Por:Aurora Pimentel Igea
Se escribe mucho sobre la baja natalidad generalizada en los países desarrollados. Se barajan razones diversas sobre este invierno demográfico. Y, de modo mayoritario, en el mejor de los casos, se acaba apelando a políticas de conciliación, a las ayudas por nacimientos o a iniciativas fiscales como esas herramientas fundamentales, las auténticas claves, para revertir esta situación.
Sin embargo, rara vez se pregunta, ni desde luego se investiga, sobre qué razones alegan, y qué circunstancias tienen, ese escaso porcentaje de familias que ahora, tal y como están las cosas, tienen ya muchos hijos.
EL IMAGINARIO POPULAR QUE SE CONSTRUYE
Tanto popularmente, así como en el ámbito académico -y en el político por goleada-, al parecer esas familias tan numerosas no interesan. Quizás por ser raras. Quizás también porque, en gran medida, es más fácil y cómodo reducirlas de un plumazo con presunciones o afirmaciones tajantes superficiales sin preguntarles directamente a ellas.
Se trata de ese tipo de aseveraciones como «son del Opus», «son Kikos», «ya sabes, no pueden utilizar condón o píldora, que si pudieran…»; compatibles, por cierto, con otras: desde «es que esos tienen mucho dinero, así ya pueden…» como, por el contrario, ese «como son pobres e incultos» -literal esto, bien clavado en el imaginario popular contemporáneo- «no saben qué hacer para no tenerlos…».
Éste es realmente el panorama del modo en que ese argumentario simplista y bien armado permea hasta en los lugares más insospechados adobado con variantes tales como la «dominación del hombre sobre la mujer» o ese «son mujeres que no tienen más aspiraciones que ser madres».
Sumemos en algún caso las miradas reprobatorias, de pena o hasta las sonrisitas que provocan algunas veces las familias muy numerosas, cuando no los comentarios que se les espetan sin contemplaciones. Sí, desde luego: también hay alegría en algún caso, sin duda, y en otros algo que pudiera parecerse a la ¿envidia soterrada?… «¿cómo ellos ‘pueden’ y nosotros no?» Quizás de fondo planea la idea de que tiene que haber algo que se nos escapa y a lo que quizás no queremos mirar de frente.
DE LA POÉTICA DE LA NATALIDAD A LA RETAHÍLA DE EXPERTAS QUE AÑADEN CARGAS INSOPORTABLES
Porque si hemos de ser sinceros, la mentalidad general es hoy antinatalista, como lo es la idea de que los niños son siempre «a demanda», no aquel «a su casa vienen» de antaño. Los niños, para empezar, se dividen en planeados y en no planeados, «descuidos», etc. Quizás nos resulte incómodo recordar aquello que escribió Hannah Arendt «el milagro que salva al mundo de su ruina normal, ‘natural’, es en última instancia, el tacto de la natalidad». No, no hay hoy una poética real de la natalidad en las sociedades occidentales.
Sumemos además que hoy existe un factor añadido y no suficientemente mencionado: esa sarta de expertos (mayormente expertas) sobrecargando a potenciales o actuales madres (y padres) de un conjunto pesadísimo e insoportable de deberes y actividades. Léase aquí gran parte de las «modas» que hacen de la «crianza» una tarea inacabable más allá de lo demandante que ya es de por sí; aquello de «El Niño» sobre lo que escribió Chesterton: «en la actualidad se afirman las más espantosas tonterías sobre las necesidades de «El niño» ya sean juguetes o juegos, como si no fuera más divertido tener juguetes vivos con los que jugar».
¿Y SI PREGUNTAMOS A LAS QUE TIENEN MUCHOS HIJOS POR QUÉ LOS TIENEN Y CÓMO VIVEN?
Quizás poner el foco sólo en las medidas políticas o fiscales, importantes sí, nadie lo niega, nos distraiga de un (¿el?) tema de fondo que, si bien puede no ser lo único importante, sí quizás es muy importante: ¿qué lleva a mujeres y hombres a tener muchos hijos?, ¿qué hay en su cabeza, en su corazón, en sus matrimonios?
Pues bien, sobre ese mínimo porcentaje de familias que en EEUU tienen, en concreto, más de cinco hijos, y que suponen sólo el 5% de las familias del país son sobre las que investigan Catherine Pakaluk, economista y madre ella misma de ocho hijos, con el apoyo de otras investigadoras (Emily Reynolds, Mary Robotham y Sierra Smith).
