones esotéricas. La Iglesia debe estar despierta y en vigilia según el Evangelio, y de ninguna manera sometida a las alucinaciones oníricas de nadie. Llamas sueños, a lo que deberías llamar pesadillas de la Iglesia.
Deja de mentir. El motor de la devoción y culto al Señor de los Milagros está en la clausura silenciosa de las monjas y no en la Hermandad palangana y parlanchina. No atribuyas a la Hermandad, la modificación del recorrido procesional, que tú mismo ordenaste. La misión episcopal, no se delega. La autoridad no se debate. Tu charlatanería y demagogia, no tiene otro fin que instituir la anarquía y la paganización de la cuaresma limeña. La pandemia te sirvió como ensayo general, para entregar las parroquias al arbitrio de cualquier imbécil con iniciativa. Y ahora, adulas con mil zalamerías a la Hermandad, en desmedro de las monjas nazarenas carmelitas descalzas.
Estamos hartos de tu palabrería huera y amanerada, ajustada al lexicón del marxismo contemporáneo. No vengas a vendernos como pobreza espiritual, lo que es miseria material, bancarrota moral, e indigencia cultural.
Este año diste nacimiento a la homilética de la hipocresía. Has querido dar lecciones acerca de la idolatría del dinero, de la esperanza, de la compasión y de la misericordia.
¿Qué puedes hablar tú de compasión y misericordia? Tú que has sido vengativo con los presbíteros ordenados por Juan Luis. Tú que has que has sido injusto, ingrato, e implacable con todos los que estuvieron dispuestos a colaborar contigo, y con los que te advirtieron de la estructura de corrupción, pecado e inmoralidad que existe en el seminario arquidiocesano, cuyo rector nombraste, contra la opinión de todos, y que mantienes en el cargo, a pesar de las observaciones del Nuncio Apostólico.
Respecto de la idolatría del dinero, debes haber estado dando tu propio testimonio. Porque para nadie es un secreto que te encanta la plata. Como buen turiferario del altar de Mamón, retuviste el dinero que debías entregar a tu sobrino, por encargo de tu hermano. Si de santo Toribio se dijo que por dar limosna al pobre, entregó su candelabro, la posteridad dirá de ti que hiciste del arzobispado una agencia de empleos para tus amigos y lacayos.
¿Cómo te has atrevido a pedirle al pueblo fiel que no se deje robar la esperanza? Tú, que en las horas más oscuras del siglo XXI, fuiste el Heraldo Negro de la Muerte. Cuando tus hijos te pedían el pan de vida, y el huevo de la esperanza, ¿qué respondiste tú? “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”.
El pueblo fiel, sabe que tú eres el ladrón, y huye de ti. Van a las nazarenas porque buscan y encuentran a Dios. La catedral está vacía porque tú estás ahí. El fracaso del mamarracho sinodal, debería cuestionarte. ¿Eres la higuera estéril, o la red de la pesca milagrosa?
Con la satisfacción de haber participado en la escucha sinodal, se despide tu amigo
José
Me exacerba cuando de soslayo un petulante enarbola cultismos rimbombantes y banales cuyo efímero fin es obnubilar los raquíticos acervos de los más palurdos ante su despótica lexicología