Por Fernando del Pino Calvo-Sotelo
Como era previsible, el interés de los medios occidentales en la guerra de Ucrania ha ido decayendo con el tiempo, juez paciente, pero inexorable. Durante dos años no pararon de repetirnos que Ucrania estaba ganando. Este mensaje, encuadrado en una orquestada campaña de propaganda y muy alejado de la realidad, fue transmitido de forma acrítica por unos medios tan dóciles como corruptos, medios cuya reacción hoy no es entonar un honrado mea culpa, sino ocultar su impudicia tras un manto de indecoroso silencio.
En realidad, la ayuda de la OTAN nunca tuvo mayor alcance que posponer la inevitable derrota ucraniana a costa de su población, como adelanté recién comenzado el conflicto. En aras de los siempre cortoplacistas intereses geopolíticos de EE. UU., defendidos por sus lacayos de la UE y, en especial, por el gobierno más extraordinariamente incompetente que haya tenido Alemania desde la II Guerra Mundial, el irreconocible Occidente de hoy, nihilista y evanescente como los Espectros del Anillo de Tolkien, decidió que bien valía sacrificar a la juventud ucraniana si con ello sangraba temporalmente la capacidad económica y militar de Rusia, y lo hizo mientras apelaba hipócritamente a unos supuestos valores occidentales. ¿Cuáles, exactamente? Dos años y medio después, el desastre ya no puede ocultarse: Ucrania ha pagado un enorme precio en balde, con centenares de miles de muertos y el país deshecho. Pero ¿quién ha pagado exactamente el precio?
En tiempos de paz los hijos entierran a los padres; en tiempos de guerra, son los padres los que entierran a los hijos. Sin embargo, no son los miembros de la corrupta clase política ucraniana los que están enterrando a sus hijos, ni tampoco los líderes occidentales, que empujan a otros a la muerte con grandilocuentes discursos pronunciados desde una distancia segura, sino el pobre pueblo de Ucrania, que pronto será olvidado.
Kursk: una ofensiva efímera y desesperada
Tras la suicida contraofensiva del año pasado, en la que el ejército ucraniano fue diezmado por la eficaz defensa estática rusa, este verano Ucrania decidió realizar una ofensiva sorpresa invadiendo territorio enemigo en la región de Kursk con sus unidades más veteranas. Aunque haber logrado el factor sorpresa resulta increíblemente meritorio, los motivos de esta acción nunca han estado claros. Según algunas fuentes, la intención podría haber sido aliviar la insostenible presión soportada por el ejército ucraniano en el largo frente, confiando en que Rusia desviaría unidades para defender su propio territorio. Sin embargo, de no engañar al enemigo la maniobra ucraniana debilitaba sus propias defensas en el Donbass, que es lo que ha ocurrido. Otros analistas especulan que la intención ucraniana era simplemente reavivar la moral de combate, galvanizar el decaído apoyo internacional y producir un shock que socavara la imagen de Putin en su propio país, objetivos quizá demasiado vagos como para compensar el riesgo.
Otras fuentes apuntan a que el objetivo era alcanzar la central nuclear rusa de Kursk, bombardearla o colocar explosivos en ella y utilizarla como elemento de chantaje o, en su defecto, como simple acto de venganza contando con que los medios occidentales culparían a los propios rusos de un desastre nuclear del mismo modo que les culparon risiblemente del sabotaje del Nord Stream. Aunque parezca atroz, esta explicación también resulta verosímil, dado lo específico del objetivo y los antecedentes de Kiev atacando la central nuclear de Zaporiyia, controlada por los rusos desde marzo de 2022 y hoy en parada fría.
Sean cuales fueran los objetivos de la operación, y dando por sentado que existía una estrategia racional y no una desesperada huida hacia adelante, su éxito dependía de que demasiadas cosas salieran bien, es decir, de una alineación de astros demasiado optimista que, como suele ocurrir, no se dio. Cuando audaces operaciones militares con escasa probabilidad de éxito acaban teniendo éxito, pasan a los libros de historia como obra de un genio, por lo que suponen una permanente tentación para dos tipos de personas: los que ansían la gloria y los que no tienen nada que perder. Sin embargo, se trata de un espejismo, pues en la inmensa mayoría de los casos, como es tautológico, es la probabilidad a priori la que decide el resultado.
Así, la efímera ofensiva ha constituido un nuevo y costoso fracaso (13.000 bajas hasta el momento), pues el ataque pronto perdió inercia y fue contenido por las reservas rusas sin debilitar el frente del Donbass, poniendo de manifiesto, una vez más, la capacidad de absorción del enorme y despoblado territorio ruso.
El posible colapso del frente ucraniano
En resumen, aunque la duración de los conflictos sea siempre más incierta que su resultado, la situación militar es enormemente frágil para Ucrania, lo que hace que su desesperación aumente por momentos. Con mucha mayor potencia de fuego, Rusia mantiene una presión incesante en distintos puntos del frente, ganando territorio a paso lento pero seguro y causando gran número de bajas (60.000 sólo en julio) al ejército ucraniano, formado cada vez más por reclutas desmotivados y sin entrenamiento que huyen en su bautismo de fuego o son presa fácil para las unidades más expertas del ejército ruso. Como dijo Confucio, «enviar a la guerra a alguien que no ha sido apropiadamente instruido es mandarlo a la tumba».
La merma de medios materiales y humanos se agudiza por la elocuente negativa de los millones de ucranianos refugiados en Europa a retornar a su país a luchar, lo que ha llevado a Polonia a proponer que la UE deniegue la percepción de fondos de la Seguridad Social a todos los refugiados ucranianos varones en edad militar para «incentivar» su marcha al frente. Finalmente, el lóbrego pronóstico militar de cara al invierno se oscurece aún más (literalmente) por el hecho de que Rusia haya sido capaz de inutilizar el 70% de la generación eléctrica ucraniana.