Parte de dicha investigación se ha volcado en el libro Hannah’s Children: The Women Quietly Defying the Birth Dearth (Los hijos de Hannah: Las mujeres que desafían en silencio la escasez de nacimientos, marzo 2024, editorial Regnery Gateway). La obra es un iluminador texto de divulgación resultado de entrevistar en profundidad a una muestra de 55 mujeres que son madres de más de cinco niños.
Efectivamente, sólo se entrevista a mujeres, y sólo a aquellas que tienen más de cinco: la autora explica que les interesan las razones de las mujeres por el diferente impacto que en la realidad tiene la maternidad frente a la paternidad -a efectos variados-; el corte en ese número, cinco, se realiza por considerar que en esas familias parece haber un deseo expreso de estar abiertos a tener hijos, aunque las razones para tenerlos pueden ser compartidas -de hecho lo son en muchos casos, y ella lo aclara- en otros casos de muchas familias con menos hijos. Por último, todas las entrevistadas son madres con educación superior, han ido al college, pues, aunque hay correlación entre educación y baja natalidad, no hay causalidad.
OS «DEBO» UNA EXPLICACIÓN Y, COMO MADRE DE FAMILIA NUMEROSA QUE SOY, OS LA VOY A DAR
Como aquel alcalde de Bienvenido Mr. Marshall, podría parafrasearse el sentido de la famosa frase en un «os debo una explicación y, como madre de familia numerosa que soy, os la voy a dar», que sería el resumen de este libro: la autora y las investigadoras se toman su tiempo para escuchar a esas madres desafiantes que nadan contra corriente. Y las razones que esgrimen se resumen en tres puntos fundamentales que se entrelazan y algunos otros, menores pero significativos.
En primer lugar, consideran que los niños son un regalo y siempre lo son, un don; «compensa» así cada sacrificio y renuncia -evidentes- de todo tipo porque una vida humana, un hijo, no es comparable con absolutamente nada. Y si no se entiende la diferente escala (liga) en que juega la vida humana y el resto de las consideraciones no se entiende nada.
En segundo lugar, la confianza en la Providencia. Las mujeres entrevistadas pertenecen a diversas confesiones, pero comparten un sentido religioso de la vida sean católicas, mormonas, judías, protestantes, etc. No todas las mujeres con creencias religiosas tienen muchos hijos, pero sí todas las que tienen muchos hijos tienen creencias religiosas.
Y, por último, pero no en importancia, una tercera circunstancia: la absoluta confianza que cada una de las mujeres tienen en su marido y en su amor, en la estabilidad del matrimonio. Sin idealizaciones, sin evitarse malas temporadas o evidentes dificultades: confiar en que la segunda parte contratante de la segunda parte contratante, con sus debilidades, va a estar ahí es absolutamente clave.
Todo lo cual podría resumirse en la canción Milagro de Gloria Stefan: son los hijos la bendición, el milagro de nuestro amor… un regalo de Dios.
COMUNIDAD Y CONFIANZA
¿Clase social o ingresos? Todo es variado: las hay de clase alta y de clase media y baja. ¿Son «además» de amas de casa y madres de familia numerosa trabajadoras por cuenta ajena o propia? Es variado, no hay un solo modelo. ¿Esas mujeres «quisieron siempre» tener «tantos hijos»? No siempre, algunas proceden ellas mismas de familias numerosas, pero otras no; en algunos casos ha habido cambios vitales al comprobar en carne propia qué produce más sensación de misión, de vocación, de propósito en la vida como seres humanos. En su mayoría, algo relevante, han decidido vivir en un lugar donde hay un sentido de comunidad y las familias pueden echarse manos unas a otras más fácilmente.
Junto a esa confianza en Dios y en el marido, hay otras notas interesantes. Esas mujeres desafiantes confían además en sus propios hijos en varios sentidos: en la ayuda que se prestan entre hermanos, en casa, pues las familias numerosas implican que no puede haber niños tiranos, son la primera escuela de solidaridad; también por no constituir los hijos un «proyecto» de nadie, ni de ellas, las madres, o de los padres.
Y, por último, estas madres confían, en un sentido diferente al narcisista actual (esa idea de «control» y la vida como «check list», también la maternidad), en ellas mismas del siguiente modo: han entendido que la maternidad no va de perfección ni propia ni ajena y pasan gozosamente de toda esa retahíla de modas y exigencias actuales de sobrecargas innecesarias. Con la ayuda de Dios, de su marido, de sus hijos, de sus comunidades, y también con ese inherente sentido común femenino, y los propios talentos y facultades -sin necesidad de manuales ni expertos-, y por supuesto que con sus fallos, lo hacen lo mejor que pueden y saben, que es mucho. Una cuestión de fe, confianza y esperanza. Y de amor. Maternidad lo llaman.