
Por: María Ximena Rondón
La Semana Santa ya llegó y para muchos es la ocasión para desempolvar aquellas devociones tradicionales y populares, como las procesiones, los cánticos y las Misas.
Quizás los fieles frecuentes hayan notado que durante el Triduo Santo aumenta la afluencia de gente y aparecen rostros nuevos, como las flores que crecen en una temporada y luego se marchitan.
Antes de que los lectores quieran crucificarme por expresar esta “felonía”, quiero propiciar un espacio de reflexión en torno a los riesgos de la piedad popular durante la Semana Santa.
Si tuviéramos que localizar al Perú entre una multitud, una de las señales sería la piedad popular. Se trata de un sello único y una expresión bellísima del catolicismo. Pero ¿qué pasa en los corazones de las personas? Un día vemos procesiones que son la mayor expresión del dolor, y al día siguiente, los mismos seres sufrientes bailan al son del alcohol y la comilona.
No condeno las tradiciones ni la piedad popular, sin embargo, hay que preocuparnos por el estado de la fe de los peruanos. No está bien pensar que es suficiente con bailar para la Virgen durante tres días o caminar siguiente a la imagen del Crucificado con los pies desnudos. La fe no se reduce a estos actos, que son un sacrificio importante si se realizan con una verdadera devoción. Ser padrino de la comilona y de la decoración de las imágenes no te concede un billete de entrada al Cielo. La fe católica no se reduce a las celebraciones de la Semana Santa. Si una persona se declara católica, debe vivir consecuentemente con los mandamientos de la Iglesia.
¿Cuántas personas que asisten a la procesión de la Dolorosa tratan de vivir según los mandamientos y conocen su fe a profundidad? ¿Cuántos asisten a Misa diariamente o cuando se pueda/ acuda el sacerdote a celebrarla? ¿Cuántos saben sobre el valor de la Misa?
Es muy fácil asistir a Misa durante el Triduo y no asistir a las Eucaristías dominicales del resto del año.
Por ello, me gustaría invitar a todos los que leen esta columna a que vivan con devoción esta Semana Santa y que mediten en el sufrimiento de la Cruz. Quizás pueden relacionarlo con un despido intempestivo o la traición de esa persona en la que confiabas.
Jesús no es un Dios de estampita o al que acudimos solamente en las desgracias. Si uno se dice católico, tiene que establecer una relación personal con Él. Incluso, si no has experimentado alguna desgracia, acércate a Jesús. Quien cree que la fe se reduce al sufrimiento, no comprende la religión católica.
No es fácil ser católico, especialmente en esta época donde predomina la “persecución educada”. No se trata de seguir la “piedad popular”, hay que ser católico todos los días.
Yo recomiendo ver la versión antigua de “Ben Hur” en el Jueves Santo. Hay una escena que me marcó el corazón cuando la vi: aquel momento en el que Jesús le da de beber a Ben Hur. Cuando la vean, sabrán a lo que me refiero y esto sacudirá algunos cimientos espirituales.
Si quieren prepararse desde ahora, también les aconsejo ver la serie The Chosen, que está en Netflix o en la aplicación de la misma (busque el mismo nombre). Es un buen recurso para profundizar y conocer sobre el amor de Jesús, algo que necesitamos. Quizás quien lea esto tenga vivencias duras, pero saber que alguien te ama y se sacrificó por ti, cura las heridas, sobre todo las emocionales.
Que esta Semana Santa sea una oportunidad para reflexionar sobre nuestra vida y sobre cómo estamos viviendo nuestra fe. Cuando uno realmente conoce e interioriza el significado de estas fechas y de los gestos de la “piedad popular”, la fe se renueva y se fortalece. No corramos el riesgo de vivir solo de expresiones culturales.
Cómo dice San Pablo “El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante.” El último Adán es Cristo, por eso, sea cual sea el sufrimiento que uno tenga, Cristo ya lo ha vencido, y la garantía es que salió del sepulcro y como todos tienen la muerte como invencible y hay Uno, que la ha vencido, tenemos esperanza que eso que no soportamos también Cristo lo venza, apoyémonos, por tanto en Él, dejemos a sus pies, en el altar de cada santa Misa, nuestras tribulaciones y dolencias, que Él ha vencido la muerte.