Internacional

NO ES FUEGO, ES CAPITALISMO (BRASIL Y BOLIVIA). NO, NO ES RADIACIÓN, ES SOCIALISMO (CHERNOBYL EX URSS)

Por: José Antonio Olivares (*)

Uno de los temas que dominan el debate social en nuestros días es el deterioro del medio ambiente. Hay cada vez una preocupación más amplia en relación a los costes que para toda la humanidad puede tener la contaminación, la pérdida de espacios naturales o el reciclado inadecuado de desechos industriales, por mencionar solo algunas de las amenazas más relevantes a las que nos enfrentamos hoy. Y surgen, en consecuencia, propuestas de todo tipo para tratar de solucionar estos graves problemas.

Como la ecología se ha convertido, en muchos casos, en un movimiento político ligado a partidos de izquierda, el capitalismo ha pasado a ser la HIDRA DE SIETE CABEZAS de muchos; ecologistas, progresistas, y hasta eco feministas que culpan al sistema de economía de mercado del deterioro de nuestro planeta. El argumento es sencillo. En un sistema capitalista, las empresas actúan en búsqueda de su beneficio particular y para nada les interesa la protección del medio ambiente; y los gobiernos, controlados a menudo por las grandes empresas, les permiten cometer todo tipo de abusos en este campo. Un sistema socialista, en cambio, al tener como objetivo el bienestar de toda la sociedad, estaría mucho más interesado en reducir este tipo de daños y garantizaría mejores condiciones para todo el mundo.

El capitalismo es incompatible con la conservación de la naturaleza. Solo los lugares donde el Estado es fuerte y la libertad económica se restringe consiguen altos índices de calidad ambiental. Mayor desarrollo y niveles de consumo hacen presión sobre variables medioambientales. No se puede crecer infinitamente en un mundo de recursos finitos. La libertad económica conlleva además que las empresas no tengan en cuenta los ecosistemas que destruyen con tal de hacer crecer su cuota de mercado y de resultados. Estas visiones están cercanas a la ecología política y al ecosocialismo. Estas afirmaciones se repiten tanto que la mayor parte de la población las considera ciertas sin el más mínimo sentido crítico. Aunque usualmente solo nos muestran una cara de la moneda.

El problema es que lo que nos indican los datos es justamente lo contrario. No fue, por ejemplo, la Alemania capitalista, sino la socialista donde se cometieron los mayores atentados contra el medio ambiente. Y la China socialista ha generado una contaminación de un nivel difícil de encontrar en un país capitalista. Dos son, al menos, las razones que explican tan paradójica situación. La primera es que en los países capitalistas democráticos la opinión pública tiene un peso mucho mayor que en los sistemas socialistas a la hora de tomar decisiones que afectan al conjunto de la sociedad, y a la lucha contra la contaminación en concreto. Y resulta, además, que la gente suele empezar a preocuparse por el medio ambiente solo cuando ha satisfecho sus necesidades básicas. Así, un nivel determinado de contaminación puede generar mucha preocupación en un país relativamente rico; pero el mismo problema tendrá una relevancia menor en una nación en la que conseguir alimentar y ofrecer un techo a sus habitantes son cuestiones mucho más urgentes para su gobierno.

Un sistema económico incapaz de ofrecer unas condiciones de vida dignas a su población difícilmente será, por tanto, el más adecuado para proteger el medio ambiente. ¿Significa esto que el capitalismo garantiza en todos los casos un nivel correcto de protección de la naturaleza? Evidentemente no; y la experiencia nos muestra infinidad de ejemplos. Pero la causa no se encuentra tanto en los fallos del sistema de mercado como en el hecho de que este mecanismo no puede funcionar bien cuando no existe una definición clara de los derechos de propiedad. Y este problema se encuentra con frecuencia en la generación de daños medioambientales (el caso de la minería, donde no se ha definido la propiedad del subsuelo , es patético) No sabemos, en efecto, hasta dónde llega nuestro derecho a respirar aire limpio; o hasta qué punto una fábrica -o un automóvil- pueden emitir gases; o a quién pertenecen los llamados bienes “comunales” que, al permitir un acceso sin restricciones son objeto a menudo de un uso inadecuado, que puede llevar a su destrucción por la falta de control en su utilización.

Mayor libertad económica significa mayor desarrollo y el mismo conlleva mayor calidad ambiental porque así lo demandan los consumidores. Además, la protección de derechos de propiedad asegura minimizar externalidades medioambientales. Esta es la visión más cercana a la economía y algunos programas de estudio que combinan medio ambiente y economía.

El interés por preservar y cuidar los recursos naturales, el paisaje y el ambiente limpio aparece, crece y se desarrolla con rapidez a la par del mejoramiento del ingreso y el nivel de vida de la gente. Cuando esta es pobre y se encuentra a niveles de subsistencia, con hambrunas y variadas insatisfacciones, no aprecia la calidad del medio ambiente. Este es una especie de bien superior, que se desea mucho más en la medida en que mejora el nivel de ingreso. Los pobres están más preocupados en sobrevivir, recolectar e incluso depredar para alimentar a los hijos, antes que pasar frío contemplando el bosque nativo. Por eso se usa el fuego en la selva amazónica, para ampliar los pastos y cultivos y ganadería.

Por lo tanto, si existe un verdadero interés en el cuidado del medio ambiente, lo primero es velar por un rápido desarrollo productivo, que aumente el ingreso de los pobres y los haga incorporar en su demanda este bien superior medioambiental. Así que no les crea más a los medioambientalistas fanáticos y «progresistas» que aparecen a cada rato saboteando procesos productivos, la inversión y la incorporación de nuevos recursos naturales, bosques, islas y demás que aumentan el empleo e ingreso de los pobres. Es, precisamente, ese mejor nivel de vida el que llevará a las personas a valorar el medio ambiente, la limpieza y la mejor calidad de vida, algo que no se puede exigir a quienes viven en niveles de subsistencia, con hijos hambrientos.

Corresponde preguntarse entonces ¿bajo qué modalidad de organización económica, social y política los pueblos han logrado aumentar su ingreso y nivel de vida, de manera indefinida y, como resultado de ello, la calidad del medio ambiente? Obviamente, con el capitalismo liberal, abierto y competitivo, basado en el respeto de los derechos personales, comenzando por el de propiedad. ¿Cuánto más creceríamos si se hiciera una ley ambiental más liberal, con sistemas de seguros y arbitrajes expeditos? ¿Y cuánto mejoraría el medio ambiente con el aumento del ingreso de los más pobres, lo que automáticamente los sacaría de la depredación? ¿Y cuánto más si extendiéramos la propiedad privada? ¿Cuánto ingreso, empleos e inversión hemos perdido con una legislación ambiental inadecuada?

Fuentes: Francisco Cabrillo, Capitalismo, socialismo y medio ambiente. Expansión. Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica, Álvaro Bardón (AIPE)

 

(*) Publicado originalmente en www.cafeviena.pe y reproducido en La Abeja  con autorización del portal

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