Horizontal shot of a fork in the road. Decision time.
Por: Pierre Le Vigan
“Todos los hombres buscan ser felices” decía Pascal (incluso aquellos que van a colgarse, añadía). Según Aristóteles, la felicidad es el objetivo de la vida humana. Para John Locke, “la más alta perfección de una naturaleza razonable reside en la búsqueda atenta y constante de la felicidad auténtica y firme”. La causa se entiende: la felicidad es deseable. Pero ¿cuál? Se olvidan las lecciones de los Antiguos. Hemos confundido la felicidad con el bienestar, y este con el confort y la abundancia de bienes de consumo. Hay que volver a poner, pues, la felicidad en el buen sentido.
De la misma forma que distinguimos con propiedad la libertad de los Antiguos, que consiste en cumplir con el deber cívico y portarse bien en la polis, y la libertad de los Modernos, que consiste en hacer lo que uno quiere siempre que no se perjudique a terceros (sin tener en cuenta ninguna ética común), hay que distinguir la felicidad de los Antiguos (eudaimonia) y la felicidad de los Modernos. La primera es la búsqueda de una felicidad en la sobriedad; la segunda es el culto al tener siempre más.
La crisis del COVID, ¿nos hace salir de la concepción moderna de la felicidad? Nada es menos seguro. Por supuesto, esta crisis ha demostrado la insensatez de la mundialización. Pero muchos otros índices la hacían aparecer, a quien sabía mirar, como lo que es: una prisión de los pueblos y una alienación de la libertad de los hombres. Digamos que la crisis del COVID ha mostrado de forma espectacular las debilidades de una economía mundializada en busca de un mayor crecimiento continuo: tenemos teléfonos móviles por todas partes, pero no teníamos mascarillas que, sin embargo, no son productos de alta tecnología.
Pero la respuesta al COVID no trata ni un segundo los problemas desde la raíz. Así, las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft) son las grandes ganadoras de la mezquina respuesta que se ha dado a la crisis, a no ser que se trate de una estrategia deliberada. Las quiebras de numerosas PYMEs son puro beneficio para los grandes grupos que no tendrán más que recoger los logros tecnológicos que les interesen y estarán todavía más en situación dominante frente a un mundo del Trabajo “disperso, como un puzle”. El cierre de pequeños comercios, librerías y otros, tildados de “no esenciales”, mientras que las estanterías con televisores de las grandes superficies están siempre llenas, dice mucho de lo que nuestras élites consideran como “esencial”. En realidad, es bastante sencillo: lo “esencial” es lo que genera mucho a los grandes grupos cercanos al poder.
Todo ello nos refleja muy bien en qué consiste la realidad de la felicidad moderna, la felicidad consumista, lo que Jean Baudrillard llamaba, ya en los años 60, “el sistema de los objetos”. La realidad de la felicidad moderna es tener cada vez más objetos más rápidamente perecederos. También es un “empobrecimiento psicológico”. Es un empobrecimiento de la vida personal y la vida relacional lo que está en el centro del asunto, agravado ahora por la mascarilla generalizada de forma paranoica y por la voluntad de digitalizar de forma creciente la economía, es decir, de digitalizar la vida humana y desmaterializarla.
La verdad es que nos enfrentamos a un desafío como civilización con la crisis del COVID: acceder todavía más “felicidad moderna”, haciendo de nosotros los esclavos de la Gran máquina digital que supuestamente nos “protege”, o recurrir a la felicidad Antigua, la de lo local, la de los pueblos y hombres diferenciados. Estamos en el cruce de dos caminos para salir de la crisis llamada “del COVID”.
© euro-synergies
añadir un comentario