Por: Antonio Moreno Ruiz
Los africanos llegaron a América ya a finales del siglo XV, prácticamente al alimón de las huestes colombinas. No en vano, existía población negra tanto en Portugal como en la Andalucía occidental. En el caso andaluz, si nos vamos más atrás, Sevilla se configura como una salida estratégica al océano Atlántico a través del curso del río Guadalquivir, y desde los siglos XIII al XV será un enclave predilecto de la Corona de Castilla. Las guerras entre moros y cristianos se prolongarán durante siglos (incluso después de la Toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492), siendo que traerán consigo esclavos europeos en África y esclavos africanos en Europa; extendiendo este execrable tráfico humano al Nuevo Mundo. Y sin querer soslayar ni justificar la esclavitud, hay que dejar claro que este hecho histórico no fue algo de “blancos contra negros”, pues la esclavitud existía y de hecho sigue existiendo en la propia África, y que antes del “comercio europeo” fue controlado por los árabes; así como árabes y turcos comerciaron con millares de esclavos blancos. Y eso por no hablar en nuestro tiempo de los millones de personas que fueron esclavizadas por el imperio soviético…
Sea como fuere, en el año 1393, el cardenal Gonzalo de Mena fundó en Sevilla un hospital para acoger a los esclavos negros que, envejecidos o enfermos, eran abandonados a su suerte por sus amos: Estamos hablando de la que hoy en día continúa funcionando como la Hermandad de los Negritos, antaño conocida como la Cofradía de los Morenos, que ya a finales de ese siglo XIV se convertiría en un efectivo mecanismo de fe e integración, pues no en vano, también pulularon numerosos negros y mulatos libres, pasando muchos de ellos a América. Así, desde finales del XV llegaron a Cuba negros libres procedentes de Andalucía, que con el tiempo se conocerían como “negros curros”, ligados a una suerte de folclore picaresco.
Hasta finales del siglo XVIII, Sevilla, Cádiz y algunos pueblos de Huelva contarían con importantes minorías negras.
Con todo, en la primera mitad del siglo XVI contamos con fascinantes historias de conquistadores negros. A saber:
Juan Garrido fue conquistador de México. Había vivido en Lisboa, donde se convirtió al cristianismo, cruzando el Atlántico a principios del XVI y enrolándose en diversas campañas militares caribeñas. Estuvo en la conquista de Cuba con Diego Velázquez así como en las expediciones de Juan Ponce de León por las Antillas y Florida. A posteriori, se embarcaría con Hernán Cortés y fue protagonista de la conquista de Tlaxcala y del asedio de Tenochtitlán. Su vida aventurera, empero, acabó y lo encontramos como granjero en Coyoacán, siendo que la tradición mexicana le adjudica ser el primero en cultivar trigo en América.
Juan Valiente fue conquistador de Chile. Al parecer procedía del actual Senegal y fue vendido como esclavo por portugueses. Llega a México en 1530, siendo comprado por un español llamado Alonso Valiente, de quien heredaría el apellido tras ser bautizado. Con todo, convenció a su amo para que lo dejara alistarse como conquistador por cuatro años, con cuyas ganancias pagaría su libertad. Así, llegó a Guatemala para unirse a la expedición que se dirigía al Perú, enrolándose con Diego de Almagro hacia el actual territorio chileno, viviendo la decepción de regresar al Cuzco sin éxito. Sin embargo, en la expedición de Valdivia, Juan Valiente contribuyó a fundar la actual Santiago de Chile, y en 1541 lo tenemos escapando de cruentos ataques; siendo que en ese mismo año había negociado su manumisión por mediación de un nieto de su amo que viajó desde México. En 1546 participó en la batalla de Quilacura, siendo premiado por Valdivia con el puesto de capitán. Al final no arregló su situación con su antiguo amo y si bien ya se veía como propietario en la encomienda de Toquihua, en 1553 cayó con las huestes de Valdivia en la batalla de Tucapel.
No fueron casos aislados. En Chile no sólo tenemos a Juan Valiente, sino también a Juan Beltrán, otro valeroso y aventurero conquistador negro. En Perú tenemos al mulato extremeño Juan García en la hueste de Pizarro, así como al mulato sevillano Miguel Ruiz, que ya se había destacado en Nicaragua y cruzaría el continente hasta conquistar el Tahuantinsuyo, destacándose en tierras de Cajamarca y llegando a recibir parte del botín de Atahualpa. Panamá y Honduras apareció Juan Bardales; como explorador del Yucatán podemos citar a Sebastián Toral, y en la conquista de Nueva Granada aparece el mulato Pedro de Lerma.
Y es que no en vano, sabemos de la presencia de negros libres en la costa peruana, especialmente en la zona de Chincha e Ica. La existencia de poblados de negros libres se da en la América Española desde Esmeraldas (en el actual Ecuador) en el siglo XVI hasta el Fuerte Mosé en la Florida del siglo XVIII; Mosé que a día de hoy es recordado por una homónima sociedad histórica como santuario de libertad para los negros que huían de los británicos.
Así, las continuas idas y vueltas de negros libres de Andalucía a América nos aportan valiosísimos datos sobre nuestra historia e idiosincrasia, pues por un lado, es una bofetada a la leyenda negra hispanófoba, mas por otro lado, también supone también una apertura hacia la complejidad que encierra nuestra providencial geografía como tierra de frontera y expansión frente a cerriles concepciones “eurocéntricas”. Y comoquiera que en el siglo XVIII se creó el Archivo de Indias de Sevilla, monumentalidad documental sin parangón: con el tiempo seguirán saliendo datos que inspirarán libros, y por qué no, también pinturas o músicas que contribuyan a poner más de relieve este legado universal y potencial.
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