En esta tesitura, el colapso del frente del Donbass es una posibilidad real, pues la derrota militar, como la bancarrota, se produce primero a cámara lenta y, luego, de forma repentina. Dicho desmoronamiento abriría amplios espacios de movilidad a Rusia hasta el río Dniéper, pues, sin ejército que lo defienda, tomar territorio en la estepa es algo relativamente sencillo. Por ello, tras sus errores iniciales la estrategia rusa ha consistido en degradar sistemáticamente la capacidad de combate de Ucrania más que en empeñarse en una costosa conquista de territorio. ¿Para qué sufrir bajas conquistando algo que puede obtenerse en una negociación con un enemigo vencido?
A la fragilidad de la situación militar se une la impopularidad del propio Zelensky, aficionado a un poder semi dictatorial y deslegitimado tras no convocar elecciones antes de que venciera su mandato en mayo. Los bruscos ceses y dimisiones recientemente producidos en su gobierno pueden ser los últimos estertores de un títere bunkerizado que ha dejado de ser útil y que pronto dejará su puesto, sea pacíficamente (con un retiro dorado en EE. UU.) o tras un golpe de Estado. Como escribí en su día, no será Zelensky quien negocie el final de las hostilidades con Rusia.
El peligro de una Ucrania arrinconada
Si los acontecimientos siguieran su curso natural, estaríamos cerca del final de la guerra. Sin embargo, la gratuita y agresiva involucración de la OTAN (defendiendo a un país no miembro) puede convertir una derrota estrepitosa de Ucrania en una derrota estratégica de la organización, lastrada además por el descrédito ganado a pulso tras dos años creando falsas expectativas de victoria. Por eso, tanto en Occidente como en Ucrania la preocupación está paulatinamente dando paso al pánico, que nunca es buen consejero.
Ucrania tiene todos los incentivos para llevar a cabo una operación de falsa bandera que, debidamente publicitada, indigne a la opinión pública occidental y propicie que la OTAN cruce el Rubicón. No olviden que el fanático gobierno de Zelensky intentó arrastrarnos a una Tercera Guerra Mundial acusando falsamente a Rusia de disparar un misil que cayó en Polonia (territorio OTAN) causando dos muertos, cuando en realidad el misil había sido disparado por los propios ucranianos.
Kiev además es consciente de que EE. UU. y Reino Unido se han resignado a que las regiones anexionadas por Rusia jamás volverán a Ucrania, algo bastante obvio desde un principio. Esta admisión significa que, tras tres años de durísima guerra, Ucrania va a obtener un resultado mucho peor que el que habría logrado con el preacuerdo de paz alcanzado con Rusia en las negociaciones celebradas en Turquía en primavera del 2022. En aquel momento apenas había muertos, pero el acuerdo fue impedido por EE. UU. y el Reino Unido.
También en aquel entonces Rusia estaba más dispuesta a negociar. Hoy, tras haber pagado tan alto precio por la victoria, Rusia no permitirá que el conflicto se vuelva a cerrar en falso y no se detendrá hasta haber alcanzado todos sus objetivos estratégicos. Además, Occidente ha perdido su credibilidad tras romper todas sus promesas, por lo que Rusia no confiará en compromisos de futuro, sino en realidades del presente.
La amenaza de escalada por parte de Occidente
Como he defendido desde un principio y ya debería ser obvio, esta guerra nunca fue un conflicto entre Rusia y Ucrania, ni una lucha entre buenos y malos, ni David contra Goliat, ni una cruzada de la libertad contra la tiranía (¡qué fácil es engañar a la población biempensante!), sino un pulso de poder entre EE. UU. y Rusia provocado por EE. UU. y, más globalmente, un conflicto indirecto entre un Occidente decadente y un Oriente resentido con el orden internacional impuesto por la hegemonía norteamericana, que se resume así: «Las reglas son para ti, no para mí». Esta asimetría tiene los días contados, pero no sabemos si de aquí a su inevitable final lograremos evitar la trampa de Tucídides, es decir, la guerra abierta entre el poder hegemónico y el emergente.
En este sentido, la temeridad mostrada por la OTAN (¿una organización de defensa mutua entre sus miembros?) está resultando crecientemente peligrosa. En efecto, una y otra vez la organización ha ido cruzando líneas rojas al dotar a los ucranianos de armas ofensivas cada vez más mortíferas, como artillería, carros de combate, cazas, drones y misiles de corto alcance que ahora algunos pretenden transformar en misiles de medio alcance. Dichos misiles, que podrían internarse profundamente en suelo ruso, no podrían ser operados sin la participación directa de militares de la OTAN, por lo que Rusia ya ha advertido que lo consideraría un ataque de la OTAN a su territorio.
En la ruleta rusa, el hecho de que el percutor del revólver haya caído varias veces sobre una recámara vacía no garantiza que la siguiente vez no vaya a encontrar un cartucho. De idéntico modo, la cada vez más irresponsable pérdida de respeto a una potencia nuclear se basa en una falsa creencia: que Rusia no reaccionará a la provocación porque no lo ha hecho hasta el momento. Sin embargo, como en la ruleta rusa, antes o después dicha creencia se demostrará errónea, pero para entonces será demasiado tarde.
Ante la indolencia de la opinión pública occidental, aletargada por el hedonismo y engañada por la maniquea propaganda mediática, los yonquis de la guerra en Londres, Washington, Kiev y Varsovia parecen querer arrastrarnos a la hecatombe con su juego diabólico.